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5. La Santidad de Dios

Introducción

Mucha gente asiste a la iglesia el Domingo de Resurrección como primera o segunda vez en el año (también asisten en la Navidad). Al parecer, existe algo positivo, algo estimulante y de ayuda en esta fecha. Está el énfasis de la resurrección de Cristo y la esperanza para todos los hombres, aunque para los no creyentes, esta esperanza no tiene fundamento.

La crucifixión de Cristo comenzó como una celebración festiva, como una victoria sobre Sus opositores y una derrota asombrosa por Cristo. Pero a medida que los eventos que condujeron a la muerte de nuestro Señor se manifestaron, todo cambió. La muchedumbre se atemorizó con lo que vieron y quedó estremecida:

“Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho” (Lucas 23:48).

Después que nuestro Señor se levantó de los muertos y ascendió al Padre, los discípulos comenzaron a proclamarle como el Mesías prometido y como el Señor resucitado (ver Hechos 2:22-36; 3:11-26). Esto provocó una gran consternación en aquellos que creyeron que lo habían silenciado para siempre (ver Hechos 4:1-2).

Para el cristiano, la resurrección de nuestro Señor de la tumba, es una verdad que consuela y que también debería inspirar reverencia y asombro, pues la resurrección de Cristo de los muertos, es una prueba de Su santidad. Pero esta misma resurrección debería infundir una clase de temor diferente en los corazones de quienes lo han rechazado, pues cuando Él regrese a la tierra, derrotará a Sus enemigos. Si ellos verdaderamente comprendieran todo lo que la resurrección implica, ésta no debería consolar a los no creyentes. Sin embargo, puede motivarlos a arrepentirse y a dirigirse a Él para recibir el perdón de los pecados y la vida eterna, así como lo fue para miles en el día de Pentecostés (ver Hechos 2:37-42).

De la misma manera como estudiamos la santidad de Dios y del Hijo de Dios (sin olvidarnos del Espíritu Santo de Dios), consideremos la respuesta que esta verdad produce en nuestras vidas en la medida que busquemos adorarle y servirle.

La Importancia de la Santidad de Dios

En la medida que nos acercamos al tema de la santidad de Dios, recordemos la importancia de este atributo divino. R.C. Sproul hace esta observación basándose en Isaías 6:

“La Biblia dice que Dios es santo, santo, santo No dice que Dios es simplemente santo, ni siquiera santo, santo. Él es santo, santo, santo. La Biblia nunca dice que Dios es amor, amor, amor o misericordia, misericordia, misericordia o ira, ira, ira o justicia, justicia, justicia. Dice que Él es santo, santo, santo y que toda la tierra esta llena de Su gloria”.21_ftn1

Definición de la Santidad

El término ‘santo’, con frecuencia se comprende más bien en su uso contemporáneo más que en el verdadero significado, según las Escrituras. Por esta razón, nuestro estudio debe comenzar con la revisión de varias dimensiones de la definición de santidad:

(1) Ser santo es ser distinto, separado en la categoría de uno mismo. Como lo expresa Sproul:

“El primer significado de santo es ‘separado’. Viene de la antigua palabra cuyo significado era: ‘cortar’, o ‘separar’. Tal vez la frase ‘cortar sobre algo’, sería más precisa. Cuando encontramos una prenda de vestir u otra mercadería que es superior, que tiene una excelencia superior, usamos la expresión que este articulo ‘está cortado sobre el resto’”.22_ftn2

Esto significa que quien es santo, es santo en sí mismo, sin rivales o competencia.

“Cuando la Biblia dice que Dios es santo, básicamente significa que Dios está trascendentalmente separado. Está tan por encima y tan lejos de nosotros, que pareciera que fuera totalmente extraño para nosotros. Ser santo es ser ‘otro’, ser diferente de una forma especial. Este mismo significado básico se usa cuando la palabra santo se aplica a las cosas terrenales”.23_ftn3

“No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro” (1 Samuel 2:2).

“Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus obras. Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre” (Salmo 86:8-10; ver también Salmo 99:1-3; Isaías 40:25; 57:15).

(2) Ser santo es ser moralmente puro:

“Cuando las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, se apartan en pureza. Son para ser usadas de una forma pura. Deben reflejar tanto pureza como el hecho de estar apartadas. La pureza no se excluye de la idea de lo santo; esta contenida en ello. Pero lo que debemos recordar es la idea que lo santo nunca es sobrepasado por la idea de la pureza. Incluye la pureza; pero es mucho más que eso. Es pureza y trascendencia. Es una pureza trascendental”.24_ftn4

“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación” (Salmo 24:3-5.

“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:3-5).

“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio [con indulgencia]” (Habacuc 1:13a).

(3) Para Dios, ser santo es serlo en relación con cada uno de los aspectos de su naturaleza y carácter:

“Cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, nos enfrentamos con otro problema. A menudo describimos a Dios, con una lista de cualidades o características a las que llamamos atributos. Decimos que Dios es espíritu, que Él lo sabe todo, que Él es amor, justo, misericordioso, que tiene gracia, etc. Tenemos la tendencia de agregar la santidad a esta larga lista de atributos, como uno más entre muchos. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa un solo atributo. Por el contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como un sinónimo de Su deidad. Es decir, la palabra deidad va dirigida a todo lo que es Dios. Nos recuerda que Su amor es santo, que Su justicia es una justicia santa, que Su misericordia es una misericordia santa, que Su conocimiento es un conocimiento santo, que Su espíritu es un espíritu santo”.25_ftn5

¿Cuán Importante es la Santidad?

La santidad de Dios no es solamente un tema teológico apropiado para estudiosos con interés y vigor para conseguir comprenderla. En realidad, la santidad de Dios es un tema de gran importancia para todas las almas vivientes. El cristiano debiera preocuparse en forma especial de la santidad de Dios. Muchos incidentes en el Nuevo Testamento, acentúan la importancia de la santidad, a los creyentes. Estos ejemplos son sólo algunos de los tantos que aparecen en las Escrituras, relacionados con la santidad de Dios y su impacto sobre los santos.

Moisés y la Santidad de Dios
(Números 20:1-13; 27:12-14)

“Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aún de agua para beber. Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos” (Números 20:1-13).

“Jehová dijo a Moisés: Sube a este monte Abarim, y verás la tierra que he dado a los hijos de Israel. Y después que la hayas visto, tú también serás reunido a tu pueblo, como fue reunido tu hermano Aarón. Pues fuisteis rebeldes a mi mandato en el desierto de Zin, en la rencilla de la congregación, no santificándome en las aguas a ojos de ellos. Estas son las aguas de la rencilla de Cades en el desierto de Zin” (Números 27”12-14).

Moisés tenía una buena razón para estar enojado con los israelitas. Eran en realidad “un pueblo duro de cerviz”, tal como Dios mismo lo dijo (ver Éxodo 33:5). Los israelitas llegaron a Cades, un lugar cuyo nombre significa ‘santo’. Allí, María murió y fue sepultada. En Cades no había agua para que el pueblo bebiera. El pueblo se comportaba de manera hostil y una multitud contendió con Moisés y con Aarón, deseando estar muertos, o incluso mejor, que lo estuvieran Moisés y Aarón. Protestaron que no habían sido ‘conducidos’ por Moisés, sino que ‘mal llevados’ por él a una tierra muy distinta a la que se les había prometido. Y el hecho que allí no hubiera agua, era lo último que les podía suceder.

Moisés y Aarón se dirigieron a la puerta del tabernáculo de reunión y allí la gloria de Jehová se les apareció. Entonces Dios le ordenó a Moisés que tomara su vara y le hablara a la roca, de la cual manaría agua para el pueblo. Moisés estaba furioso con ellos mientras los reunía delante de la roca. Más tarde, Pablo identificaría “la roca espiritual”, con Cristo (1ª Corintios 10:4). En lugar de hablarle tan sólo a la roca, como se le había ordenado, en su ira, Moisés la golpeó dos veces. Las consecuencias fueron realmente graves.

¿Quién no ha perdido su temperamento y hecho cosas peores que golpear dos veces una roca con una vara? Pero esta acción fue tan seria a los ojos de Dios, que le prohibió a Moisés entrar a la tierra prometida. Moisés nunca vio la tierra a de la que ya estaba tan cerca. ¿Por qué? Dios le dijo y lo registró para nosotros: “por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel…” (Números 20:12). Y al tratar Dios severamente a Moisés por su transgresión, se dice que Dios “se santificó a sí mismo” (versículo 13).

En un momento de ira, Moisés pecó y por ese pecado se le negó la entrada a la tierra prometida. La causa, haber golpeado la roca. Pero fue mucho más que eso. Golpear la roca fue un acto de desobediencia, no siguió las instrucciones de Dios. Aún más, Dios lo consideró como un acto de incredulidad.

“Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (versículo 12).

Siempre pensé que el pecado de Moisés había sido simplemente golpear la roca, que de alguna manera, como la zarza ardiente de años anteriores (ver Éxodo 3), era una manifestación de la presencia de Dios. La raíz del pecado fue la irreverencia y ésta la causa de la desobediencia de Moisés26_ftn6 por haber golpeado la roca. La ira de Moisés con el pueblo, sobrepasó su temor de Dios. El temor de Dios debió haber superado su ira con los israelitas. Dios consideró la irreverencia de Moisés, como algo muy grave.

Uza y la Santidad de Dios
(2 Samuel 6:1-11)

“David volvió a reunir a todos los escogidos de Israel, treinta mil. Y se levantó David y partió de Baala de Judá con todo el pueblo que tenía consigo, para hacer pasar de allí el arca de Dios, sobre la cual era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora entre los querubines. Pusieron el arca de Dios sobre un carro nuevo, y la llevaron de la casa de Abinadab, que estaba en el collado; y Uza y Ahío, hijos de Abinadab, guiaban el carro nuevo. Y cuando lo llevaban de la casa de Abinadab, que estaba en el collado, con el arca de Dios, Ahío iba delante del arca. Y David y toda la casa de Israel danzaban delante de Jehová con toda clase de instrumentos de madera de haya; con arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. Cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo; porque los bueyes tropezaban. Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayo allí muerto junto al arca de Dios. Y se entristeció David por haber herido Jehová a Uza, y fue llamado aquel lugar Perez-uza, hasta hoy. Y temiendo David a Jehová aquel día dijo: ¿Cómo ha de venir a mí el arca de Jehová? De modo que David no quiso traer para sí el arca de Jehová a la ciudad de David; y la hizo llevar David a casa de Obe-edom geteo. Y estuvo el arca de Jehová en casa de Obed-edom geteo tres meses; y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa” (2 Samuel 6:1-11).

Los filisteos habían capturado el arca de Dios y pensaron dejárselo como trofeo de guerra. Pronto se les hizo evidente que el arca era la fuente de muchos sufrimientos para ellos. La hicieron circular y finalmente, decidieron deshacerse del ella devolviéndola a Israel. La transportaron de la forma en que los sacerdotes y adivinos filisteos lo recomendaron. Pusieron sobre ella una ofrenda de oro de expiación por sus faltas y la colocaron en un carro nuevo tirado por dos vacas recién separadas de sus terneros (ver 1 Samuel 6).

Si los filisteos no pudieron estar en la presencia del Dios Santo de Israel, tampoco lo podía hacer el pueblo de Bet-semes, donde llegó el arca:

“Entonces Dios hizo morir a los hombres de Bet-semes, porque habían mirado dentro del arca de Jehová; hizo morir del pueblo a cincuenta mil setenta hombres. Y lloró el pueblo, porque Jehová lo había herido con tan grande mortandad. Y dijeron los de Bet-semes: ¿Quién podrá estar delante de Jehová el Dios santo? ¿A quién subirá desde nosotros? Y enviaron mensajeros a los habitantes de Quiriat-jearim, diciendo: Los filisteos han devuelto el arca de Jehová; descended, pues, y llevadla a vosotros” (1 Samuel 6:19-21).

Los hombres de Quiriat-jearim vinieron y tomaron el arca de Jehová y la condujeron a la casa de Abinadab y consagraron a su hijo Eleazar para que la cuidara, donde permaneció durante 20 años (1 Samuel 7:1-2). Finalmente, David, acompañado por 30.000 israelitas fueron a Quiriat-jearim para llevar el arca a Jerusalén.

El arca era el símbolo de la presencia de Dios, un objeto muy santo (ver 2 Samuel 6:2), que debía estar escondida en el lugar más santo del tabernáculo, el “el lugar santísimo”. De acuerdo a las instrucciones de Dios, debía ser transportada por los hijos de Coat, quienes la llevaron sosteniéndola sobre varas insertados en anillos (ver Éxodo 25:10-22; Números 4:1-20). Nadie debía mirar dentro del arca, o morirían.

El día en que el arca fue transportada a Jerusalén, fue de gran gozo y alegría. Pero habían olvidado cuán santa era el arca, porque era el lugar donde habitaba la presencia de Dios. En lugar de transportar el arca de acuerdo a lo que la ley instruía, ésta fue ubicada en un carro nuevo tirado por bueyes. Era una procesión llena de júbilo. Qué momento tan feliz. Pero cuando los bueyes tropezaron y parecía que el carro se daría vuelta, Uza se acercó para afirmarla. En forma instantánea, fue muerto por Dios.

La primera respuesta de David fue frustración e ira en contra de Dios. ¿Por qué Dios había sido tan severo con Uza? Al parecer, David había olvidado las instrucciones dadas por Dios en la Ley con respecto a cómo debía transportarse el arca. También parece que olvidó cuántos más habían muerto previamente al no haber demostrado la reverencia necesaria en la presencia de Dios. Él había arruinado la celebración y David se disgustó. Sólo después de haber reflexionado, David consideró la gravedad del error. Y con relación a Uza, Dios le hizo morir debido a su irreverencia (2 Samuel 6:7).

La irreverencia es una enfermedad peligrosa. Incluso cuando nuestros motivos son sinceros y nos vemos activamente involucrados en la adoración a Dios, debemos recordar constantemente Su santidad y ser reverentes hacia Él, lo que se manifiesta por medio de la obediencia a Sus instrucciones y mandamientos.

Isaías y la Santidad de Dios
(Isaías 6:1-10)

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejecitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpió tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién ira por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Isaías 6:1-10).

Pareciera ser que la muerte de Uzias marcó el fin de una era, una era dorada para Judá. Los ‘buenos tiempos’, se acabaron y estaban por iniciarse los ‘tiempos difíciles’, como lo indican los versículos 9 y 10. El ministerio de Isaías se inicia desde el punto de vista humano, en la peor época posible. Su ministerio no sería considerado exitoso (como lo fueron muchos de los demás profetas de la antigüedad). Se vio envuelto en esto, con una recepción fría. Él y su mensaje serían rechazados. ¿Qué necesitó Isaías para tener una perspectiva apropiada y resistencia para perseverar en tan duros momentos? La respuesta: una visión de la santidad de Dios.

Esto es precisamente lo que Dios le dio a Isaías —una revelación dramática de Su santidad. Él vio al Señor sentado en Su trono, en lo alto mientras era exaltado. Los ángeles que estaban bajo Él, eran magníficos y hablaban los unos con los otros, diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra esta llena de su gloria” (versículo 3). La tierra tembló y el templo fue lleno de humo. Fue una visión dramática de Dios y de Su santidad, tal como desearíamos verla.

La respuesta de Isaías, está lejos de lo que oímos en nuestros días de muchos que dicen enseñar la verdad bíblica. No se dejó impresionar por lo que él ‘significaba’. Su ‘autoestima’ no fue realzada. Sucedió todo lo contrario. La visión de la santidad de Dios, le hizo ver su pecado al máximo y lamentarse de ello. Si Dios era santo, Isaías tomó plena conciencia que él no lo era. Isaías confesó su propia impiedad y la de su pueblo.

Lo más importante es que Isaías ve su maldad (y la de su pueblo), evidenciada en sus ‘labios’. Isaías confesó que era un hombre “de labios impuros y que vivía entre un pueblo con el mismo mal. ¿Cómo fue capaz Isaías de estar tan conciente de su pecado incluso en su forma de hablar? Otros textos de las Escrituras dicen mucho acerca de la lengua y de la forma en que el pecado se hace evidente en nuestro hablar (ver, por ejemplo, muchos Proverbios, también Mateo 12:32-37; Romanos 3:10-14; Santiago 30:1-12).

Observen que la maldad que Isaías reconoció estaba en sus labios y hacia ellos fue dirigida la curación. Uno de los serafines tocó la boca de Isaías con un carbón encendido, limpiando simbólicamente su boca y a él mismo. ¿Qué intenta Dios para cumplir con la vida de Isaías en esta visión? Creo que Dios quería que la visión de Su santidad, tuviera un gran impacto en lo que Isaías diría y en cómo lo diría.

Creo que el mensaje y el significado de Isaías 6, es mucho más fácil de comprender a la luz de las enseñanzas de Pablo en 1ª Corintios 1-3 y 2ª Corintios 2-6. Al parecer, Pablo fue acusado de haber sido torpe al hablar, mientras que otros (especialmente los falso apóstoles que buscaban seguidores entre los corintios —ver 2ª Corintios 11:12-33), fascinaban a la gente empleando técnicas persuasivas y entretenidas. Pero la intención de Pablo era complacer a Dios y no a los hombres (2ª Corintios 2:15-16; 4:1-2). Prefirió hablar la verdad en los términos más simples y claros, de manera que los hombres de convencieran y convirtieran en forma natural, más que persuadirlos con la inteligencia humana (1ª Corintios 2:1-5.

Al comienzo de la revelación dada al apóstol Juan (registrado como el Libro de Apocalipsis), él vio una visión del Señor exaltado y santo. Esta visión precedió el mandato de registrar lo que había visto:

“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (Apocalipsis 1:19).

No nos ha de extrañar que al final de este último libro de la Biblia, encontremos estas palabras recalcando la importancia de perseverar en este registro, tal como había sido revelado:

“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:18-19).

Isaías debía servir como profeta, en un día en que su mensaje sería rechazado y resistido. La disposición del hombre al pecado, es evitar el dolor y la persecución y así, alterar si es posible, el mensaje y el método de Dios manifestado a Isaías en Su santidad para motivarlo a ser fiel a su llamado y al menaje que se le iba a entregar. Isaías nunca perdió la visión de Aquel a quien servía y a quien debía tanto temer como agradar.

La gloria de su mensaje y de su ministerio, estaba en Aquel quien se los dio —Aquel a quien servía. En alguna medida, Pablo tuvo una experiencia similar al inicio de su ministerio: en su conversión, él vio la gloria de Dios y nunca la olvidó. La gloria de su mensaje y de su ministerio, le sostuvo incluso en medio de sufrimientos, adversidad y rechazo (incluso por el de uno de los santos). Pablo fue fiel a su llamado y al mensaje que se le dio para ser entregado, incluso hasta la muerte (ver 2ª Corintios 3-6).

La Santidad de Jesucristo

Las promesas de la venida del Mesías en el Antiguo Testamento, se fueron haciendo cada vez más específicas hasta que se hizo evidente que este no sólo sería un ser humano, sino que además un ser divino (ver Isaías 9:6-7; Miqueas 5:2). Como tal, debía ser santo. Y así, cuando el ángel le dijo a María del niño que milagrosamente nacería de ella, una virgen, dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35, palabras en itálica, del autor).

A través de la vida y del ministerio del Señor en la tierra, se hizo muy evidente que no era un hombre ordinario, sino que Él era más que un profeta y más que un simple hombre. Era el Hijo de Dios. Incluso los demonios tuvieron que reconocerlo como “el Santo de Dios” (Marcos 1:24; Lucas 4:34). Las cosas que Jesús dijo e hizo, le marcaron como Aquel cuya cabeza y hombros sobrepasaban a cualquier otro ser (humano). Pedro era un pescador profesional; pero cuando obedecía las instrucciones del Señor Jesús, los resultados eran asombrosos. La respuesta de Pedro fue adecuada:

“Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8)

Cuando Jesús sano al hombre mudo que estaba poseído por un demonio, las multitudes maravilladas, dijeron:

“Nunca se ha visto cosa semejante en Israel” (Mateo 9:33b).

Cuando Jesús le dijo al paralítico que sus pecados habían sido perdonados y después procedió a sanarle, la gente no pudo resistir hacer comentarios:

“Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa” (Marcos 2:5-12).

Cuando el hombre que nació ciego fue sanado por Jesús, los escribas y los fariseos estaban reacios a admitir que se había logrado aquel milagro. El ciego podía ‘ver’ las implicaciones de lo que había sucedido y presionó a quienes le interrogaban:

“Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de donde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” (Juan 9:30-33).

Los milagros y señales llevados a cabo por Jesús en la primera etapa de Su ministerio en la tierra, indicaron Su santidad como asimismo los eventos ocurridos alrededor de Su muerte. La oscuridad sobrenatural que se produjo durante tres horas y la rasgadura del velo del templo (Lucas 23:44-45) junto con otros factores, provocaron que la multitud se alejara sobrecogida por lo que habían visto y oído (Lucas 23;46-48). Uno de los criminales crucificado al lado de Jesús, dio testimonio de Su inocencia en los últimos momentos de su vida y le pidió a Jesús que le recordara cuando Él entrara en Su reino (Lucas 23:36-43). Uno de los soldados al pie de la cruz, dio testimonio de la singularidad de Jesús (¿debiéramos decir de la ‘santidad’ de Jesús?):

“Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:47).

“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó su espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mateo 27:50-54).

Las palabras dichas burlonamente por la multitud, cuando Jesús colgaba en la cruz, tuvieron aún más impacto después de Su resurrección:

“A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mateo 27:42-43; énfasis del autor).

La palabra ‘ahora’ me fascina. Desafiaron a Jesús a bajar de la cruz inmediatamente evitando así la muerte. Si Él lo hiciera, dijeron, le creerían. ¡Cuánto mas asombroso es que se levantara de los muertos! ¿Cuál fue el acto más grande, bajar de la cruz o levantarse de la sepultura? Jesús hizo la más grande y algunos creyeron.

Las deducciones de esta resurrección son señaladas enfáticamente por los apóstoles, según se han registrado en el Libro de los Hechos, ya fuera por Pedro o por Pablo:

“…a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aún mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hechos 2:23-27, énfasis del autor).

“Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hechos 13:32-35; énfasis del autor).

Pedro y Pablo, no sólo proclamaron la resurrección de Jesús de los muertos como el cumplimiento de la profecía del Salmo 16:10; también proclamaron que es “el Hijo Único” de Dios, a quien Dios lo haría pasar de la corrupción, porque Él era santo. La resurrección de Jesús de los muertos, no sólo justifica la afirmación que hiciera Jesús de ser el Mesías de Israel. También demuestra que es el prometido “Hijo Único” de Dios. La resurrección es el sello de aprobación de la santidad de Jesucristo.

Con mucha frecuencia nos vemos a nosotros mismos pensando en Jesús como cuando Él caminaba por este mundo durante Su ministerio de tres años. En realidad, Su resurrección de los muertos le cambió, de modo que ya no posee un cuerpo terrenal, sino que ahora está glorificado por Su cuerpo transformado. Su gloria y santidad ya no están encubiertas, por lo que la descripción que se hace de Jesús en el Libro del Apocalipsis, es la descripción que corresponde a como es Él ahora y siempre. El Juan que alguna vez caminó con nuestro Señor y que incluso se reclinó en Su pecho (ver Juan 13:23), ahora cae delante de Él como un hombre muerto, sobrepasado por Su santidad y gloria.

“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, ví siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que le llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le ví, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (Apocalipsis 1:12-19).

La Santidad de Dios y la Iglesia
(Hechos:1-16; 1ª Corintios 11:17-34)

La historia de Ananías y Safira, es familiar para los cristianos. En los primeros días de la iglesia, existía una gran preocupación por los pobres. Cuando surgía la necesidad, los santos vendían algunas de sus posesiones y llevaban el producto de estas ventas a los pies de los apóstoles, para su distribución (ver Hechos 2:44-45; 4:34-37). Ananías y Safira así lo hicieron; pero con un corazón dividido y en una forma engañosa. Vendieron una parte de su propiedad; pero se dejaron para ellos una parte del producto de la venta. Dieron una parte del dinero a los apóstoles, como si fuera todo lo que habían percibido de aquella venta. Cuando su pecado quedó expuesto frente a Pedro, éste los confrontó y ambos murieron. Gran temor sobrevino en toda la iglesia, sin mencionar el que tuvo el resto de la comunidad.

Siempre me he concentrado en el hecho que esta pareja mintió, lo que realmente hicieron. Pero en el contexto del estudio de la santidad de Dios, parecieran más importantes dos detalles sobre los cuales ya había reflexionado antes. Primero, ambos mintieron al Espíritu Santo. Su engaño fue una ofensa a la santidad de Dios. También fue un acto que pudiera haber tenido sobre la iglesia, un efecto de emulación (ver también 1ª Corintios 5:6-7). Del mismo modo que la generosidad de Bernabé estimuló a otros a dar de la misma forma, la acción engañosa y de corazón dividido de Ananías y su mujer, podría haber afectado adversamente a otros en la iglesia, animándoles a hacer lo mismo. Recordemos que ahora es la iglesia el lugar donde mora Dios en la tierra. Dios es santo y por lo tanto Su iglesia debe ser santa también. El pecado de Ananías y Safira fue una afrenta a la santidad de Dios y a Su iglesia.

Aún más, Lucas incluye un comentario sobre el efecto que la muerte de Ananías y Safira tuvo sobre la iglesia y la comunidad. Un gran temor sobrevino sobre toda la iglesia y sobre todos quienes oyeron de esto (Hechos 5:11, 13). Los no creyentes temerosos, prefirieron mantenerse alejados de la iglesia y los santos fueron motivados a mantener distancia del mundo (en lo que se refiere a sus pecados).

El temor es la respuesta de los hombres a la santidad de Dios. Así, el pecado de Ananías y de su mujer, fue un pecado de irreverencia, un pecado en contra de la santidad de Dios. Pero el arrebato de ira de la santidad de Dios que se manifestó en la muerte de esta pareja, también originó temor en aquellos que habían oído de este incidente.

En 1ª Corintios 11, encontramos un texto relacionado, donde Pablo reprende y amonesta a la iglesia por la mala conducta que algunos de ellos manifestaron durante la Cena del Señor. La iglesia recordaba al Señor, con una comunión como parte de una comida, tal como vemos la Última Cena descrita en los Evangelios. Algunos tenían la posibilidad de llevar mucha comida y vino a esta cena, mientras que otros podían llevar muy poco o nada. Algunos podían darse el lujo de llegar muy temprano y otros tenían que llegar más tarde. Aquellos que traían mucho y que llegaban temprano, no deseaban esperar o compartir con el resto, por lo que comían y bebían en exceso. En el proceso, algunos se emborrachaban y hacían desorden, por lo que la conmemoración de la muerte del Señor era vergonzosa, muy parecida a las celebraciones paganas de sus vecinos en Corinto.

Pablo reprendió a los corintios, no debido a que tomaban la comunión en un estado indigno, sino por hacerlo en una forma que no correspondía. “Indigno”, tal como aparece en la versión King James, en la versión NASB, se señala “en una forma indigna”. Ambas versiones son una representación precisa del adverbio empleado en el texto original —no es un adjetivo. La mayor parte de los cristianos, supone que Pablo reprende a los corintios por compartir el pan y el vino como aquellos que son ‘indignos’ (adjetivo), más que considerar que está prohibiéndoles compartir el pan y el vino de una forma impropia —’indigna’ (un adverbio). Nadie es digno del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor; pero podemos recordarlo de una forma que sea digna y adecuada.

Más adelante, Pablo dice que cuando los corintios comieron el pan y bebieron de la copa “en forma indigna”, fueron culpables tanto del cuerpo como de la sangre del Señor (1ª Corintios 11:27) y al hacerlo, no “disciernen el cuerpo del Señor” (versículo 29). Continúa explicando que esta clase de conducta en la mesa del Señor, ha causado enfermedades en unos y muerte en otros (versículo 30).

De acuerdo a como yo entiendo las palabras de Pablo, el pecado de los corintios en la mesa del Señor, fue irreverencia. El cuerpo de nuestro Señor —Su cuerpo físico y Su sangre— son santos. Él hizo un sacrificio sin tener pecado al morir por nosotros. El cuerpo de nuestro Señor, también es la iglesia por lo que ella también es santa. Al comportarse la iglesia en forma indebida, con exceso de vino y desordenadamente en la mesa del Señor, demostró tener un descuido por el cuerpo físico y espiritual de Cristo; es decir, la iglesia. La irreverencia ofendió a Dios en tal manera, que Él provocó enfermedades en algunos y muerte en otros. La irreverencia en la adoración es tanto un fracaso en la comprensión de la santidad de Dios como una afrenta a Su santidad. La irreverencia es un pecado de gran magnitud, con consecuencias espantosas. La santidad de Dios requiere que tomemos la adoración muy en serio y que no participemos de ella con frivolidad. Esto no significa que nuestra adoración no se haga con gozo, solemne o sombría. Simplemente significa que debemos observar seriamente la presencia de Dios y ser muy cautos en no ofender Su presencia con nuestra irreverencia.

La Santidad de Dios y el Cristianismo Contemporáneo

La santidad de Dios no es simplemente una doctrina a la que demos nuestro consentimiento. Más bien, la doctrina de la santidad de Dios debería guiarnos y gobernar nuestras vidas.

(1) La santidad de Dios debería guiarnos y gobernar nuestro pensamiento sobre la “aceptación de Dios”

Con frecuencia oigo a cristianos emplear la expresión ‘aceptación incondicional’. Pareciera ser que este término, es aplicado primero a Dios y después a los santos. Razonan de la siguiente manera: ‘Dios nos acepta incondicionalmente, por lo que nosotros debemos aceptar a los demás incondicionalmente’. La dificultad que tengo es que no es una expresión bíblica. Incluso peor, al parecer no es un concepto bíblico. Dios no nos acepta ‘sin tomar en cuenta lo que hagamos’. Observemos a la nación de Israel. Debido a su pecado reiterado, Dios dijo que ya no eran Su pueblo (ver Oseas 1). Dios no aceptó a Caín ni a su ofrenda (Génesis 4:5). Dios sólo nos acepta a través de la sangre derramada de Jesucristo, de manera que incluso los cristianos no son aceptados incondicionalmente, sin considerar sus actitudes y acciones. La santidad de Dios indica que Él no acepta lo que no es santo. En realidad, todo lo que Dios acepta de nosotros es lo que Él produce en y por medio nuestro. Hablar en una forma demasiado irreflexiva, al parecer estimula una vida descuidada y desobediente.

La iglesia no puede ‘aceptar’ a aquellos que profesan ser cristianos; pero que viven como paganos (1ª Corintios 5:1-13). Debemos disciplinar y echar a quienes se rehúsan vivir como cristianos. La iglesia debe ser santa y esto significa que debe eliminar la ‘levadura’ que hay en ella. Dejemos que aquellos que enfatizan la aceptación incondicional, examinen estas palabras:

“Y escribe el ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:14-16).

(2) La doctrina de la santidad de Dios debe considerarse al hablar de a quién debemos dar cuentas.

El concepto de ‘dar cuenta’ ha sido, en mi opinión, importada del mundo secular. No estoy en completo desacuerdo con el hecho de a quién debemos ‘dar cuenta’, excepto que la iglesia a veces habla de tomar más de dar cuentas a los hombres que a Dios. No nos olvidemos a quién debemos dar cuenta:

“Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36).

“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no es provechoso” (Hebreos 13:17; énfasis del autor; ver también 1ª Corintios 3:10-15).

“De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12).

“A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos” (1ª Pedro 4:4-5).

(3) La santidad de Dios debería gobernar nuestros pensamientos y nuestra autoestima.

Me sentí conmocionado con la declaración hecha por un sicólogo de principios del siglo XIX, tan diferente de lo que hoy se nos enseña:

“Esta reverencia ha sido significativamente definida por el sicólogo William McDougall, como: ‘la emoción religiosa por excelencia; pocos poderes humanos son capaces de provocar la reverencia, esta mezcla de prodigios, temor, gratitud y de autoestima negativa’”.27_ftn7

¿Por qué hablamos de encontrar nuestra autoestima en Cristo, cuando el encuentro que tuvo Isaías con la santidad de Dios, le hizo decir:

“Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5)?

Temo que toda nuestra orientación está equivocada y vamos a Cristo más para sentirnos mejor con nosotros mismos que por caer delante de Él humillados y ver Su santidad. Nuestros corazones debieran sentirse llenos de gratitud y alabanza por la gracia que Él ha derramado sobre nosotros. El que esta delante de Él, es el que se cree justo, confiado en lo que él es y no los santos que confían en quién es Dios (ver Lucas 9:14).

“Observad el temor y asombro con los cuales, tal como en forma reiterada lo indican las Escrituras, los hombres fueron conmocionados y trastornados cada vez que contemplaron la presencia de Dios… Los hombres nunca son tocados ni impresionados debidamente con una convicción verdadera, hasta que no se hayan visto enfrentados con la majestad de Dios”28_ftn8

(4) La santidad de Dios debiera prevenirnos de lo que aceptamos y practicamos del movimiento “crecimiento de la iglesia” contemporáneo.

El movimiento contemporáneo “crecimiento de la iglesia” podría recomendarse en algunos aspectos.29 Sin embargo, pareciera ser que en su intento por evangelizar, los ‘buscadores’ comportándose como ‘buscadores amistosos’, no toman con la seriedad suficiente, la santidad de Dios. Mencionaré sólo algunas de mis preocupaciones al respecto. ¿Cómo puede una iglesia dedicar el servicio principal (Domingos en la mañana) al evangelismo cuando su tarea fundamental es otra, tal como se señala en Hechos 2:42 (específicamente la enseñanza de los apóstoles, la comunión, partir el pan y la oración)? Pongámoslo de otra forma, ¿cómo puede la iglesia dedicarse al evangelismo en su servicio principal, cuando la tarea más importante es adorar y edificar? Más aún, ¿cómo se puede invitar a un no creyente a participar en la adoración siendo lo que es? La Biblia enseña que no existe este tipo de ‘buscadores’ (Romanos 3:10-12). Aquellos que serán salvos, son los escogidos cuyos corazones serán tocados por el Espíritu Santo, cuyas mentes serán iluminadas por Él. Para los que están muertos en sus pecados, Él es el único capaz de hacer que vivan (Efesios 2:1-7).

Nadie a quien Dios haya elegido y en quien el Espíritu está haciendo Su obra, deja de ir a Él, por lo tanto, ¿por qué la necesidad que los no creyentes asistan a la iglesia? Los que eran salvos se unieron a la iglesia, según el Libro de los Hechos y los que no creyeron, se mantuvieron alejados. Con todo ese énfasis puesto en el crecimiento de la iglesia, pareciera que se pone poca atención a la iglesia que disminuye debido a la falta de disciplina y a la poca devoción en proclamar y practicar la santidad de Dios. Cuando Dios hizo que Ananías y Safira se desplomaran muertos, los no creyentes no se acercaron en masa a la iglesia, sino que todos llegaron a temer a Dios, lo que fue bueno. Si el temor del Señor es el comienzo de la sabiduría, entonces la santidad de Dios no debe ser ignorada. La santidad de Dios hará que algunos se alejen; pero conducirá a los elegidos a la cruz.

Mientras estudiaba Isaías 6 y 2ª Corintios 2-7, entre otros textos, vi que tanto Isaías como Pablo estaban muy concientes de la santidad de Dios. Este conocimiento hizo que estuvieran más interesados en complacer a Dios que a los hombres (ver Gálatas 1:10). Pablo no suavizó su mensaje ni usó métodos inadecuados o irreverentes en su evangelio, en relación con la santidad de Dios. Los hombres elegidos y salvados por Dios, no necesitan ser salvados por medio de métodos de marketing. La iglesia que está conciente de la santidad de Dios, proclamará, practicará y protegerá un evangelio puro.

(5) La conciencia de la santidad de Dios, debiera cambiar nuestra actitud y nuestra conducta en la adoración.

En el Antiguo Testamento, la adoración estaba muy reglamentada. Al parecer, en el Nuevo Testamento había más libertad. El sacerdocio de unos pocos en el Antiguo Testamento, se transformó en el sacerdocio de todos los creyentes en el Nuevo Testamento. Pero Hechos 5 y 1ª Corintios 5 y 11, nos advierten con vigor acerca de la adoración que no se realiza con la seriedad necesaria. La irreverencia es una ofensa muy seria, tal como la podemos ver tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y la adoración es un área donde la irreverencia es una preocupación constante. Siento una gran aflicción por aquellos que, en el entusiasmo y excitación de su adoración, transgreden claramente las instrucciones dadas a la iglesia con respecto a la adoración. Uno de los puntos en esta situación, es la enseñanza bíblica sobre el rol que la mujer puede desempeñar en las reuniones de la iglesia. También Uza aparentemente fue celoso y sincero en su trabajo de conducir el arca de Dios a Jerusalén y sin embargo, Dios hizo que muriera debido a su irreverencia. A Moisés se le impidió llegar a la tierra prometida, por su irreverencia y por desobedecer a Dios en lo que se le había instruido con precisión. Esto nos lleva a la aproxima observación.

“Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; temed delante de él, toda la tierra” (Salmo 96:9).

(6) La respuesta adecuada a la santidad de Dios, es el temor (reverencia) y el del temor es la obediencia.

Mientras leía los textos de las Escrituras que hablan de la santidad de Dios y del temor que produce en los corazones de los hombres, encontré una fuerte relación entre el temor (o reverencia) y la obediencia. Por ejemplo, la esposa debe respetar (literalmente, temer) a su marido, en Efesios 5:33. La sumisión de la mujer a su marido, con frecuencia se expresa en que debe obedecerle (ver 1ª Pedro 3:5-6). El temor o reverencia, conduce a la obediencia. La misma relación se observa en 1ª Pedro 2:13-25 y en Romanos 13:1-7, con respecto a los ciudadanos y sus autoridades y a los esclavos y a sus amos.

El temor del Señor es el resultado de estar concientes de Su santidad. Por lo tanto, también es la fuente de todo lo que es bueno. El temor es el comienzo del conocimiento (Proverbios 1:7). Hace que odiemos el pecado (8:13: 16:6). También es la base para tener una confianza firme (14:26). Es fuente de vida (14:27). La santidad de Dios es la raíz de muchos frutos maravillosos, que manan de un corazón que ha llegado a reverenciar a Dios como el Santo Único.

(7) La santidad de Dios es la base y la necesidad apremiante para nuestra santificación.

La santidad de Dios es la razón por la que también a nosotros se nos ordena vivir vidas santas:

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:14-19).

Porque Dios es santo, nosotros que somos Su pueblo, también debemos ser santos. Nuestro llamado es la santidad (Efesios 1:4; Romanos 8:29; 1ª Tesalonicenses 4:3). Debemos practicar y proclamar al mundo Sus excelencias (1ª Pedro 2:9) y lo prominente entre las excelencias de Dios, es Su Santidad.

(8) La santidad de Dios hace que el evangelio sea una gloriosa necesidad.

Al pensar en la santidad de Dios y en la del Señor Jesucristo (sin excluir al Espíritu Santo), me siento más y más estremecido por la cruz del Calvario. A menudo pienso en la agonía de nuestro Señor en el Jardín de Getsemaní. Generalmente, pienso en Su agonía en términos de enfrentar la ira del Padre, la ira que merecemos nosotros. Pero este estudio de la santidad de Dios, me ha impresionado con la aversión que tiene un Dios santo hacia el pecado —hacia nuestro pecado. Y, sin embargo, a pesar del desprecio hacia el pecado que un Dios santo tiene, el Señor Jesucristo tomó todos los pecados del mundo sobre Sí mismo y fue al Calvario. Jesús no sólo estaba agonizando sobre la ira del Padre. Estaba agonizando sobre el pecado que Él tenía que llevar por cuenta nuestra. ¡Qué Salvador tan maravilloso!

De lo que comprendo de la historia de la iglesia, los reavivamientos han sido muy asociados con una conciencia renovada y aumentada de la santidad de Dios, acompañada por una convicción intensificada del pecado personal. Si la santidad de Dios consuma en nuestras vidas lo que hizo en la vida de aquellos hombres como Isaías, de quien leímos en la Biblia, tomaremos más conciencia de la profundidad de nuestros pecados y de nuestra desesperada necesidad de perdón. Sin santidad, no podremos entrar al cielo de Dios. En Su santidad, Dios proveyó para nuestros pecados. Por Su muerte de sacrificio en la cruz del Calvario, Jesucristo pagó la penitencia por nuestros pecados y por lo tanto, hizo posible que compartamos Su santidad. Cuando reconocemos nuestro pecado, nuestra injusticia y confiamos en la muerte de Cristo por nosotros, volvemos a nacer. Nuestros pecados son perdonados. Nuestra impiedad es limpiada. Llegamos a ser hijos de Dios.

El Domingo de Resurrección, es el día en el que celebramos la resurrección de Jesucristo de los muertos. Puede ser el momento en que también pasemos de la muerte a la vida, si ponemos nuestra confianza en Él.

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:1-7).


21 R.C. Sproul, The Holiness of God (Wheaton, Illinois: Tyndale House Publishers, Inc., 1985), p. 40.

22 Ibid., p. 54.

23 Ibid., p. 55.

24 Ibid., p. 57.

25 Ibid., p. 57.

26 La relación entre el temor (o reverencia) y la desobediencia, se señala tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo Testamento. En 1ª Pedro 1, él hace un llamado a los santos de vivir en el temor de Dios (1:17). En el Capitulo 2, el temor (reverencia o respeto), es la raíz de la obediencia a los reyes, a los crueles dueños de esclavos y obediencia a los esposos rudos (3:1-6; ver también las palabras de Efesios 5:33). La irreverencia es la raíz de la desobediencia.

27 William McDougall, An Introduction to Social Psychology (New York: Methuen, 1908), p. 132, citado por Kenneth Prior, The Way of Holiness (Downers Grove: Inter-Varsity Press, rev. ed. 1982), p. 20.

28 Juan Calvino, citado por R.C. Sproul en The Holiness of God, p. 68.

29 Os Guiness, Dining UIT The Devil (Grand Rapids: Baker Book House, 1993), pp. 21-24, Algunas contribuciones positivas del movimiento. El resto del libro trata sus deficiencies críticas.

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6. La Justicia de Dios

Introducción

La justicia de Dios, uno de los atributos más notables de Dios en las Escrituras, es también uno de los más evasivos. Para empezar, separar la rectitud de Dios de Su santidad o de Su bondad, pareciera ser difícil. Además, la rectitud de Dios, es virtualmente un sinónimo de Su justicia:

“Aún cuando la palabra más común para justo en el Antiguo Testamento significa ‘recto’ y en el Nuevo Testamento, la palabra significa ‘igual’, en un sentido ético ambas significan ‘recto’. Al decir que Dios es justo, estamos diciendo que Él siempre hace lo que está correcto, lo que debe hacerse y en forma consistente, sin parcialidad ni prejuicios. La palabra justo y la palabra recto, son idénticas tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. A veces, los traductores le dan preferencia a la palabra ‘justo’ y otras a la palabra ‘recto’, sin razón aparente (cf. Nehemías 9:8 y 9:33, donde es usada la misma palabra). Pero cualquiera sea la palabra que usan, esencialmente significan lo mismo. Está relacionada con las acciones de Dios. Su significado siempre es recto y justo.

La rectitud (o justicia), es la expresión natural de Su santidad. Si Él es infinitamente puro, quiere decir que debe oponerse a todo pecado y esa oposición debe demostrarse en el tratamiento que Él da a Sus criaturas. Cuando leemos que Dios es recto o justo, se nos está asegurando que Sus acciones hacia nosotros, están en completo acuerdo con Su naturaleza santa”30_ftn1

Estas palabras de Richard Strauss, nos llevan muy cerca de una definición concisa de la justicia. La justicia en relación con los hombres, es el sometimiento que tienen hacia un estándar. Contrariamente, Dios no está sujeto a nada fuera de Él. Nadie declara esto mejor que A.W. Tozer:

“A veces, se dice: ‘La justicia necesita que Dios haga esto’, refiriéndose a alguna acción que sabemos que Dios llevará a cabo. Esto es un error, tanto en la forma de pensar como en la de hablar, pues esto postula un principio de justicia fuera de Dios, que le exige actuar de una determinada forma. Por supuesto que no existe tal principio. Si existiera, éste sería superior a Dios, pues sólo un poder superior puede exigir obediencia. La verdad es que no existe tal cosa y jamás existirá algo fuera de la naturaleza de Dios que lo mueva en el más mínimo grado. Todas las razones de Dios, provienen de adentro de Su ser no creado. Nada ha entrado en el ser de Dios de la eternidad; nada ha sido removido y nada ha sido cambiado.

Cuando la justicia es usada por Dios, es un nombre que damos a lo que Dios es, nada más y cuando Dios actúa con justicia, Él no lo está haciendo para ajustarse a un criterio independiente, sino que simplemente actúa en Sí mismo en una situación dada… Dios es Su propio principio auto-existente de equidad moral y cuando Él sentencia a los impíos o recompensa a los rectos, simplemente Él actúa como Él mismo, de adentro; sin ninguna influencia que no sea Él mismo”31_ftn2

Entonces, debemos decir que la rectitud de Dios es evidente en la forma que Él actúa consecuentemente con Su propio carácter. Dios siempre actúa en forma recta. Cada uno de Sus actos es consecuente con Su carácter. Dios es siempre ‘divinamente’ consecuente. Dios no se define con el término ‘recto’más bien este término es definido por Dios. Él no es medido por el estándar de la rectitud; Dios estable el estándar de la rectitud.

Abraham y la Rectitud de Dios
(Génesis 18:16-33)

“Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco”.

La rectitud de Dios es introducida en la Biblia, en los primeros capítulos del Libro de Génesis. Este atributo es la base de la súplica que Abraham le hace a Dios, por las ciudades de Sodoma y Gomorra. Aquí, Dios es descrito antropomórficamente (en términos humanos), como alguien que ha oído “el clamor contra Sodoma y Gomorra” (versículo 20). Me pregunto de dónde vino ese clamor. Una posibilidad muy viable, es “…libró al justo Lot… quien afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (ver 2ª Pedro 2:6-8).

En la terminología judicial de nuestros días, Dios no deseaba actuar sólo sobre la base de lo que se decía. Su intención fue “ir” a esos lugares y ver por Sí mismo si estas acusaciones eran verdaderas. Ahora bien, sabemos que Dios es omnisciente. Lo sabe todo. No necesitaba ‘hacer un viaje a Sodoma y Gomorra’ para ver si estas ciudades eran realmente perversas. Sabía que lo era. Pero desde nuestro punto de vista, Dios quiere que sepamos que Él actúa justamente. Él actúa en base de la información que ya conoce personalmente. Así, cuando Dios juzga a las ciudades, lo hace con plena justicia, pues eran verdaderamente perversas.

Me parece muy interesante que los versículos 17-21 preceden a la intercesión de Abraham por estas ciudades. Dios sabía lo que haría. Lo que se proponía hacer, era recto y justo. Pero quería que Abraham tomara parte en ello. Si Dios iba a actuar justamente, simplemente lo estaba haciendo consecuentemente con Su carácter. Pero involucrar a Abraham, también era ser consecuente con el pacto que había suscrito con él y con la meta de este pacto. El propósito de Dios de haber llamado a Abraham y de haber hecho un pacto con él, está escrito en los versículos 17-19:

“Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis:17-19; palabras en itálica, del autor).

El propósito de Dios de llamar a Abraham y de hacer un pacto con él, fue para Abraham, mantener los métodos de Jehová haciendo lo recto y justo en aquellas ciudades y enseñar a su descendencia hacer lo mismo. La rectitud es el propósito divino de Abraham y de su descendencia.

Cuando Dios le informó a Abraham que pensaba destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, éste comenzó a interceder por ellas. Su preocupación era por los justos que podrían vivir en esas ciudades. ¿Cómo Dios podría destruirlas si en ellas vivían hombres y mujeres rectos? Si Dios destruyera tanto a los impíos como a los rectos sin distinción, entonces Él no estaría actuando con rectitud o justicia. Y ciertamente, Dios, como “el Juez de toda la tierra”, debe actuar con justicia (versículo 25).

Abraham comienza a interceder con Dios, a favor de los rectos. Empezando con 50 justos, Abraham le pide a Dios que no destruya estas ciudades si en ella se pudieran encontrar a 50 rectos. Eventualmente, Abraham se vio capacitado (aparentemente así fue) para rebajar el número requerido de justos, hasta llegar a diez (versículo 32). Pero Dios en Su justicia, no actuaría en contra de los impíos de una forma tal que perjudicara a los rectos también. No se compadeció de Sodoma y Gomorra; pero sí lo hizo con Lot y su familia rescatándolos de la ciudad de Sodoma, ante que los ángeles la destruyeran.

Vemos en el Libro de Génesis, el propósito de Dios de llamar a Abraham y a su descendencia: formar un pueblo cuya característica fuera la rectitud y la justicia. Dios no sólo se mostró a Sí mismo recto y justo. También trabajó en la vida de Abraham para demostrar que él era un hombre que amaba la rectitud y la justicia.

La Rectitud de Dios y la Nación de Israel

La rectitud de Dios se observó en todo Su relación con la nación de Israel.

“Entonces Samuel dijo al pueblo: Jehová que designó a Moisés y a Aarón, y sacó a vuestros padres de la tierra de Egipto, es testigo. Ahora, pues, aguardad, y contenderé con vosotros delante de Jehová acerca de todos los hechos de salvación que Jehová ha hecho con vosotros y con vuestros padres” (1 Samuel 12:6-7).

La rectitud de Dios en Su relación con la nación de Israel, tiene varias manifestaciones:

(1) Dios revela Su rectitud, dando a conocer Su voluntad y Su palabra al mundo, a través de la nación de Israel.

“Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque, ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deuteronomio 4:5-8; ver también Salmo 33:4).

Dios se relaciona con los hombres sobre la base de lo que Él les ha revelado. A menudo le dice a los hombres lo que hará antes del evento, de manera que supieran que Dios es Dios y que Él ha cumplido con lo que ha prometido:

“Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí” (Isaías 45:21).

Lo que Dios no ha revelado, no requiere ser conocido (ver Deuteronomio 29:29). Todo lo que es necesario para “participar de la naturaleza divina” nos ha sido revelado (ver 2ª Pedro 1:4), por lo que estamos completamente equipados (2ª Timoteo 3:14-17).

(2) Dios revela Su rectitud, instruyendo a los hombres en Su palabra.

“Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores del camino” (Salmo 25:8).

A menudo esta instrucción a través de los sacerdotes levitas (Levítico 10:11; Deuteronomio 24:8; Nehemías 8:9; 2 Crónicas 17:7-9), o a través de profetas como Moisés (Deuteronomio 4:1, 5, 14; Éxodo 18:20).

(3) Dios revela Su rectitud, cumpliendo Sus promesas.

“Y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él para darle la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del jebuseo y del gergeseo, para darla a su descendencia; y cumpliste tu palabra, porque eres justo” (Nehemías 9-8; énfasis del actor).

(4) Dios revela Su rectitud, juzgando a los enemigos de Israel.

“Entonces Faraón envió a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos” (Éxodo 9:27).

“Delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (Salmo 96:13).

De la misma manera, Dios se muestra a Sí mismo como recto, cuando juzga a la nación de Israel debido a su pecado y desobediencia:

“Cuando Roboam había consolidado el reino, dejó la ley de Jehová, y todo Israel con él. Y por cuanto se habían rebelado contra Jehová, en el quinto año del rey Roboam subió Sisac rey de Egipto contra Jerusalén, con mil doscientos carros, y con sesenta mil hombres de a caballo; mas el pueblo que venía con él de Egipto, esto es, de libios, suquienos y etíopes, no tenía número. Y tomó las ciudades fortificadas de Judá, y llegó a Jerusalén. Entonces vino el profeta Semaías a Roboam y a los príncipes de Judá, que estaban reunidos en Jerusalén por causa de Sisac, y les dijo: Así ha dicho Jehová: Vosotros me habéis dejado, y yo también os he dejado en manos de Sisac. Y los príncipes de Israel y el rey se humillaron, y dijeron: Justo es Jehová” (2 Crónicas 12:1-6)

“Oh Jehová Dios de Israel, tú eres justo, puesto que hemos quedado un remanente que ha escapado, como en este día. Henos aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto” (Esdras 9:15).

“Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos” (Daniel 9:7-8).

(5) Dios revela Su rectitud, en la forma que gobierna.

“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino” (Salmo 45:6).

“Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro” (Salmo 89:14; ver también Salmo 97:2).

(6) Dios revela Su rectitud, en Su odio y en Su ira.

“Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece” (Salmo 11:5).

“Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11).32

(7) Dios revela Su rectitud, en la protección entregada a los pobres y a los afligidos.

“Yo sé que Jehová tomará a su cargo la causa del afligido, y el derecho de los necesitados” (Salmo 140:12; ver también Salmo 12:5; 82; 116:6ss.).

(8) Dios revela Su rectitud, cuando muestra Su misericordia y compasión.

“Clemente es Jehová, y justo; sí, misericordioso es nuestro Dios” (Salmo 116:5).

“Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él” (Isaías 30:18).

(9) Dios revela Su rectitud, al salvar a los pecadores.

“Jehová ha hecho notoria su salvación; su diestra lo ha salvado, y su santo brazo. Jehová ha hecho notoria su Salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (Salmo 98:2-3).

“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11).

Creo que este es un aspecto muy significativo de la rectitud de Dios. Él es recto cuando salva a los pecadores. Con tanta frecuencia pensamos que la rectitud de Dios se revela en Su juicio a los pecadores y en Su misericordia al salvarlos. Las Escrituras enseñan que la rectitud de Dios es la causa de ambas: la condenación y la justificación. Es tanto justo al salvar a los pecadores como misericordioso y compasivo. Dios es recto en todas las relaciones que sostiene con los hombres; en realidad en todo Su quehacer.

La rectitud y la justicia de Dios, no son un asunto secundario, sino de vital importancia. La rectitud y la justicia de Dios, es el principio que guía al pueblo de Dios. Cuando los profetas del Antiguo Testamento, intentaron resumir la esencia de la enseñanza del Antiguo Testamento, con relación a la conducta del hombre, concluyeron que los hombres deberían practicar la rectitud o justicia:

“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestras solemnidades y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”. (Amós 5:21-24).

“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:6-8).

Al resumir lo que era la misma esencia de la Ley del Antiguo Testamento, Amós y Miqueas hablan primero de la justicia y de la rectitud de Dios. Dios no está interesado en que haya un obedecimiento legalista de la Ley, aunque haciéndolo se pudiera hacerse recto a sí mismo. Dios tiene interés en que el hombre busque conocer Su corazón y agradarle haciendo aquello en lo cual Él se deleita y que Él hace.

La Justicia de Dios en el Nuevo Testamento

Si la rectitud y la justicia son el corazón de la Ley del Antiguo Testamento, también son el corazón de la disputa entre Jesús y los escribas y fariseos.33 En el principio mismo de Su ministerio terrenal, Jesús comenzó a contrastar Su interpretación de las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre la rectitud con la que impartían los escribas y los fariseos. En realidad, Jesús no dio una ‘nueva’ interpretación de la justicia o de la Ley, más bien quiso reestablecer la comprensión adecuada de la justicia, tal como la Ley y los profetas la enseñaba. De esta manera, Jesús usó la fórmula reiteradamente: “Oísteis que fue dicho…” (Lo que los escribas y fariseos enseñaban…). “Pero yo os digo…” (Lo que el Antiguo Testamento pretendía enseñar, es…).

Los escribas y los fariseos creían que ellos determinaban el estándar de la rectitud. Creían que ellos, entre todos los hombres, eran justos. Jesús los impactó en gran manera, cuando dijo:

“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Marcos 5:20).

Estaba claro que si los escribas y fariseos no eran capaces de mostrar justicia suficiente por sí mismos, nadie podría. El estándar de la justicia que la Ley presentaba, era aún mayor que la de los escribas y fariseos. Nadie era lo suficientemente justo para llegar al cielo. Qué golpe para los que se creen santos, que pensaban que ya tenían sus sillones preparados en el reino.

Si Jesús impactó a Su audiencia al decir que quienes eran aparentemente los más rectos, no entrarían en el reino con esa clase de rectitud, Él también los impactó al decirles quienes serían ‘bendecidos’ con la entrada al reino: aquellos que tanto los escribas como los fariseos pensaban que eran indignos del reino. Los bendecidos no eran los escribas y fariseos, sino los ‘pobres de espíritu’, ‘los que lloran’, ‘los mansos’, ‘los que tienen hambre y sed de justicia’, ‘los misericordiosos’, ‘los de limpio corazón’, ‘los pacificadores’ y ‘los que padecen persecución por causa de la justicia’; es decir por causa de su relación con Jesús (Mateo 5:3-12).

Jesús enseñó que la justicia verdadera, no es la que el hombre considera como tal en relación con su apariencia externa, sino la que hace Dios basado en la evaluación del corazón:

“Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominable” (Lucas 16:15).

Los escribas y fariseos, quienes pensaban que eran sabios debido a la rigurosa preocupación que daban a asuntos externos, comprobaron lo que creían se oponía completamente a los juicios de Jehová:

“Así también vosotros por fuera, a la verdad. Os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificareis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar” (Mateo 23:28-35).

En el Sermón del Monte, Jesús hizo advertencias sobre las cosas externas y el ceremonialismo.

“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6:1).

De acuerdo a Jesús, la rectitud verdadera es absolutamente diferente de la rectitud de los escribas y fariseos. La rectitud falsa, es medida por los hombres basados en lo externo. La rectitud es juzgada como tal, por Dios de acuerdo a Su Palabra. Por lo cual, los hombres deben tener cuidado al intentar juzgar la rectitud de los demás (ver Mateo 7:1). Aquellos cuyas obras indican que eran rectos, eran aquellos a quienes Dios no los reconoció como hijos Suyos (Mateo 7:15-23). Aquellos que aparentemente eran rectos, no lo eran y aquellos que no parecían serlo según el judaísmo de esos días, bien pudieron haberlo sido.

No es de sorprender entonces, que Jesús no fue considerado como recto por muchos judíos, sino como un pecador.

“Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer esas señales? Y había disensión entre ellos” (Juan 9:16).

“Entonces volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:24-25).

La gran división que se produjo entre los judíos, estaba por sobre si Jesús era o no un hombre pecador (ver Juan 10:19-21).

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, no dejan duda alguna en nuestras mentes sobre si el Señor Jesús era justo. El profeta Isaías hablo del Mesías que habría de llegar, como “El Justo”, quien “justificará a muchos” (Isaías 53:11). Jeremías hablo de Él, como “el Renuevo Justo” (Jeremías 23:5). Cuando Jesús fue bautizado, fue para “cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Tanto la mujer de Pilatos (Mateo 27:19), como el soldado al pie de la cruz (Lucas 23:47), reconocieron Su justicia en el momento exacto en que los hombres le estaban condenando.

De la misma manera los apóstoles fueron testigos de la justicia de Cristo.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1).

“Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1ª Juan 2:29).

La justicia de Dios es particularmente importante en relación con la salvación. En Romanos 3, Pablo señala que Dios no sólo justifica a los pecadores (esto es, Él los declara justos); sino que también se demuestra que es justo (recto) en el proceso:

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto en su paciencia los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin obras de la ley” (Romanos 3:21-28).

Los hombres han fracasado en vivir según el estándar de justicia establecido por la Ley (Romanos 3:9-20). Dios es justo al condenar a todos los hombres a la muerte, pues todos sin excepción, han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Todos los hombres merecen la muerte, debido a que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Dios es justo al condenar a los impíos.

Pero Dios también es justo cuando salva a los pecadores. Como lo expresa Pablo, Él es “justo y justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 6:26). ¿Cómo es esto? Dios es justo porque Su ira justa ha sido satisfecha. La justicia se cumplió en la cruz del Calvario. Dios no rebaja los cargos contra los hombres; Él no cambió el estándar de la rectitud. Dios vertió toda de Su ira justa sobre Su Hijo en la cruz del Calvario. En Él, se cumplió la justicia. Todos los que en Él creen por fe, son justificados. Sus pecados son perdonados, porque Jesús pagó el precio en totalidad; Él sufrió toda la ira de Dios, en lugar del que pecó. Y los que rechazan la bondad y misericordia de Dios en el Calvario, deben pegar el precio de sus pecados, porque no aceptaron el pago que Jesús hizo por ellos.

La cruz del Calvario, cumplió una salvación justa para todos los que la recibieron. Pero también sabemos que sólo aquellos a quien Dios ha elegido —los ‘elegidos’— se arrepentirán y creerán en la muerte de Cristo por ellos. Esto origina otra pregunta con relación a la justicia divina. Después de haber enseñado claramente la doctrina de la elección divina, Pablo pregunta cómo se concilia la elección con la justicia divina y después da la respuesta:

“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: en Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jehová amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles?” (Romanos 9:6-24).

Se asume que la elección divina ha sido enseñada por Pablo, como un hecho bíblico. Si no fuera así —tan claro como lo es— Pablo no se hubiera referido al tema. Y si la elección no existiera, simplemente él se hubiera sacado de encima la pregunta, considerándola ilógica e irrazonable. Pero Pablo asume la verdad de la elección y la posibilidad que algunos pudieran objetar considerando que ésta haría que Dios fuese injusto. Lo primero que hace Pablo, es censurar a los que se atrevan a juzgar a Dios y pronunciarse sobre su justicia. ¿Cuán presuntuoso puede ser el hombre? ¿Puede Dios pararse frente al estrado para ser juzgado por el hombre? ¡Por supuesto que no!

Como se ve en el Capítulo 3, Dios ha actuado justamente al condenarnos a todos y en Cristo, aquellos que fueron justificados han sido castigados y después elevados a una novedad de vida. También es Dios recto al juzgar a todos aquellos que han rechazado Su oferta de salvación en Cristo. Dios sería injusto, sólo si dejara de lado la justicia sin que ésta sea cumplida en Cristo, ya sea por Su muerte sacrificial en Su primera venida o por Su juicio al mundo no creyente en Su segunda venida.

La gracia divina, la gracia por medio de la cual Dios salva a los hombres de sus pecados, no se alcanza sobre la base de los méritos de los hombres, sino a pesar de los pecados del hombre. La gracia, como después la analizaremos en otros mensajes, es conferida soberanamente. Dios sería injusto, sólo si no derramara Sus bendiciones sobre los hombres que la merecieran. Por cuanto Dios es libre para otorgar bendiciones no merecidas a cualquier pecador. Él puede elegir; Dios no es injusto al salvar al peor de los pecadores y al no elegir para salvación a otros pecadores. Dios no le debe la salvación a nadie y por tanto, Él no es injusto por salvar a algunos y no elegir a otros.

Las buenas nuevas del evangelio, es que la salvación por la gracia se ofrece a todos los hombres y por medio de la justicia de Jesucristo, los hombres pueden ser perdonados de sus pecados y ser considerados rectos:

“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2ª Corintios 5:20-21).

Conclusión

Si el pecado es la manifestación de nuestra injusticia y sólo podemos ser salvos a través de una justicia que no es nuestra —la rectitud de Cristo— entonces el pecado extremo es la auto-justicia. Jesús no rechazó a los pecadores que vinieron a Él buscando misericordia y salvación; Él rechazó a aquellos que eran demasiado rectos (a sus propios ojos), para necesitar justicia. Jesús vino para salvar a los pecadores y no a los que eran justos a sus propios ojos. Nadie está demasiado perdido como para no ser salvo. En los Evangelios, aquellos que creían ser los más rectos, fueron los con nuestro Señor juzgó como malvados e impíos.

Si nos encontramos entre quienes han reconocido su pecado y confiaron en la rectitud de Cristo para nuestra salvación, la rectitud de Dios es una de las verdades más grandes y consoladoras que debiéramos abrazar. La justicia de Dios significa que cuando Él establezca Su reino en la tierra, será un reino caracterizado por la justicia. Él juzgará a los hombres en rectitud y reinará en rectitud.

No necesitamos preocuparnos por los malvados de nuestros días, que al parecer salen adelante con el pecado. Si amamos la rectitud, ciertamente no nos atreveremos a envidiar a los malvados, cuyo día del juicio les espera (ver Salmo 37; 73). Su día del juicio, les está llegando rápidamente y la justicia prevalecerá.

Si estamos concientes que la verdadera rectitud no debe ser juzgada de acuerdo a los estándares externos y legalistas y que el juicio le pertenece a Dios, no nos atreveremos a preocuparnos de juzgar a los demás (Mateo 7:1). También debemos considerar que el juicio comienza en la casa de Dios y por lo tanto, debemos estar prontos a juzgarnos a nosotros mismos sin obviar aquellos pecados que son una ofensa a la rectitud de Dios (ver 1ª Pedro 4:17; 1ª Corintios 11:31).

La doctrina de la rectitud de Dios, significa que nosotros, como Sus hijos (si es usted cristiano), debemos buscar imitar a nuestro Padre celestial (5:48). No debemos buscar la venganza en contra de aquellos que pecaron en contra nuestra; debemos dejar la venganza a Dios (Romanos 12:17-21). Más que buscar quedar igualados, suframos la injusticia del hombre, al igual que nuestro Señor Jesús, que Dios pueda llevar a nuestros enemigos al arrepentimiento y a la salvación (Mateo 5:43-44; 1ª Pedro 2:18-25). Y oremos, tal como nos lo instruyó, para que en el día cuando la rectitud reine, sea posible:

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).


30 Richard L. Strauss, The Joy of Knowing God, (Neptune, New Jersey: Loizeaux Brothers, 1984), p. 140.

31 A.W. Tozer, The Kingdom of the Holy, pp. 93-94.

32 Cuando Dios está enojado, también es justo. La Biblia no enseña: “No te enojes y peca”. Más bien enseña que hay momentos en debemos enojarnos (al igual que Dios); pero no dejemos que la ira nos conduzca al pecado. Existe una ira santa, que no es pecado. A veces pecamos por no enojarnos contra el pecado.

33 Ver, por ejemplo Mateo 23; Lucas 16:15; Filipenses 3:1-11.

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8. La Gracia de Dios

Introducción

Para ilustrar la gracia de Dios, a menudo narro la historia verdadera de mi amigo que compró un Jaguar convertible último modelo, después de regresar como veterano de Viet Nam. Una mañana temprano, aún usando su uniforme de la armada, se dirigía en su automóvil por una estrecha calle de Oklahoma. Decidió averiguar cuánta velocidad podría sacarle a su automóvil, por lo que lo aceleró al máximo. Justo cuando llegó a la cima de una pequeña loma, alcanzó la velocidad máxima. Y allí, justo en la cima, sin ser visto hasta que ya era demasiado tarde, se encontraba el policía con un radar. Mi amigo supo de inmediato que todo se había acabado aún cuando le tomó una milla o más poder detener su automóvil y quedó allí sentado esperando que el policía lo alcanzara.

El policía detuvo su auto y lentamente procedió a acercarse a mi amigo quien estaba con su licencia de conducir en la mano. ‘¿Tiene idea de lo rápido que estaba conduciendo?’, le preguntó. ‘No exactamente’, le replicó mi amigo un tanto avergonzado. ‘Ciento sesenta y tres millas por hora’, contestó el policía. ‘Eso me suena bastante bien’, replicó mi amigo.

Mi amigo no esperaba lo que el policía diría a continuación: ‘¿Le importaría que le echara una mirada al motor?’, preguntó. ‘De ninguna manera’, dijo mi amigo. Más o menos media hora más tarde, los dos hombres terminaron bebiendo café en un negocio cercano, antes que el policía se retirara, ¡sin haberle entregado la papeleta a mi amigo!

Solía decir que si el oficial pagó por el café, eso era gracia. Pero en realidad, no es el tipo de gracia que nos habla la Biblia. En respuesta a la solicitud de Moisés de ver la gloria de Dios (Éxodo 33:18), Dios le permitió a Moisés ver una parte de ella:

“Y Jehová descendió de la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5-7).

La gloria de Dios es vista en parte, por Su gracia. Él es misericordioso y piadoso (versículo 6). Pero además, Dios no deja sin castigo a los malvados (versículo 7). La gracia de Dios no pasa por alto al pecado; castiga el pecado pero de una forma que perdona a quienes son culpables.

Por lo tanto, debo revisar mi ilustración, agregando un poco de ficción para describir con más precisión la gracia de Dios. Cuando mi amigo llegó a la cima de aquel cerro a 163 millas por hora, presionó los frenos a fondo provocando así que el automóvil siguiera su curso fuera de control, estrellándose en el carro policial casi destruyéndolo y golpeando severamente al policía. En vez de dejar ir a mi amigo sin su parte, el oficial debió haberlo escrito y haber pagado él mismo la multa. No debió haber permitido que mi amigo pagara nada —incluso el café. Ahora bien, eso sí sería gracia, la clase de gracia que la Biblia nos cuenta, la gracia de Dios para los que son salvos.

Nuestra lección considera la gracia de Dios, como un tema tan inmenso que podría estar una eternidad intentando de comprenderla. En consecuencia, intentaré resumir algunos de los elementos principales de la gracia de Dios, llamando su atención a tres historias de la Biblia que describen la gracia de Dios. La primera historia es la de Jacob y la gracia de Dios (Génesis 25-32; Oseas 12:2-6); la segunda es la de Jonás y la gracia de Dios y la última es la de Jesús y la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11). En estas tres historias, encontraremos a un hombre que finalmente termina de luchar con Dios y los hombres y se somete a sí mismo a la gracia de Dios (Jacob). Consideraremos a un hombre que es profeta y sin embargo, odia la gracia de Dios (Jonás), Y veremos a una mujer que es recipiente de la gracia de Dios, mientras está allí de pie condenada por algunos de sus pares auto denominados justos (la mujer de Juan 8:1-11).

Jacob y la Gracia de Dios41_ftn1

Jacob no es el primer ejemplo de la gracia de Dios; pero es uno de los ejemplos más impresionantes del Antiguo Testamento. Parece que le tomó 130 años comenzar a tomar conciencia de lo que significaba vivir por la gracia de Dios (ver génesis 47:9). Existe un punto crucial en la vida de Jacobo en el cual él comienza a descansar en la gracia de Dios. Es en ese punto, registrado en Génesis 32:22-32 e interpretado con mayor cuidado en Oseas 12:2-6, sobre el cual me gustaría que enfocáramos nuestra atención.

Incluso antes de su nacimiento, Jacob fue un hombre que peleó con otros:

“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre. Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob. Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz” (Génesis 25:21-26).

Cuando los niños crecieron, Jacob intentó salir adelante luchando con su hermano:

“Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza, mas Rebeca amaba a Jacob. Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué , pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura (Génesis 25:27-34).

El punto final de las relaciones entre Jacob y Esaú, sucedió cuando Jacob engañó a su padre al hacerle pensar que él era Esaú, obteniendo así la bendición de su padre (Génesis 27). En realidad, era Jacob quien debía gobernar por sobre Esaú. Al parecer, Isaac estaría intentando reversar el hecho que Jacob tomara el lugar del que nació primero, tal como Dios lo había señalado (Génesis 25:23). Pero Rebeca y Jacob estaban equivocados en cuanto al procedimiento que usaron para obtener la bendición de Isaac. Una vez más, Jacob estaba peleando con los hombres y no en la forma que se le encomendó.

Como resultado del engaño, Esaú estaba furioso con Jacob por lo que sus padres enviaron a este último a Padan-aram para que buscara una esposa (Génesis 27:41-28:5). Fue un gran incentivo para Jacob para regresar y permanecer en Padan-aram. Después de su dramática visión, Jacob hizo un pacto con Dios, lo que demuestra que aún está luchando y no descansa en la gracia de Dios:

“E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”.

Algunos podrían considerar la promesa de Jacob, como una ‘plegaria de fe’. Lo veo de otra manera. Observe todos los ‘si’. El compromiso de Jacob hacia Dios, está basado en el comportamiento que Dios tenga para satisfacer las necesidades de Jacob, tal como éste las define. Si Dios: (1) le protege en su viaje; (2) le provee la comida y la vestimenta adecuada y (3) le permite regresar al hogar de su padre sano y salvo, entonces Jacob haría de Jehová su Dios y entonces le entregaría el diezmo. El orden está absolutamente opuesto a los que Dios requiere de nosotros. Debemos “primero buscar el reino y Su justicia” y después “todas las cosas” (como comida y vestimenta) se nos añadirán (Mateo 6:33). Considere cómo la oferta de Jacob contrasta con estas palabras, pronunciadas por nuestro Señor:

“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de ver; no por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Marcos 6:25).

El ‘trato’ que hizo Jacob con Dios, es uno con el cual incluso Satanás hubiera estado de acuerdo:

“Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (Job 1:9-11).

Y así encontramos al viejo Jacob en Padan-aram, ‘sirviendo’ a su tío Labán. Una vez más está peleando con los hombres, buscando salir adelante a expensas de otros. Finalmente, sólo después que Jacob abandona la casa de Labán y la tiera de Padan-aram, se encuentra con la gracia. Cuando Jacob está por entrar a la tierra de Canaán, sabe que debe enfrentarse con su hermano Esaú y esto pone un desafío considerable a su seguridad. Al parecer, la pelea con el ángel de Jehová, fue el momento que le hizo cambiar:

“Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba, y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y l varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. Y cuando había pasado Peniel, le salió el sol; y cojeaba de su cadera. Por esto no comen los hijos de Israel, hasta hoy día, del tendón que se contrajo, el cual está en el encaje del muslo; porque tocó a Jacob este sitio de su muslo en el tendón que se contrajo” (Génesis 32:22-32).

Si sólo consideramos este pasaje, sería posible llegar a una conclusión equivocada. Podríamos suponer erróneamente que Jacob sobrepasó al ángel (¡un hecho asombroso!) y que debido a la perseverancia de Jacob en pelear con los hombres (y con Dios) a lo largo de los años, finalmente prevaleció. Dios está ahora a disposición de Jacob.

Pero no fue así. De esta historia concluimos que este “ángel” fue realmente Dios (versículo 30). ¿Podría Jacob haber sobrepasado a Dios en una pelea? Sabemos que más adelante que cuando aparentemente la lucha parecía estar igualada, el ángel golpeó a Jacob provocándole un dislocamiento de la cadera (versículo 25). Jacob no está ahora en condiciones de pactar con Dios. La interpretación de esta historia, fue dada siglos después, por el profeta Oseas cuando le hablaba a la nación de Israel, personificada por Jacob:

“Efraín se apacienta de viento, y sigue al solano; mentira y destrucción aumenta continuamente; porque hicieron pacto con los asirios, y el aceite se lleva a Egipto. Pleito tiene Jehová con Judá para castigar a Jacob conforme a sus caminos; le pagará conforme a sus obras. En el seno materno tomó por el calcañar a su hermano, y con su poder venció al ángel. Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros. Mas Jehová es Dios de los ejércitos; Jehová es su nombre. Tú, pues, vuélvete a tu Dios; guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía siempre” (Oseas 12:1-6).

Por su desobediencia, Israel está siendo reprendido por el profeta Israel. Están a punto de ser desechados por Dios durante un período de tiempo, el tiempo de los gentiles. No han confiado en Dios ni han obedecido el pacto que tenían con Él. Ellos, al igual que Gomer la ramera, están cosechando lo que sembraron. Pero hay una vuelta atrás, una forma de conseguir las bendiciones de Dios, de entrar en la gracia de Dios. Esta forma es buscar humildemente a Dios por la gracia. Esto es lo que Oseas le dice a la nación de Israel, lo que Jacob debe hacer (recuerden que el nombre de Jacob fue cambiado a “Israel” en Génesis 32:27-28). Durante toda su vida, había estado luchando contra Dios y con los hombres. Había estado intentando seguir adelante por su propia astucia, engaños y esfuerzo. Pero cuando el ángel le dislocó la cadera, ya no tenía manera alguna de ‘forzar’ al ángel para que lo bendijera. Todo lo que podía hacer, era llorar y suplicar misericordia (en el nombre de Dios). Finalmente, Jacob aprendió cómo las bendiciones de Dios son dadas a los hombres —sin apropiarse de ellas, sino que por gracia.

Jonás y la Gracia de Dios (Jonás 3 y 4)

La gracia fue la base del trato de Dios con Israel, como lo fue también en su trato con los gentiles. Cuando la Ley se comprende correctamente, fue un don de la gracia divina. La entrada de Israel a las bendiciones del pacto de Dios, tendría que ser por medio de la gracia (Deuteronomio 30:1-14). Los otros profetas hablaron de la gracia de Dios, como la base del trato que tenía con Su pueblo y la base para la esperanza y la alabanza de Israel (Isaías 30:18-19; Jeremías 3:12; Joel 2:12-14; Amós 5:15). Como profeta de Dios, se podría esperar que Jonás se hubiera gozado en la gracia de Dios. Pero, simplemente no fue el caso.

En Jonás 1, los marineros paganos le demuestran gracia a Jonás tratando desesperadamente de salvar su vida con el riesgo de perder las suyas. Oran a Dios, preocupados por la posibilidad de quitarle la vida a un inocente. Pero Jonás no demuestra gracia alguna hacia ellos. Da la impresión que poco le ha preocupado poner en peligro la vida de los marineros, a causa de su rebelión en contra de Dios. Virtualmente tienen que arrancarle la verdad: que él es realmente un profeta del único Dios verdadero, el Dios que hizo los cielos y la tierra.

En Jonás 2, Dios perdona la vida de Jonás por un medio que aparentemente era su destrucción —un pez gigante. Jonás se estaba ahogando. Sólo le restaban pocos momentos de vida. Repentinamente, fue envuelto por la oscuridad, A su alrededor habían paredes viscosas de carne. El olor debió haber sido espantoso. ¡Había sido tragado por un pez! Era una muerte muy lenta la que esperaba a Jonás. Y después debió haberse dado cuenta que en realidad el pez era su salvación. Mientras estaba dentro del pez, Jonás compuso una oración que está registrada en el Capítulo 2 de Jonás. Si analizamos cuidadosamente la oración de Jonás, se nos revela que en realidad es un poema. Con más precisión, es un salmo. Al mirar las referencias marginales en nuestra Biblia, nos damos cuenta que es un salmo en el cual Jonás emplea muchos términos y expresiones que vemos en los salmos.

Sin embargo, este ‘salmo’ es como los salmos del Libro de los Salmos, sólo en la forma y en el vocabulario. No se parece a ninguno de los salmos de la Biblia, en términos de énfasis o de teología. Jonás habla demasiado de sí mismo, de su experiencia, de su peligro, de su agonía. Dice demasiado poco de Dios. Habla de mirar y orar dirigiéndose hacia el templo santo (versículo 4, 7). Habla de una forma desdeñosa de los paganos y en comparación con ellos, se eleva a sí mismo:

“Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí, la salvación es de Jehová” (Jonás 2:8-9).

Lo que está faltando es alguna referencia a su propio pecado o algún indicio de arrepentimiento. Esto es especialmente interesante en que Jesús está en ‘cautiverio’, como resultado de su pecado y hace referencia al templo de Dios. Sin embargo, consideremos este texto que perfila en forma muy precisa cómo un israelita se arrepiente:

“Si pecaren contra ti (pues no hay hombre que no peque), y te enojares delante contra ellos, y los entregares delante de sus enemigos, para que los que los tomaren los lleven cautivos a tierra de enemigos, lejos o cerca, y ellos volvieren en sé en la tierra donde fueren llevados cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de su cautividad, y dijeren: Pecamos, hemos hecho inicuamente, impíamente hemos hecho; si se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma, en la tierra de su cautividad, donde los hubieren llevado cautivos, y oraren hacia la tierra que tú diste a sus padres, hacia la ciudad que tú elegiste, y hacia la casa que he edificado a tu nombre; tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada, su oración y su ruego, y ampararás su causa, y perdonarás a tu pueblo que pecó contra ti” (2 Crónicas 6:36-39, énfasis del autor).

Salomón no sólo indica que un israelita que está en un país distante puede dirigirse hacia el templo santo de Dios y orar pidiendo perdón, también entrega las palabras que un judío arrepentido debe decir para expresar dicho arrepentimiento:

“…y ellos volvieren en sé en la tierra donde fueren llevados cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de su cautividad, y dijeren: Pecamos, hemos hecho inicuamente, impíamente hemos hecho” (2 Crónicas 6:37).

Cuando miramos la historia de Israel, aquellos que verdaderamente se arrepintieron de sus pecados y de los pecados de su nación, siguieron este patrón establecido por Salomón:

“Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oir la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo” (Nehemías 1:6-7).

“Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo. Nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no pusieron por obra tu ley, ni atendieron a tus mandamientos y a tus testimonios con que les amonestabas” (Nehemías 9:33-34).

“Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas” (Daniel 9:5).

¿Se atrevería alguien a decir que el ‘salmo’ de Jonás es una expresión de arrepentimiento? Habla de los gentiles como pecadores y de sí mismo (y por inferencia, de todos los judíos), como justo (Jonás 2:8-9). Basándonos en Jonás 1, esto es difícil de defender. Jonás el profeta, está actuando como un pagano mientras que los marineros están adorando al Dios de Israel.

Algunos han señalado las últimas palabras del seudo salmo de Jonás, como la última expresión de arrepentimiento:

“La salvación es de Jehová” (Daniel 9:9)

Creo que no, aunque sólo recientemente he llegado a esta conclusión. La expresión: “La salvación es de Jehová”, también es una cita de los Salmos. Consideremos la expresión más completa de esto en el Salmo 3:

“No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí. Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste. La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición. Selah” (Salmo 3:6-8).

Observemos en forma especial, las últimas palabras del versículo 8, las palabras que Jonás no incluyó; pero que creo ver implícitas. Jonás quería que Dios salvara a Su pueblo Israel y que condenara a los gentiles al infierno (en el Capítulo 4, se hace muy evidente). Sus palabras en el Salmo 2, expresan más alivio que alabanza; se enfoca más en Jonás que en Dios y dan esperanza para la liberación de los judíos; pero no de los gentiles. Recuerden que Jonás había sido enviado a predicar al pueblo de Nínive y, ¡se había rehusado a hacerlo! No quería que esos gentiles impíos fueran salvos; sólo los judíos rectos.

¿No suena esto algo duro? Lo es y también es verdad. De esto se trata el Libro de Jonás. Jonás, el profeta rebelde y sin arrepentimiento, es un cuadro de la nación de Israel. Ilustra el rechazo que tuvieron los judíos, de ser “luz para los gentiles”, de tomar las buenas nuevas de la gracia de Dios hacia los paganos. Los judíos pensaban que Dios les había elegido porque eran mejores, más merecedores y que Él había rechazado a los gentiles, condenándole al infierno eterno porque no eran merecedores de Sus bendiciones.

Si Jonás se hubiera arrepentido, hubiera sufrido un vuelco; su corazón y sus acciones, hubieran cambiado, de acuerdo a o que implica la palabra arrepentimiento. Esto significa que se hubiera dirigido en forma inmediata hacia Nínive, donde Dios le había ordenado ir. En vez de ello, el Capítulo 3 comienza con una reiteración de este mandato. Jonás no irá a Nínive hasta que Dios se lo ordene nuevamente. Y es así, que con muy pocos deseos finalmente va a Nínive, donde proclama el mensaje que Dios le ha entregado.42

Si queremos ver un genuino arrepentimiento, no miremos a Jonás; fijémonos en los ninivitas. La gente de la ciudad creyó en Dios (versículo 5) y comenzaron a ayunar. Toda la población se arrepintió y lo demostraron, ayunando. Es más, el ganado también fue incluido en el ayuno. De la misma manera, el rey también se arrepintió y ayunó, lo que hizo aparentemente sin haber oído personalmente a Jonás; pero habiendo escuchado su mensaje de segunda mano (ver versículo 6). El rey llamó al ayuno y condujo a la nación al arrepentimiento, con un cierto grado de confianza en que Dios era misericordioso y que Él pudiera aplacarse y evitar la destrucción si se arrepentían. Esto tiene una buena base bíblica:

“Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿no podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. En un instante hablaré contra pueblos, y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles” (Jeremías 18:5-8).

Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo. ¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?” (Joel 2:12-14).

Y así Dios cedió y no hizo el mal con el que los había amenazado a través de Jonás y la ciudad fue perdonada (3:10). Este es el momento en el que Jonás realmente se enfada con Dios. Imagínense esto: Jonás el profeta, advierte a los hombres de la ira santa de Dios hacia los pecadores y este pecador —Jonás— está enojado con Dios y mal dispuesto a desahogar su ira hacia Dios. Pienso que la gracia que Dios otorgó a los ninivitas no fue tan asombrosa como la que le demostró a Jonás. En estos momentos, Jonás no debió haber sido más que un montoncito de cenizas; sin embargo, ahí lo tenemos agitando su puño cerrado frente a la cara de Dios. Y Dios se dirige gentilmente a él, diciéndole: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?” (versículos 4, 10).

La oración de Jonás en el Capítulo 4, es absolutamente asombrosa. Protesta en contra de Dios en base a Su gracia, compasión, cemente, piadoso y que se arrepiente del mal (versículo 2). Este es el único lugar de la Biblia en que una persona protesta en contra de Dios y no le alaba a Él por sus atributos. Tales atributos son la esencia de la gloria de Dios, de acuerdo a Éxodo 34:6. Son la base para la intercesión del hombre, pidiendo el perdón divino para los pecadores (Números 14:18). Son la base para el arrepentimiento de los hombres (Deuteronomio 4:31; Joel 2:12-14) y la razón por la que Dios persevera con este pueblo duro cerviz (Nehemías 9:17, 31). Son la base de las obras de Dios para la salvación (Salmo 116:5) y el perdón (Salmo 103:8-10). Son la motivación y la base para que los hombres adoren a Dios (Salmo 111.4; 145:8). Pero Jonás encuentra que estos atributos son repulsivos y repugnantes – la base para protestarle a Dios.

Mientras se desarrolla la historia, finalmente encontramos a un Jonás feliz. A pesar del hecho que Dios ha perdonado a los ninivitas y ha suspendido el día de la destrucción, Jonás construye una enramada fuera de la ciudad, aún pensando que Dios la va a destruir y que tendrá el placer de ver cómo se transforma en humo. En el calor intenso que hacía allí donde él estaba (y que no tenía razón alguna para sufrir por él), Dios en Su misericordia le entrega una planta para que tenga sombra. Y después, Dios se la quita lo que hizo que Jonás se enfadara aún más. Dios le pregunta si es justo que esté enojado por lo que le ha sucedido a la planta y éste le asegura a Dios que tiene todo el derecho.

Durante mucho tiempo creí que el pecado de Jonás era el del egoísmo y preocuparse en demasía de sí mismo. Finalmente, he llegado a ver lo que creo que es el mensaje entre líneas de este libro. Jonás estaba enojado con la gracia de Dios. Estaba enojado porque Dios mostró Su gracia a los ninivitas. Se alegró cuando Dios le mostró Su gracia al regalarle la planta que le daría sombra; pero se puso furioso cuando Dios la destruyó. Jonás no se merecía esa planta y ciertamente tampoco se la ganó. Fue un regalo de la gracia de Dios y Dios podía dársela o no y de la misma manera, quitársela.

Jonás deseaba las bendiciones de Dios. Las esperaba. Y se enojó cuando Dios le quitó esas bendiciones o se las entregó a otros. Jonás deseaba la gracia de Dios; pero no como gracia. Quería los beneficios y las bendiciones de Dios; pero mereciéndolas y no como un pecador no merecedor de ellas. Esto es lo que enojó a Jonás con relación al trato que Dios tuvo con los ninivitas. Tuvo que admitir que aquello fue gracia; pero él detestaba la gracia. La gracia humilla al receptor de las bendiciones de Dios. La gracia señala la impiedad del recipiente. Jonás deseaba ser bendecido; pero no en el terreno de la gracia.

El problema de Jonás es precisamente el mismo de los judíos, tanto entonces como ahora. Jonás se consideraba justo por sí mismo. Las personas que así se consideran, no quieren confesar sus pecados e implorar la gracia de Dios. Piensan que son merecedores de las bendiciones de Dios y sólo se enojan cuando Dios no satisface sus deseos. Jonás, al igual que los israelitas de sus días y como los judíos de los días de Jesús, eran pecadores que se consideraban justos en sí mismos y se enojaban cada vez que Dios demostraba Su gracia a los pecadores. Jonás, como muchos hombres de nuestros días, detestan la gracia de Dios.

La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo

“Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en peguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oir esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:2-11).

Sabemos que cuando nuestro Señor vino a la tierra, Él fue la personificación de la gracia y de la verdad (Juan 1:14). Un incidente en la vida y ministerio de nuestro Señor, nos dice mucho acerca de la gracia que Él demuestra a los hombres. Mientras estaba enseñando en el templo, los escribas y fariseos idearon tentarle trayéndole a una mujer que había sido sorprendida en acto de adulterio43_ftn3 —en “el acto mismo” (versículo 4). Estos hipócritas, al considerarse a sí mismos justos, no estaban preocupados de la ira de Dios hacia su propio pecado, porque se fijaban en los demás —como en esta mujer— como pecadores. Debido a que Jesús demostraba tal compasión por los pecadores y Él pasaba tanto tiempo con ellos, los escribas y fariseos quisieron poner a Jesús en una situación imposible. Pretendían que Él optara por mostrarse suave con el pecado o en una línea dura y así perder popularidad frente al pueblo, dando Su anuencia para matar a esta mujer.

Le recordaron que la Ley requería que esa mujer muriera. Por supuesto que estaban en lo correcto; pero también eran necesaria la muerte del hombre (ver Levítico 20:10ss.; Deuteronomio22:22ss.). Entonces le pidieron Su opinión con respecto a lo que debía hacerse con aquella mujer. ¿Se atrevería Jesús a desafiar la Ley de Moisés?

Jesús estaba más interesado en la hipocresía de los escribas y de los fariseos que someter a muerte a la mujer. Si los pecadores debían morir (pues la paga del pecado es la muerte—el alma que pecare deberá morir), entonces que los que no tienen pecado, tiren la primera piedra. Nadie podía tener el coraje de asumir que no tenían pecado. Nadie se atrevió a afirmar que era lo suficientemente justo como para pronunciar un juicio y comenzar la ejecución. Y es así que todos los que acusaban a esta mujer, desaparecieron uno por uno, desde el más anciano al más joven.

Entonces, Jesús le habló a la mujer, preguntándole dónde estaban los que la habían acusado. Ella contestó que nadie había quedado para acusarla. Jesús entonces, le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. De estas palabras se deduce claramente que la mujer había pecado. ¿Por qué entonces nuestro Señor no la condenó? Solo Él “no tenía pecado”. Sólo Él podía haber tirado la primera piedra. En vez de ello, le dijo que Él no la condenaba y que debía seguir su camino; pero no su vida de pecado.

¿Por qué el Señor Jesús podía hacer y decir estas cosas? ¿Por qué Jesús no obedeció la ley, arrojándole una piedra a la mujer? La razón es simple y puede resumirse en una sola palabra: gracia. El propósito de Jesús en Su primera venida, no es la condenación sino la salvación. Él vino a buscar y a salvar a los pecadores. Legítimamente podía negarse a arrojarle a una piedra a esta mujer, no porque la Ley estuviera errada, sino porque Su propósito al venir fue sufrir Él mismo la sentencia a muerte. Vino a morir por los pecados de aquella mujer y es así que Él ciertamente no le arrojaría una piedra. No estaba minimizando su pecado, o sus consecuencias; sino anticipando aquel día cuando Él cargaría el castigo por los pecados en la cruz del Calvario. Eso, amigos míos, es la gracia de Dios; la gracia que nuestro Señor vino a proveer a través de Su muerte por sustitución en el lugar que le pertenece al pecador.

Conclusión

No existe palabra más dulce para los oídos del pecador, que la palabra gracia. Y no hay nada más repulsivo para el hombre que se autoconsidera justo, que la gracia, pues este tipo de hombres, niegan sus pecados y exigen de Dios Sus bendiciones, como que lo merecieran.

¿Ha pensado alguna vez que ha sido demasiado pecador, para que Dios lo salve? Entonces, la gracia es para usted la buena nueva que Dios le tiene. Vuestra salvación no está basada en lo bueno que usted puede ser y su salvación no está prohibida por lo pecador que ha sido. Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores y el apóstol Pablo nos dice que gana el primer premio por ser el “jefe de los pecadores” (1ª Timoteo 1:15). Usted deberá ponerse en la fila, detrás de Pablo (y de mí), si piensa de usted mismo como demasiado pecador. Nunca será usted demasiado pecador para ser salvo, ni tan bueno, ni tan justo en sí mismo, ni tan autosuficiente. En ninguna parte la gracia es más elocuente, más gloriosa, más preciosa que cuando se contrasta con el pecado —nuestro pecado.

Antes que nos volvamos demasiado presumidos en nuestra condenación a los hombres como Jonás, permítanme preguntarles si alguna vez se han enojado con Dios. Me aventuro a decir que ha sido así, lo reconozca y lo admita o no. Y, ¿porqué se enojó con Dios? Porque sintió que Él no le dio lo que merecía. Se enojó porque Dios no le estaba tratando sobre la base de otra cosa, que no fuera la gracia. No es obligatorio dar gracia a los pecadores. Y los pecadores impíos no tienen derecho a protestar si Dios no les da Su gracia, pues ésta no es algo que pueda merecerse o ganarse bajo ningún concepto.

La gracia es una noticia tan maravillosa, una oferta tan gloriosa para aquellos que se reconocen como pecadores, porque ellos saben que no merecen otra cosa que la ira de Dios. La gracia sólo es repugnante para los que se creen justos en sí mismos. La gracia también es la base de la humildad. La gracia declara que todos los hombres en su condición de perdidos, son iguales. “...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Todos merecemos el sufrimiento eterno del infierno. Todo pecador está perdido y condenado y pronto a ser sentenciado a destrucción, destituido de la gracia de Dios. La gracia no sólo declara que todos están igualmente perdidos; también declara que todos los que son salvos, son iguales. No somos salvos por nuestras obras, por nuestros esfuerzos o por nuestros méritos. Somos salvos por la obra de nuestro Señor Jesucristo, en la cruz del Calvario, por la muerte de sustitución, en el lugar que nos correspondía a nosotros y Su resurrección y Su ascensión a los cielos para sentarse a la diestra del Padre. La gracia pone a todos los hombres en el nivel del suelo. No hay lugar para la arrogancia con respecto a la gracia, excepto jactarnos en Aquel que nos ha otorgado Su gracia.

La gracia es la regla de vida y también es el tema que predomina en nuestras vidas mientras vivimos aquí en este mundo sirviendo a Dios y a Su iglesia. Debemos demostrar esta gracia a los demás, de la misma manera que Dios lo ha hecho con nosotros. La gracia está también siendo atacada por aquellos como Jonás y como los líderes religiosos del Nuevo Testamento. Siempre debemos estar en guardia en contra de aquellos que tratan de destruirla insidiosamente.

De todas las verdades que agitan vuestra alma, que provocan la adoración y el servicio y que originan en usted humildad y gratitud, está la verdad que Dios es un Dios de gracia y que esa gracia se ha manifestado en la persona de Jesucristo. Si usted recibiera la gracia de Dios, debe hacerlo aceptando el don misericordioso de la salvación que Dios ha provisto en y a través de Cristo. Que nuestros corazones y mentes estén continuamente sacudidos con “la maravillosa gracia de Jesús”.

Citas Citables

En Dios, la gracia y la misericordia son una sola cosa; pero en la medida que nos llegan, son considerados como dos atributos, relacionados ; pero no idénticos.

“Así como la misericordia es la bondad de Dios confrontada con la miseria humana, de la misma forma la gracia es Su bondad dirigida hacia la deuda y el desmerecimiento humanos. Es por Su gracia que Dios imputa mérito allí donde no existía previamente y declara que no existe deuda alguna donde sí existía.

La gracia es el gozo de Dios que le inclina a conferir beneficios sobre aquellos que no los merecen. Es un principio auto-existente inherente a la naturaleza divina y se nos aparece como una inclinación auto-provocada a tener piedad de los impíos, a perdonar a los culpables, a dar la bienvenida a los desechados y a favorecer a quienes estaban desaprobados. La utilidad que tiene para nosotros, hombres pecadores, es salvarnos y conducirnos a sentarnos juntos en los lugares celestiales para demostrar a todas las épocas, las riquezas extraordinarias de la bondad de Dios para con nosotros, en Jesucristo”44

“Es el favor eterno y absoluto de Dios, manifestado en la dispensación de las bendiciones espirituales y eternas a los culpables y pecadores”45

“La gracia es una provisión para los hombres que están tan caídos que son incapaces de levantar el eje de la justicia, tan corruptos que son incapaces de cambiar su propia naturaleza, tan adversos a Dios que son incapaces a volverse a Él, tan ciegos que son incapaces de verle, tan sordos que son incapaces de oirle y tan muertos que Dios mismo tiene que abrir sus tumbas y levantarlos en resurrección”46

“Por cuanto la humanidad fue erradicada del Jardín del oriente, nada ha vuelto a tener el favor divino, excepto a través de la maravillosa misericordia de Dios. Y dondequiera que la gracia fue vista en un hombre, siempre ha sido a través de Jesucristo. Ciertamente, la gracia vino por causa de Jesucristo; pero no esperó Su nacimiento en el pesebre o Su muerte en la cruz, para ser operativa. Cristo es el Cordero herido de muerte desde la fundación del mundo. El primer hombre en la historia de la humanidad en ser reintegrado a la compañía de Dios, vino por su fe en Jesucristo. En la antigüedad, los hombres miraban adelante a la obra redentora de Cristo; en los últimos tiempos, miran hacia atrás; pero siempre vinieron y vienen por la gracia, por medio de la fe”47

“Pero nada enfada más al hombre natural y hace surgir en él su enemistad innata e inveterada en contra de Dios, que presionar sobre él la eterna, libre y soberanía absoluta de la gracia divina. Que Dios haya construido Su propósito desde la eternidad, sin haber consultado previamente a la criatura, es demasiado humillante para el corazón quebrantado. Que la gracia no pueda ser ganada o merecida con esfuerzos propios, es dejar al hombre justo en sí mismo demasiado ocioso. Y que la gracia individualiza a quien le plazca para ser objeto de sus favores, levanta fuertes protestas de los rebeldes presuntuosos”48 .


41 Otros textos del Antiguo Testamento que son adecuados para un estudio de la gracia de Dios, son: Génesis 6:8; Deuteronomio 8:11-20; Nehemías 9 (completo); Salmo 6:1-3; 103:6-18; Isaías 30; 15-18; Joel 2:11-17; Zacarías 12:10-13:1.

42 Dudo mucho que Jonás hizo esto con un gran celo o con gozo. Probablemente hizo lo que se le había ordenado, de la peor forma posible, con sólo el mínimo de obediencia. Puedo asegurar esto con bastante certeza, basándome en el Capítulo 4.

43 Qué interesante es observar que el hombre no fue llevado hasta donde estaba el Señor. Con seguridad, conocían al hombre, por cuanto ella fue sorprendida en el acto mismo. ¡Qué hipocresía!

44 A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy, p. 100.

45 Abraham Booth, The Reign of Grace (de acuerdo a lo citado por Pink, The Attributes of God, p. 60).

46 G.S. Bishop, de acuerdo a lo citado por Pink, Attributes, p. 64.

47 Tozer, Knowledge of the Holy, p. 102.

48 Pink, Attributes of God, p. 61.

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9. La Soberanía de Dios en la Historia

Introducción

“Todos en mi familia están convencidos que Dios condujo a un collie llamado Levi a nuestra puerta. Su nombre estaba grabado en el rótulo que colgaba alrededor de su cuello, cuando llegó. ¿Pueden imaginarse a un perro llamado Levi encontrad en la casa de los Strauss? Nuestro hijo menor había estado orando por un perro por cerca de tres años; pero le habíamos indicado algunos requerimientos muy estrictos. Tenía que ser un perro bien estrenado. Tenía que ser gentil, aseado, dócil por cuanto tenía que vivir en el hogar de un pastor en el cual entraban regularmente muchos visitantes.

Cuando mi esposa devolvió al perro a su dueño, cuya dirección también estaba grabada en el rótulo, le dijo: “Si alguna vez desean deshacerse del perro, por favor háganmelo saber”. La sorprendente respuesta fue: “La verdad es que sí quiero hacerlo. Estoy buscando un buen hogar para él en estos momentos”. Mi esposa le dijo que si nos permitía pensarlo por esa noche. Para nuestro deleite, Levi abandonó su casa y encontró el camino a la nuestra a la mañana siguiente. Esta vez decidimos que se podía quedar. Cuando el dueño nos trajo sus papeles, supimos que Levi había sido concebido más o menos en el mismo tiempo que nuestro hijo había comenzado a orar por un perro; había nacido el mismo día del cumpleaños de mi esposa y que era un graduado con honores en la escuela de obediencia. Nunca nadie nos convencería que la llegada de Levi no fue otra cosa que la obra de gracia de nuestro Dios soberano. Además, cumplía con todo el resto de los requerimientos”49

Virtualmente, todos los cristianos dan por lo menos un consentimiento oral a la soberanía de Dios. Existen demasiados textos que nos enseñan esta verdad, como para negarla:

“Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos” (Salmo 103:19).

“Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3).

“Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:5-6).

El significado de la soberanía, puede resumirse así: Ser soberano es poseer un poder y una autoridad supremas de manera que se está en completo control y puede hacer lo que se quiera.

En libros que tratan los atributos de Dios, podemos encontrar un número similar de definiciones de la soberanía:

“Los diccionarios nos dicen que soberanía significa lo principal o lo más alto, supremo en poder, superior en posición, independiente e ilimitado por nadie”50

“Aún más, Su soberanía requiere que Él sea absolutamente libre, lo que simplemente significa que Él debe ser libre para hacer lo que quiera, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, para el desarrollo de Su propósito eterno en cada ínfimo detalle sin ninguna interferencia. Si Él fuera menos que libre, Él sería menos que soberano.

Tomando la idea de una libertad no calificada, ésta requiere un esfuerzo vigoroso de la mente. No estamos sicológicamente en condiciones de comprender la libertad, excepto en una forma imperfecta. El concepto que tenemos de ella, ha sido formado en un mundo donde no existe la libertad absoluta. Aquí, cada uno de los objetos naturales es dependiente de muchos otros y esa dependencia limita su libertad”51

“Se dice que Dios es absolutamente libre porque nadie ni nada puede ser un obstáculo para Él u obligarlo a hacer algo, o a detenerlo. Él es capaz de hacer lo que le plazca siempre, en cualquier lugar y para siempre. Ser así de libre, también significa que Él debe tener una autoridad universal. Por las Escrituras sabemos que Él tiene un poder ilimitado y podemos deducirlo de otros de Sus atributos”52

“Sujeto a nada, sin influencias de nadie, absolutamente independiente; Dios hace lo que le place, sólo de la manera en que Él desea y siempre como Él quiere. Nadie puede contrariarlo u obstaculizarlo. De manera que Su propia Palabra lo declara expresamente: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:10b). “...y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano...” (Daniel 4:35b). La soberanía divina significa que Dios es un Dios de hecho, al igual que en Su nombre, Él está en el Trono del universo, dirigiendo todas las cosas, obrando en todas las cosas, “...según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11b)”53

“La supremacía de Dios en las obras de Sus manos, se representa vívidamente en las Escrituras. Los asuntos inanimados, las criaturas irracionales, todo se desarrolla al mandato del Hacedor. A Su placer, el Mar Rojo se dividió y sus paredes se levantaron como paredes (Éxodo 14); y la tierra abrió su boca y cayeron dentro rebeldes culpables (Números 14). Cuando Él lo ordenó, el sol se detuvo (Josué 10); y en otra ocasión hizo regresar la sombra diez grados en el reloj de Acaz. Para ejemplificar Su supremacía, él hizo que los cuervos le llevaran alimento a Elías (1 Reyes 17), hierro que flotó sobre las aguas (2 Reyes 6:5); leones que no abrieron sus fauces cuando Daniel fue echado en el foso; fuego que no quemaba cuando los tres hebreos fueron arrojados a las llamas. Es así que, “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6)”54

En un mundo mal dispuesto a reconocer la existencia de Dios, no debiéramos esperar que los incrédulos abracen la doctrina de la soberanía de Dios:

“El ‘dios’ del siglo veinte, no se parece más a la Soberanía Suprema de las Sagradas Escrituras que la llama desfalleciente de una vela, frente al sol del mediodía. El ‘dios’ del cual se habla en estos días en la media de nuestros púlpitos, del que se habla en las Escuelas Dominicales, del que se menciona en la mayoría de la literatura de este tiempo y del que se predica en la mayoría de las llamadas Conferencias Bíblicas, es una invención de la imaginación humana, una invención de un sentimentalismo excesivo... Un ‘dios’ cuya voluntad es resistida, cuyos designios son frustrados, cuyo propósito es puesto en jaque y que no posee un título de Deidad y tan lejos de ser el objeto apropiado de adoración, nada de méritos sino sólo desacatos”55

En una iglesia, podríamos esperar que el cristiano abrace la doctrina de la soberanía de Dios, tanto por ser una doctrina bíblica como una verdad. Esto puede observarse en teoría; pero no en la práctica. Nuestros problemas con la soberanía de Dios, a menudo llegan cuando ‘la rueda se encuentra con el pavimento’.:

“Dios es verdadera y perfectamente soberano. Esto significa que Él es lo más alto y lo más grande que existe. Él controla todo, Su voluntad es absoluta y hace todo lo que desea. Cuando oímos estas afirmaciones, las podemos comprender razonablemente bien y por lo general las podemos manejar hasta que Dios permite que nos suceda algo que no nos gusta. Entonces nuestra reacción normal es resistir la doctrina de Su soberanía. Más que encontrar consuelo en ello, nos enojamos con Dios. Si Él puede hacer todo lo que desea, ¿por qué permite que suframos? Nuestro problema es una incomprensión de la doctrina y un conocimiento inadecuado de Dios”56

Es de vital importancia para todo cristiano comprender la doctrina de la soberanía de Dios. He decidido considerar este tema, en dos lecciones. La primera, considera la Soberanía de Dios sobre las naciones del mundo a través de la historia y la siguiente, refleja la Soberanía de Dios en la salvación. El atributo de la soberanía de Dios, pone en problemas a mucha gente y a muchos cristianos. Pero la soberanía de Dios es crucial porque se enseña en la Biblia y porque es la base para una vida en Dios. Debemos leer la Palabra de Dios y oír al Espíritu de Dios, para que nos enseñen lo que necesitamos saber acerca de la soberanía de Dios.

Mientras buscaba en las Escrituras una definición concisa de la soberanía divina, me sorprendí al aprender que la definición no se encontraba en el Nuevo Testamento, ni en la pluma del apóstol Pablo, ni la teníamos en Moisés en su Ley y tampoco en alguno de esos grandes profetas como Isaías o Jeremías. La definición más clara de la soberanía de Dios, viene de los labios de Nabucodonosor, el rey de Babilonia. Allí no encontramos un reconocimiento de la soberanía de Dios expresado de malas ganas, sino una expresión de adoración y alabanza:

“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34-35).

Este reconocimiento de la soberanía de Dios, está hecho por un hombre que sabe más de la soberanía humana que cualquier americano. Entre los reyes de la historia, este rey es el rey de reyes” (Daniel 2:37). Él es la “cabeza de oro” (Daniel 2:38). Al comparar el resto de los imperios del mundo con este reino, los primeros son descritos como ‘inferiores’ (ver 2:39-43). Cuando Daniel le habló a Beltsasar del reino de su padre, Nabucodonosor, describió la extensión de sus dominios:

“El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba” (Daniel 5:18-19).

En nuestro mundo, no tenemos un líder político que ni siquiera se aproxime a la clase de soberanía humana que vemos en Nabucodonosor. El oficio de Presidente de los Estados Unidos, es una posición de gran poder; pero no es un ejemplo de soberanía. El ex Presidente Richard Nixon, no se vio libre para conducir al país como él quería. Su rol en la conspiración Watergate, le costó su estadía en la Casa Blanca. Los presidentes pueden ser criticados (y removidos de su cargo), por conductas sexuales o morales inadecuadas. Ciertamente, no están en condición de cobrar todas sus cuentas, crear cualquier programa que deseen o señalar algún subalterno que les place.

Nabucodonosor fue un hombre de un gran poder militar y político. Gobernó la nación (Babilonia) con muñeca de hierro y Babilonia dominó todos los poderes del mundo de aquellos días. Era el comandante que derrotó y destruyó Jerusalén y quien llevó cautivos a Babilonia, a la mayoría de los judíos. El pueblo de Judá parecía insignificante e impotente frente a este gran hombre, Nabucodonosor y en realidad lo eran. Pero el Dios de los judíos es el Único Dios verdadero y grande. Dios quiso demostrar Su soberanía en la historia y sobre todas las naciones de la tierra, trayendo a un sumiso Nabucodonosor a arrodillarse frente a Él y adorarle.

Esta lección estará enfocada en Daniel 2-4; tres Capítulos que describen los tres eventos que llevaron a Nabucodonosor a arrodillarse con sumisión ante el Dios de los judíos. Veremos de estos tres eventos, cómo Dios demostró Su soberanía sobre las naciones de la tierra y también veremos cómo Dios es soberano en la historia.

Daniel 2: El Sueño de Nabucodonosor y una Revelación Divina

Como resultado de la persistente rebelión de Israel en contra de Dios y su fracaso en seguir las advertencias de los profetas, Dios levanta a Babilonia para derrotar y destruir a Jerusalén a través de una serie de campañas militares:

“De ocho años era Joaquín cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses y diez días en Jerusalén; e hizo lo malo ante los ojos de Jehová. A la vuelta del año el rey Nabucodonosor envió y lo hizo llevar a Babilonia, juntamente con los objetos preciosos de la casa de Jehová, y constituyó a Sedequías su hermano por rey sobre Judá y Jerusalén. De veintiún años era sedequías cuando comenzó a reinar, y once años reinó en Jerusalén. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová su Dios, y no se humilló delante del profeta Jeremías, que le hablaba departe de Jehová. Se rebelo asimismo contra Nabucodonosor, al cual había jurado por Dios; y endureció su cerviz, y obstinó su corazón para no volverse a Jehová el Dios de Israel. También todos los principales sacerdotes, y el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las naciones, y contaminando la casa de Jehová, la cual él había santificado en Jerusalén. Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio. Por lo cual trajo contra ellos al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos los entregó en sus manos. Asimismo todos los utensilios de la casa de Dios, grandes y chicos, los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa del rey y de sus príncipes, todo lo llevó a Babilonia. Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalén, y consumieron a fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus objetos deseables. Los que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia, y fueron siervos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de los persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado de reposo; porque todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos” (2 Crónicas 36:9-21; ver también Jeremías 25:1-14; 29:15-20).

En uno de los primeros ataques sobre Jerusalén, Daniel fue llevado cautivo (Daniel 1:1-7), Daniel y sus tres amigos reconocieron que su cautiverio fue el juicio de Dios a la nación, por su pecado y sabían que después de 70 años, Dios restauraría nuevamente al pueblo a su tierra (ver Daniel 9:1-2). Se comprometieron a mantenerse puros de la idolatría de Babilonia y no se alimentaron de las provisiones normales de comida para los cautivos (Daniel 1:8-16). Así fue que estos cuatro jóvenes se distinguieron de los demás por su sabiduría y Daniel también era capaz de interpretar sueños y visiones (1:17-21).

Una noche, Nabucodonosor tuvo un sueño que no comprendió y que le provocó mucha desazón. Cuando convocó a los hombres sabios de la tierra, deseaba tener la certeza que la interpretación que le dieran fuera genuina, por lo que lo primero que hizo fue que ellos le contaran el sueño y después que le dieran su interpretación. La respuesta de sus sabios, es importante:

“Los caldeos respondieron delante del rey, y dijeron: No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto del rey; además de esto, ningún rey, príncipe ni señor preguntó cosa semejante a ningún mago ni astrólogo ni caldeo. Porque el asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne. Por esto el rey con ira con gran enojo mandó que matasen a todos los sabios de Babilonia. Y se publicó un edicto de que los sabios fueran llevados a la muerte; y buscaron a Daniel y a sus compañeros para matarlos” (Daniel 2:10-13; énfasis del autor).

¡Cómo le gusta a Dios revelar Su soberanía en contraste con las debilidades y las limitaciones del hombre! El rey desconocía el significado de su sueño y los sabios de la tierra sabían que era humanamente imposible saber lo que el rey había soñado. Les estaba solicitando a hombres algo, que sólo ‘dioses’ podrían satisfacer. Eso era tarea para los ‘dioses’. El rey estaba llevando su soberanía demasiado lejos al pedir a hombres algo que sólo podían hacer los ‘dioses’. Pero Daniel era un siervo del Dios Más Alto, el Dios soberano del universo. Su Dios podía revelar el sueño y su significado.

Daniel fue puesto en una situación en la cual debía actuar, pues todos los sabios estaban condenados a morir. En primer lugar, Daniel y sus tres amigos comenzaron a orar para que Dios les revelara el sueño y su significado. Todo esto está directamente relacionado con los versículos 17-21 del Capítulo 1. Daniel alabó al Dios soberano y después le oró pidiéndole la revelación del sueño:

“Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del Cielo. Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz. A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey” (Daniel 2:19-23).

El sueño no sólo fue producto de la sabiduría de Daniel; fue revelado por Dios (2:28). Entonces Daniel le revela el sueño a Nabucodonosor, junto con su significado:

“Tú, oh re, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tambo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra. Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en presencia del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo dela fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cal desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación. Entonces el rey Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se humilló ante Daniel, y mandó que le ofreciesen presentes e incienso. El rey habló a Daniel y le dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio” (Daniel 2:31-47; énfasis del autor).

Las palabras del rey indican su reconocimiento que el Dios de Daniel es un Dios soberano. El ‘dios’ de Daniel no sólo es ‘Dios’, sino el “Dios de los dioses”. Él es el Dios que es soberano no sólo sobre los poderes celestiales, sino que también sobre los poderes terrenales. Y también se refiere a Dios como “el Señor de los reyes”.

Además, Nabucodonosor alaba al Dios de Daniel por ser el “que revela los misterios”. El Dios de Daniel le permitió conocer el sueño del rey y su interpretación. Pero se ve más involucrado por el tema del sueño. Este, según lo revelado e interpretado por Daniel, se trataba acerca del reino de Nabucodonosor y de otros reinos que le seguirían. El suyo era el más grande de estos reinos; pero era que sin embargo, no continuaría. Otros reinos inferiores le seguirían. Al final, se construiría un reino eterno que de alguna forma, sería construido sobre las cenizas de todos los anteriores. La “cabeza de oro” era grande; pero “la piedra cortada no por mano” (2:34-35; 44-45) era mayor. El reino de Nabucodonosor era grande; pero el reino del futuro era uno que “permanecería para siempre” (2:44).

Nabucodonosor reconoció que su reino era inferior al reino eterno que se establecería más adelante y que él era inferior a aquella “piedra” que establecería ese reino. También tomó conciencia que el Dios que había revelado ese reino futuro, era el Dios soberano de la historia. Sólo ese Dios podía revelar futuros reyes y reinos, pues sólo un Dios que controla la historia puede predecir esa historia con siglos de anterioridad.

“He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias” (Isaías 42:9).

“Te lo dije ya hace tiempo; antes que sucediera te lo advertí, para que no dijeras: Mi ídolo lo hizo, mis imágenes de escultura y de fundición mandaron estas cosas” (Isaías 48:5).

Al parecer, Nabucodonosor reconoció que sólo un Dios que es soberano sobre la historia, puede predecir esa historia antes que los hechos ocurran. Pero hay más todavía de lo que debe aprender acerca de la soberanía divina.

Daniel 3: La Imagen de Nabucodonosor y los Tres Amigos de Daniel

Al parecer, el hecho que Nabucodonosor fuera “la cabeza de oro”, tal como se le reveló en el Capítulo 2, se le fue a la cabeza. Al parecer el rey sólo se preocupó de su grandeza y no de la grandeza de Dios y del reino que se establecería sobre la tierra. Hizo una imagen de oro y ordenó a todos que debían postrarse ante ella y adorarla (2:1-6). Todos los que escuchaban la señal de la música, se postraban adorando a la imagen, excepto aquellos judíos fieles como los tres amigos de Daniel, quienes fueron acusados ante Nabucodonosor (2:7-12). En un impulso de rabia, Nabucodonosor convocó a los tres jóvenes y les dio una última oportunidad para aplacar su ira (2:13-15). Su declaración final, determina que se origine otra instancia para que aprenda una nueva lección relacionada con la soberanía de Dios:

“Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios ni adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis u adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos? (Daniel 3:14-15; énfasis del autor).

Aparentemente, Nabucondonosor había olvidado que su soberanía era relativa y que había sido divinamente concedida. . Entre los hombres, Nebucodonosor no tenía a nadie superior a él ni siquiera igual a él. Como rey de Babilonia, su poder no podía ser desafiado por nadie. Pero cuando erigió la estatua dorada y ordenó a los hombres a dorarla, traspasó más allá de los límites de autoridad que Dios le ha dado a los hombres. Si no estaba buscando la adoración de sí mismo como un dios, ciertamente estaba obligando a los hombres de todas las naciones a adorar a sus dioses. Al parecer, estaba uniendo su grandeza y su poder con sus dioses. Al hacerlo, negaba al Único y verdadero Dios, el Dios de Israel, el Dios a quien previamente había reconocido como el “Dios de los dioses” y el “Señor de los reyes” (2:47), Mientras que los tres amigos de Daniel, deseaban obedecer a Nabucodonosor como el rey a quien Dios les había puesto como autoridad, no estaban dispuestos a adorar a sus dioses o a él como dios. Debían obedecer al Único Dios verdadero, incluso si ello significaba desobedecer a un rey tan poderoso como Nabucodonosor.

“Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18; énfasis del autor).

La respuesta de Sadrac, Mesac y Abed-nego a Nabucodonosor es instructivo concerniente a la soberanía de Dios y a la sumisión. Cuando deciden desobedecerle a este rey, lo hacen como un acto de sumisión a Aquel que tiene la soberanía absoluta, el Dios de Israel. E incluso cuando deben “obedecer a Dios y no al hombre” (ver Hechos 5:29), se dirigen al rey con el debido respeto. Su respuesta a Nabucodonosor, revela la profundidad de la comprensión que tenían de la soberanía de su Dios. Sus palabras expresan la confianza que tenían en la soberanía absoluta de Dios. Él es capaz de hacer todo lo que desee. Él no considera las órdenes de los hombres; hace según le plazca:

“Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3)

“Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:5-6)

Debido a que la soberanía de Dios es capaz de hacer lo que le plazca, estos tres siervos de Dios no dicen lo que Él hará. Esto es un asunto de Su voluntad. Él hará con ellos lo que le plazca. Están convencidos que Él puede liberarlos y lo hará. Los liberará de la mano de Nabucodonosor; pero esta liberación puede ser de distintas maneras. Los puede liberar de ser echados en el horno. Los puede liberar de adentro del horno (y lo hace). O los puede liberar a través de la muerte, resucitándoles en el día postrer. Cómo lo hará, ellos no lo saben. Su liberación está dentro del propósito soberano de Dios y ellos no hacen esfuerzo alguno por decir qué método empleará Dios. Eso es asunto de Dios, pues Él es soberano.

Nabucodonosor se encolerizó con la respuesta de estos tres hombres que se atrevieron a desafiar su decreto ‘soberano’. Ordenó a sus siervos a calentar el horno siete veces más que lo habitual y arrojar en él a los tres hombres (3:19-20). El fuego era tan intenso que los siervos del rey que estaban a cargo, murieron a causa del calor. Una vez que los tres hombres estuvieron dentro del horno, lo que el rey vio cuando miró adentro, lo asombró completamente:

“Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo ve cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:24-25)

¿Ordenaría Nabucodonosor a estos hebreos inclinarse ante su imagen dorada y adorar a sus dioses? La cuarta persona en el horno junto a los tres hombres arrojados a él, ¡apareció como uno de los dioses! Obviamente, el ‘Dios’ de estos tres hombres, era más grande que los dioses de Nabucodonosor. ¿Qué “dios será aquel que os libre de mis manos?” (3:15). Su Dios, el Dios de los judíos, los liberó.

Al ver la mano de Dios libertar a los tres hombres que él había intentado intimidar con su poder, Nabucodonosor ordenó que los sacaran del horno. Cuando salieron de allí, observó que no estaban heridos ni afectados en absoluto por el fuego. El intenso calor y las llamas que aniquilaron a los siervos del rey (3:22), ni siquiera quemaron un cabello de estos tres hebreos. Ni siquiera tenían olor a humo. Ahora, Nabucodonosor habla del “dios” de los hebreos (ver versículo 15), como “el Más Grande” y como “el Señor de los reyes” (2:47).

“Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadra, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste” (Daniel 3:28-29)

Daniel 4: De Caviar a Hierba

El Capítulo 4 de Daniel, es el evento de la coronación final en el trato de Dios con Nabucodonosor, el rey de Babilonia. Observarán que este Capítulo es narrado en parte por el mismo rey Nabucodonosor (ver versículos 1-18). Él confiesa su arrogancia y orgullo y su humillación por la soberana mano de Dios. El Capítulo comienza con la alabanza de Nabucodonosor al Dios soberano de Israel:

“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (Daniel 4:1-3)

La ‘caída’ de Nabucodonosor toma lugar después que fue advertido de su humillación por Dios en un sueño que lo espantó (4:5). Todos los sabios de Babilonia fueron incapaces de interpretar el sueño, incluso después de habérseles relatado (4:7). Cuando Daniel fue llevado delante del rey, Nabucodonosor describió su visión:

“Estas fueron las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama: Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus amas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo delos hombres. Yo el rey Nabucodonosor he visto este sueño. Tú, pues, Beltsasar, dirás la interpretación de él, porque todos los sabios de mi reino no han podido mostrarme su interpretación; mas tú puedes, porque mora en ti el espíritu de los dioses santos” (Daniel 4:10:18).

Cuando Daniel oyó el sueño que el rey había tenido, se sintió muy preocupado también, pues reconoció que su visión era una advertencia al rey de sobre una sentencia humillante que Dios haría sobre él en el futuro. Está claro que Daniel era sumiso con el rey y desea lo mejor para él. No se deleita en lo malo que le pueda suceder. Nabucodonor anima a Daniel a hablar libremente acerca del significado de esta visión. Entonces, Daniel procede a informarle al rey acerca del sueño. El gran árbol que vio el rey, le representaba a él, el gran rey de Babilonia. Su tamaño y fuerza y las criaturas que le sustentaban, todas ellas simbolizaban el poder y la majestad de su reino. Estas imágenes hablaban de la ‘soberanía’ sobre la tierra:

“...tú mismo eres, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra” (Daniel 4:22).

Fue evidente para el rey después que Daniel le alarmó sobre este sueño, que había en él un mensaje de advertencia, la amenaza de una caída dramática:

“Y en cuanto a lo que vio el rey, un vigilante y santo que descendía del cielo y decía: Cortad el árbol y destruidlo; mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; y sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias del campo sea su parte, hasta que pasen sobre él siete tiempos; esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti...” (Daniel 4:23-25).

De la misma manera como la posición de grandeza del rey le fue dada por Dios, también se le quitaría y de este modo el rey sería humillado durante siete años. La majestad y el esplendor que alguna vez fue el gozo del rey, serían ahora cambiados por la humillación de tener la apariencia y conducta de una bestia. Todo esto tendría que haber sido para el bien del rey, para enseñarle la humildad. Debía aprender que la soberanía humana es otorgada a los hombres por medio de la soberanía divina:

“...hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (Daniel 25b).

Cualquiera fuera el tipo de soberanía que tuviera el rey de Babilonia, era una soberanía limitada y delegada. La posición y el poder del rey no se debía a su grandeza, sino que más bien a la grandeza de Dios quien le dio su posición de poder.

En esta palabra de advertencia, también había un mensaje doble de esperanza. Primero, al rey se le dijo cómo podía evitar el destino sobre el cual se le advertía en el sueño:

“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Daniel 4:27).

La instrucción es apenas diferente de aquella que dieron a la nación de Israel, los profetas Amós y Miqueas:

“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (Amós 5:21-24).

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).

A la nación de Israel se le prometió que sería soberana por sobre las naciones del mundo (Génesis 18:17-19; 22:17-24; 24:60; 27:29; Deuteronomio 15:6; 28:7-14; ver también Isaías 66). A Nabucodonosor se le dio poder (también a Israel) de manera que pudiera liberar a los oprimidos y cuidar a los más necesitados. En su vanidad y orgullo, Nabucodonosor se fue por el camino del mundo, usando su poder para oprimir a los más débiles, más que ayudarlos. Si se hubiera arrepentido de su orgullo y hubiera usado el poder dado por Dios, tal como él le advirtió, entonces no habría necesidad de humillarse, que era una advertencia del sueño. Si se hubiera arrepentido y hubiera regido correctamente, hubiera evitado que Dios lo castigara.

Hay un segundo mensaje de esperanza. Aún si Nabucodonosor ignorara esta advertencia e incluso si se humillara al convertirse en una bestia, esto era sólo temporal —por siete años. Esta humillación produciría el fruto del arrepentimiento y por lo tanto, se restauraría la soberanía que el rey tuvo antes. A Nabucodonosor se le ofreció la esperanza de la restauración si se arrepentía —en ese momento de la advertencia o después de haberse humillado.

Podemos deducir de la propia confesión de Nabucodonosor, que no prestó oído a la advertencia que Dios le dio por medio del sueño y de la interpretación de Daniel. Un año más tarde, neciamente se envaneció de su soberanía como si fuera él el responsable de su éxito. Como resultado, el sueño se hizo realidad:

“Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves” (Daniel 4:29-33).

No conozco humillación más grande que la que tuvo que pasar este gran rey ni hombre alguno que haya tenido que pasar por algo parecido. Algunos todavía intentan encontrar una instancia en la historia en la que haya ocurrido algo igual, como si el encontrar una situación similar nos asegurase de la verdad de la descripción bíblica. (¡También tratan de encontrar a un hombre que fuera tragado por un pez grande!) Me inclino a pensar que este ha sido un fenómeno único, de un solo tiempo, que señala la intervención de Dios en la historia humana. Es difícil comprender la dolencia exacta, porque la descripción de Nabucodonosr, es narrada en términos que hablan de su apariencia y no de la enfermedad que tenía realmente. No se trata que le crecieran plumas, sino que su cabello había crecido tanto y tan desordenado que aparentemente parecía que tenía en vez de cabello, un frondoso plumaje. Sus uñas no eran garras de ave, sino que estaban tan largas que parecían garras. Y encima de todo esto, el rey comía pasto, igual que el ganado y obviamente estaba con su mente perturbada.

Cualquiera haya sido la dolencia del rey, cumple con el propósito divino en el marco de tiempo exacto que se había señalado —siete años. El rey dirigió su vista hacia el cielo y su sanidad fue restaurada. Inmediatamente alabó al Dios Altísimo. Confesó que sólo Él era el soberano y que Él hace lo que desea hacer, de manera que nadie debería atreverse a desafiar Sus obras (versículos 34-35).

Conclusión

Hemos estado considerando la soberanía de Dios según se enseña en los Capítulos 2-4 del Libro de Daniel. La soberanía de Dios fue una verdad que los judíos desobedientes en Babilonia necesitaban comprender y también es una verdad que se necesita comprender desesperadamente en nuestros días. Consideremos cómo la soberanía de Dios relacionada con los judíos en el cautiverio en Babilonia y más tarde, cómo la soberanía de Dios es aplicada a nosotros en el día de hoy.

Dios es soberano sobre los gobiernos seculares. A través de la historia de Israel, Dios usó a las naciones paganas para cumplir Sus propósitos. Dios usó a Egipto para preservar y proliferar a la nación de Israel durante 400 años antes que poseyeran la tierra prometida. Dios usó el endurecido corazón de Faraón para desplegar Su grandeza y poder. Usó a las naciones vecinas para castigar a Israel cuando la nación cayó en pecado y en desobediencia. Usó a las naciones de Asiria y Babilonia para conducir a los judíos al cautiverio. Incluso Nabucodonor fue llamado “el siervo” de Dios (Jeremías 25:9; 27:6; 43:10). El saqueo de Judá y de Jerusalén, no fue por casualidad; no fue sólo el destino. Fue la obra adicional del plan y propósito del Dios soberano de Israel para lograr Sus propósitos, para cumplir con Sus promesas y profecías.

La soberanía de Dios fue importante para los judíos, como lo es para nosotros, porque es la base de nuestra seguridad que las profecías de Dios con respecto a Su futuro reino serán cumplidas. La visión que Dios le dio a Nabucodonosor en el Capítulo 2, fue de la venida del reino eterno en el cual Cristo, “la piedra cortada sin manos”, sería establecido. Debería ser establecido aboliendo los actuales reinos de los hombres. Sólo un Dios soberano es el tema principal de Daniel. Este es un libro de historia y profecía. La soberanía de Dios es demostrada en las porciones históricas. En las porciones proféticas, la soberanía de Dios no es sólo demostrada, sino que es asumida. El Dios que se ha mostrado a Sí mismo soberano sobre las naciones, es el Dios que promete establecer Su reino sobre todas las naciones.

Aquí tenemos una lección que debemos aprender y recordar constantemente en nuestro siglo veinte. Vivimos días de caos y de cambios. La Unión Soviética, se ha disuelto frente a nuestros ojos. La Muralla de Berlín ha sido demolida. Las naciones se encuentran en diferentes guerras civiles y miles de vidas inocentes están siendo sacrificadas en el lugar al que miremos, aparentemente sin ayuda alguna. Los cristianos se estremecen cuando un demócrata es elegido para asumir el más alto de los cargos de la tierra. Es como si no se creyera en la soberanía de Dios.

Nuestro problema no es nuevo. El problema es asumir que Dios no tiene el poder suficiente para trabajar en Su plan y propósitos donde el poder está en manos de los paganos. Este fue el error de Abraham que lo indujo a mentir acerca de la identidad de su esposa, haciéndola pasar por su hermana:

“Dijo también Abimelec a Abraham: ¿Qué pensabas, para que hicieses esto? Y Abraham respondió: Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer. Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer” (Génesis 20:10-12; énfasis del autor).

Dios no sólo usó a Nabucodonosr para castigar a Su pueblo. Prácticamente Él hizo que este rey pagano se arrodillara frente a Él. Dios ‘sometió’ a este rey a Sí mismo. Dios lo llevó a la fe. Esta nación de Israel debía ser “luz para los gentiles”. Debían proclamar el evangelio de Jesucristo a los gentiles, pues la salvación concedida por Dios, no era sólo para los judíos. Se rehusaron a hacerlo, por lo que Dios originó la evangelización de los gentiles a través de los incrédulos y de la rebelión de los judíos. El pecado de la nación les llevó a ser subyugados y cautivados en Babilonia. Allí, santos de Dios como Daniel, fueron testigos del Dios de Israel e incluso este rey soberano llegó a doblegar sus rodillas delante de Dios, alabándole y adorándole. Dios no es soberano solamente entre Su pueblo y en la tierra de Canaán, ¡sino que en toda la tierra y asimismo en el cielo!

Esto debe significar que Dios es soberano en las decisiones del Presidente de los Estados Unidos, sobre las leyes aceptadas por el Congreso e incluso sobre las decisiones tomadas por la Corte Suprema. Dios es soberano incluso sobre el Servicio de Impuestos Internos. Dios es soberano sobre reyes y reinos. Si esto es verdad, entonces debemos creer que cada rey, cada persona en posición de tener poder político, está allí por designación divina (ver Romanos 13:1-2). Esto significa que a todas nuestras autoridades les debemos nuestro respeto, nuestra obediencia y nuestros impuestos, a no ser que en forma específica alguna de estas instancias nos insten a desobedecer a Dios (Romanos 13:1-7). Esto significa que las leyes, decisiones y decretos que formulan —incluso aquellas que castigan o persiguen a los santos— tienen un propósito divino. Es posible que sea necesario desobedecer a nuestros gobernantes, como sucedió con Daniel y sus tres amigos; pero sólo en caso que al obedecer a los gobernantes signifique desobedecer a Dios. En el caos y maldad de nuestros días, no perdamos de vista el hecho que Dios es soberano en la historia y soberano incluso sobre los poderes paganos.

La soberanía de Dios es una verdad que no se aprende rápida o fácilmente. La soberanía de Dios está claramente revelada en las Escrituras; pero con frecuencia es necesario pasar por una secuencia de circunstancias adversas antes que se haga parte de nuestro pensamiento y de nuestra conducta. En estos tres Capítulos (2-4) de Daniel, Dios convence a Nabucodonosor progresivamente de Su soberanía. Nabucodonosor profesó creer en la soberanía de Dios en el Capítulo 2, después que su sueño fue revelado e interpretado por Daniel. Pero en el Capítulo 3, vemos que el rey intenta obligar a quienes están bajo su autoridad a adorar un ídolo, una afrenta al Dios soberano de Israel. Cuando Dios libera a Sadrac, Mesac y a Abed-nego del horno ardiente, nuevamente Nabucodonosor proclama que Dios es soberano. Pero en el Capítulo 4, vemos a este mismo rey exaltándose a sí mismo lleno de orgullo y a Dios teniendo que humillarlo durante siete años de enfermedad.

En el Capítulo 2, Nabucodonosor vio la relación de la soberanía de Dios con la futura historia del mundo. En el Capítulo 3, se le mostró al rey la relación entre la soberanía de Dios y su poder para decretar leyes y castigar a los hombres. Ahora, en el Capítulo 4, el rey Nabucodonosor comienza a ver cómo la soberanía de Dios está relacionada con sus actitudes personales y con sus actos como rey de Babilonia. El rey comenzó a ver su posición y su poder como una medida de grandeza personal. Fue anulado con poder y orgullo. Aparentemente, comenzó a abusar con su poder, tomando ventaja de los débiles y de los vulnerables más que usar su poder para protegerles y proveerles lo que necesitaban. Dios les enseñó a Nabucodonosor que su posición y poder eran dados por Él y eran una manifestación de Su grandeza —y no del hombre. Realmente, Dios levanta “a los que Él quiere” y “constituye sobre Él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17). El poder y la posición, son privilegios otorgados por Dios; también son una mayordomía de los cuales no debemos enorgullecernos, sino que usarlos para beneficio de los demás.

Hoy día, muchos desean ser líderes por razones similares a las que tenía Nabucodonosor. Desean gobernar. No desean servir a los demás, sino ser servidos. No son distintos a los discípulos durante el ministerio inicial de nuestro Señor. No son diferentes a muchos cristianos de hoy, que buscan el liderazgo, no para servir sino para tener un status y ser servidos. Aquellos que tienen cargos de poder y prestigio, deben estar atentos con el orgullo, debiendo recordárseles siempre que ese liderazgo es tanto concedido por Dios como una manifestación de Su grandeza —no nuestros.

A menos que pensemos que el rey Nabucodonosor era diferente a como somos nosotros, debemos considerar que en nuestros días, los individuos buscan ser soberanos. Desean ser autónomos e independientes, capitanes de sus propias almas, maestros de sí mismos. Tal vez, en nuestros días más que en cualquier otra época, prevalece el individualismo. Esta es la época del ‘yo’, como lo anticiparon las Escrituras (2ª Timoteo 3:1, 2a). Un amigo me entregó un folleto para un seminario que promete enseñar los diez pasos para el éxito. Cada uno de los pasos, está dominado por la palabra ‘yo’. Nosotros, al igual que Nabucodonosor y como su predecesor y el nuestro, Satanás, deseamos ser ‘dioses’. Deseamos destronar al Dios Único y Verdadero y entronarnos a nosotros mismos. Permitamos que Nabucodonosor sea nuestro profesor y humildemente doblemos nuestra rodilla ante Él —de quien, a través de quien y para quien son todas las cosas:

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).

Apéndice
Textos

Sobre la Soberanía de Dios en La BIBLIA

  • Génesis 50:20
  • Éxodo 18:11
  • Deuteronomio 4:39
  • 1 Samuel 2:1-10
  • 2 Reyes 19:15
  • 1 Crónicas 29:11-12
  • 2 Crónicas 20:5-6
  • Job 9:12; 12:13-25; 23:13; 33:12-13; 41:11; 42:2
  • Salmos 2 (todo); 22:27-28; 37:23; 75:6-8; 76:10; 95:3-5; 103:19; 115:3*; 135:5-18 (5-6)
  • Proverbios 16:1-5, 9, 33; 19:21; 20:24; 21:1
  • Eclesiastés 3:14; 9:1
  • Isaías 14:24-27; 40:12-15, 18, 22, 25; 44:6, 24-28; 45:5, 7, 9-13; 46:9-11
  • Jeremías 18.6; 32:17-23, 27; 50:44
  • Lamentaciones 5:19
  • Daniel 2:21, 37-38; 4:17, 32, 34-35; 5:18; 6:26; 7:27
  • Mateo 11:25-26; 20:1-16
  • Juan 19:11
  • Hechos 2:22-24; 4:24-28; 17:26
  • Romanos 8:28; 11:36; 14:11
  • Efesios 1:11; 4:6
  • Filipenses 2:9-11
  • Colosenses 1:16-17
  • 1ª Timoteo 6:15
  • Hebreos 1:3
  • Santiago 4:12
  • Apocalipsis 1:5-6

49 Richard L. Strauss, The Joy of Knowing God (Neptune, New Jersey: Loizeaux Brothers, 1984), p. 118.

50 Ibid., p. 114.

51 A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco: Harper & Row, Publishers, 1961), p. 115.

52 Ibid., p. 116.

53 A.W. Pink, The Attributes of God (Swengel, Pa.: Reiner Publications, 1968), p. 27.

54 Ibid., p. 25.

55 Ibid., pp. 23, 24.

56 Richard Strauss, The Joy of Knowing God, pp. 114-115.

Related Topics: Theology Proper (God)

10. La Soberanía de Dios en la Salvación (Romanos 9:1-24)

Introducción

Al acercarse el tiempo en que mi seminario de entrenamiento llegaba a su fin, tenía que pensar en lo que haría después de la graduación y dónde desarrollaría aquello que deseaba hacer. En mi mente había determinado que Houston, Texas, era uno de los lugares donde no deseaba ir. Aunque siempre decía que Houston estaba fuera de mi planes, de alguna manera pensé seriamente que no consideraría ninguna solicitud que viniera de allí. En ese tiempo, internamente saqué a Houston de la lista negra que había hecho en mi corazón: “Está bien, Dios. Incluso consideraré Houston”, suspiré. Esa noche, un grupo de Houston me telefoneó, a quienes nunca había contactado. Aún cuando consideré la oportunidad de ministrar allí, debo admitir que sentí bastante alivio cuando no se materializó.

Aunque nos gusta creer que estamos completamente sometidos a la soberanía de Dios, virtualmente todos tenemos algunas áreas que conciente o inconcientemente hemos rodeado con una reja, como si Dios pudiera ser ‘soberano’ sólo en algunas áreas de nuestra vida y no en otras. La mayoría de los cristianos profesan creer en la soberanía de Dios, pero se rehúsan a concederle que obre en algunas áreas. Generalmente, la muerte es asignada a la categoría de la soberanía de dios, pues no tenemos control alguna sobre ella. Los desastres son considerados materia de la soberanía divina sobre los cuales incluso los incrédulos se refieren a ellos, como ‘obras de Dios’.

La mayoría del evangelicalismo se rehúsan a otorgar su obra a la soberanía de Dios cuando llegan a la salvación de los pecadores, aunque ese rechazo podría cambiar el hecho de Su soberanía. Están deseando conceder a Dios la gran parte del crédito por el trabajo de Cristo en la cruz y la del Espíritu Santo, en llevar a los hombres a la fe. Pero no admiten que Dios está en completo control (pues esto es precisamente la soberanía —el completo control) de la salvación de los pecadores perdidos. Aunque asintamos que los hombres tienen un rol en este proceso, está absolutamente claro que Dios tiene el control, el completo control del proceso.

Este debate sobre la relación entre el rol que tiene Dios en la salvación y el que tiene el hombre, puede parecer como que está reservado sólo para los académicos. Pero esto no es verdad, pues la soberanía de Dios en la salvación es un doctrina demasiado importante, como lo señaló Martín Lutero:

“Por lo tanto, para el cristiano no es irreverente, inquisitivo o trivial, sino que útil y necesario determinar si la voluntad se involucra algo o nada en los asuntos relacionados con la salvación eterna… Si desconocemos estas cosas, no sabremos nada del resto de los asuntos cristianos, y serán peores que cualquier pagano… Por lo tanto, cualquiera que no las conoce, puede confesar que no es un cristiano. Pues si ignoro lo que puedo hacer, cómo hacerlo y cuán lejos puedo llegar en mi relación con Dios, será igualmente incierto y desconocido lo que Dios puede hacer conmigo, cuánto puede hacer Él por mí y cuán lejos puede llegar en relación conmigo… Y cuando la obra y el poder de Dios son desconocidos por mí, no puedo alabarlo, adorarlo, agradecerle y servirle, por cuanto desconozco lo que debo atribuirme a mí mismo y lo que debo atribuirle a Dios. Por lo tanto, nos corresponde a nosotros saber distinguir con certeza entre el poder de Dios el nuestro. Entre la obra de Dios y la nuestra, si deseamos vivir una vida en Él”57

¿Qué significa cuando decimos que Dios es soberano en la salvación? Charles H. Spurgeon lo ha señalado, al igual que puede ser señalado por los hombres:

“Primero, entonces, la Soberanía Divina Ejemplificada en la Salvación. Si cualquier hombre es salvo, lo es por la gracia divina y sólo por la gracia divina; la razón de su salvación no se encuentra en él, sino en Dios. No somos salvos como resultado de algo que hagamos o que deseemos, sino que haremos y desearemos como resultado de la buena voluntad de Dios y de la obra de Su gracia en nuestros corazones. Ningún pecador puede obstruir a Dios; es decir, el hombre no puede adelantársele, no puede anticipársele. Dios está siempre primero en la salvación. Él está antes que nuestras convicciones, antes que nuestros deseos, antes que nuestros temores y esperanza. Todo lo que es bueno en nosotros o lo será bueno, está precedido por la gracia de Dios y es el efecto de una causa divina en ella”58

“Nuevamente, la gracia de Dios es soberana. Lo que significa que Dios tiene el derecho absoluto de otorgar esa gracia donde Él quiera y para quitarla cuando Él quiera. No está limitado a darla a algún hombre determinado y menos a todos los hombres; si Él determina otorgarla a alguien en especial y no a otro, Su respuesta es: “¿Es tu ojo ruin porque el mío es malo? ¿No puedo hacer lo que yo deseo? Tendré misericordia con el que tendré misericordia”59

Las Escrituras dicen lo mismo, enfática y claramente:

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44).

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65).

“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48).

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14).

“Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque del, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Hechos 11:34-36).

“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1ª Corintios 30:31).

“…porque estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).

Aquellos que son salvos, los son porque Dios les ha elegido para salvación. El Espíritu Santo ha dado vida a un espíritu muerto y comprensión a una mente cegada por el pecado y por Satanás. Los que son salvos pueden decir que han elegido a Dios; pero sólo después que Dios les ha elegido para salvación:

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:16).

El otro lado de la ecuación, también es verdad. Aquellos que están perdidos eternamente, lo son porque Dios no los eligió para salvación:

“Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Isaías 6:8-10).

“Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida de Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:3-8).

“La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será” (Apocalipsis 17:8).

Se debe comprender bien lo que aquí se dice. Para ser salvos, los hombres deben confiar en Jesucristo, como la provisión de Dios para salvar a los pecadores que estaban perdidos. Y cuando lo hacen, es porque Dios les ha dado el corazón para hacerlo. Hombres que han ejercitado la fe fuera del corazón, Dios les ha hecho creer:

“Y circuncidará Jehová tu Dios t corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).

“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33).

De la misma manera, cuando los hombres están eternamente perdidos, se debe a que han elegido rechazar la revelación de Dios (Romanos 1:8ss) y Su provisión para la salvación en Jesucristo. ¿Por qué los pecadores se van al infierno? Mueren porque no han elegido a Dios. También porque Dios no les ha elegido para rescatarlos de su pecado y de su rebelión. En términos más simples, los hombres no sólo van al infierno porque Dios lo ha decretado, sino porque lo merecen (ver Apocalipsis 16:4-7).60

Muchos textos como los citados anteriormente, reflejan claramente que la salvación no es obra nuestra, sino de Dios y que nosotros no contribuimos en nada a lo que Él todavía no nos hada dado mediante Su gracia. En esta lección, prestaremos nuestra atención que establece con mayor fuerza que los ya leídos, la soberanía de Dios en la salvación. La soberanía de Dios en la salvación, se puede inferir de varios textos bíblicos y se establece claramente en otros. Pero el Capítulo 9 de Romanos, está dedicado a establecer la soberanía de Dios en la salvación. Es el tema del texto y la conclusión de todo el Capítulo. No está simplemente implícita o levemente señalada; sino que es declarada, probada e incluso defendida en contra de las objeciones populares de esta verdad. Es por esta razón, que veremos la inspirada lógica de Pablo a través de los primeros 24 versículos de Romanos 9.

La Deplorable Promesa de Israel
(Romanos 9:1-5)

“Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, bendito por los siglos. Amén”

En los primeros ocho Capítulos del Libro de Romanos, Pablo establece la explicación más detallada y racional del evangelio de Jesucristo. Entre Romanos 1:18-3:20, Pablo establece la doctrina de la depravación humana —esa condición pecadora y caída de todo ser humano, sin excepción— que ubica a los pecadores bajo la sentencia de la condenación divina, sin esperanza de salvación aparte de la intervención divina. Entre Romanos 3:21-5_21, Pablo explica la provisión divina en la los pecadores pueden ser justificados por fe en Cristo. En los Capítulos 6-8, Pablo habla de las implicaciones presentes y futuras de esta justificación por fe.

Hasta ahora, Pablo ha hablado tanto de judíos como gentiles como los receptores de la justificación por fe. En los Capítulos 9-11, demuestra que la incredulidad de los judíos y la salvación de los gentiles, no son evidencias de un error de la Palabra de dios, sino más bien a un cumplimiento inesperado; pero preciso, de Su Palabra. En el Capítulo 9, Pablo da a conocer que la doctrina de la elección es una manifestación de la soberanía de Dios en la salvación y que explica la incredulidad de muchos judíos y también la conversión de muchos gentiles. Para decirlo con simplicidad, aquellos muchos judíos (y gentiles) que han rechazado la obra de Jesucristo y que por lo tanto, están perdidos eternamente, son una ilustración de la soberanía de Dios en la salvación. Y aquellos gentiles (y judíos) que han llegado a la fe en Jesús, como el Mesías prometido, son salvos por la obra externa de la soberanía de Dios en la salvación.

Dos Observaciones Muy Importantes

Antes de considerar los detalles de este pasaje, se deben considerar dos observaciones muy importantes concernientes al texto como un todo. Estas observaciones son necesarias, debido a aquellos que no quieren reconocer la soberanía de Dios en la salvación (incluyendo especialmente la doctrina de la elección). Evitan evitar el tema, insistiendo que Pablo está hablando aquí de una elección corporativa y no individual, y que esta elección no está dirigida a la salvación o al tormento eterno, sino más bien a ciertas bendiciones. El texto nos obliga fuertemente a diferir con este punto de vista y a oponernos.

Primero, deberíamos observar que los versículos 1-5, reforzados por los versículos 22-23, insisten que se trata de la salvación y de nada menos. En términos simples, Pablo está hablando acerca del cielo y del infierno, quienes van allá y porqué. Pablo está muy desesperado porque sus hermanos israelitas están perdidos y bajo la condenación divina. ¿Por qué entonces dice que desea ser maldito, separado de Cristo, a favor de sus hermanos (Romanos 9:3)? La curación no debe ser más grave que la enfermedad y es así que vemos que la enfermedad es la de los condenados eternos.

Segundo, observamos que el texto no se trata acerca de una salvación colectiva, sino que de una individual. Decir que la salvación es colectiva, es no comprender que esto es precisamente lo que el pasaje rechaza. Los judíos amaban la doctrina de la elección, porque aplicaban equivocadamente la elección corporativa a la descendencia de Abraham.61 Creían que ellos eran los elegidos de Dios y todo el resto los no elegidos. Creían que todos los judíos irían al cielo y todos los gentiles al infierno. A unos pocos gentiles que primero tendrían que hacerse prosélitos, se les podría otorgar la bendición de irse al cielo. La elección, vista de esta forma, era un deleite para los judíos. Pero esta no es la elección que enseña la Palabra de Dios.

Esta es exactamente la clase de ‘elección’ a la que Pablo se opone. En Romanos 9, Pablo prueba que la elección de Dios no es corporativa y que no todos los descendientes físicos de Abraham y de Jacob (también llamado Israel), eran receptores de las prometidas bendiciones de Dios. El fallo de la nación de Israel con relación al Mesías, no fue un error de la Palabra de Dios, sino el de aquellos que presumieron que las benditas promesas de Dios, eran colectivas —con lo que se incluían en ellas a todos los judíos y excluían a todos los gentiles. Por lo tanto, en Romanos 9:6-18, Pablo cita tres ilustraciones de la elección individual de Dios: Isaac y no Ismael (9:6-9); Jacob y no Esaú (9:10-13) y Moisés y no el Faraón (9:14-18).

De acuerdo a lo que Pablo dice, el problema de la incredulidad judía (en Jesús como el Mesías) y de la creencia de los gentiles no se debe considerar como que si las promesas de Dios hubieran fracasado. Más bien, la bendición de salvación de Dios jamás se ha concedido sobre la base de lo que son o hacen los hombres. La salvación siempre ha sido sobre la base de la elección divina. Tampoco son elegidas las personas que son ‘merecedores’, porque las que ‘no lo merecen’, no lo son. Los que han sido elegidos, son los que no son merecedores de haberlo sido, los que cuya salvación se debe solamente a la soberana gracia de Dios. En este Capítulo de Romanos, Pablo insiste en que Dios por último determina el destino eterno de los hombres. Sólo aquellos que Él ha escogido le escogerán a Él. Aquellos a quienes Él ha rechazado, le rechazarán persistentemente. Dios elige a algunos para ser salvos y ordena la condenación eterna para el resto. En Romanos 9, Pablo no sólo demuestra la verdad de esta afirmación a partir del Antiguo Testamente; también manifiesta las objeciones que la doctrina de la elección provoca. Entonces las responde de un modo que defiende la doctrina de la soberanía de Dios en la salvación.

En los versículos 15, Pablo revela lo que su corazón siente con relación a sus hermanos israelitas. No escribe como un traidor a su nación, sino como un verdadero patriota. Él ama a sus hermanos israelitas y si pudiera, estaría dispuesto a sacrificar su vida por su salvación. Escribe con un corazón quebrantado y con un deseo sincero de ver a su pueblo salvo.

La condición espiritual deplorable de la nación de Israel, no se debe a una falta de exposición a Dios, sino que más bien es a pesar de los privilegios espirituales no paralelos que Dios se prodiga con los judíos. Su incredulidad, a pesar de tantos privilegios que Dios les ha otorgado, les separó de Él. Consideremos algunos de estos privilegios:

(1) Su adopción como hijos (su llamado a ejercitar que la soberanía de Dios gobierna sobre la tierra —Éxodo 4:22-23; 2 Samuel 7:12-6; Salmo 2:1-9; comparar con Romanos 8:18-25).

(2) La gloria (la revelación de la gloria de Dios a los israelitas —Éxodo 40:34-35; 1 Reyes 8:10-11).

(3) Los pactos (Génesis 12:1-3; 17:2; Deuteronomio 28-31).

(4) La entrega de la Ley (Éxodo 20ss; Deuteronomio 5ss; Salmo 147:19).

(5) El servicio del templo (Deuteronomio 7:6; 14:1ss; Hebreos 9:1-10).

(6) Las promesas de Dios (Hechos 2:39; 13:32-33; Gálatas 3:13-22; Efesios 2:12).

(7) Los patriarcas (Deuteronomio 7:8; 10:15; Hechos 3:13; Romanos 11:28).

(8) Los judíos (específicamente la tribu de Judá) son el pueblo del cual saldrá el Mesías (Génesis 12:1-3; 2 Samuel 7:14; Mateo 1:1-16; Lucas 1:26-33).

A pesar de sus tantos privilegios, la condición de Israel ilustra un principio muy relacionado con la doctrina de la soberanía de Dios en la salvación o, más sencillo, la elección divina: La salvación de Dios no está dirigida hacia los privilegiados, a quienes podríamos juzgar merecedores de la salvación, sino a aquellas almas patéticas que no son merecedoras de la salvación, a quienes el mundo incrédulo considera no merecedores de ella.

Los escribas y los fariseos no podían comprender la razón porqué Jesús les asociaba con los ‘pecadores’. La respuesta de nuestro Señor, no era la que querían oír:

“Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:29-32).

Las palabras de Pablo a los cristianos corintios, tampoco adulan a los santos, pues enfatizan que la salvación es el resultado de la elección de Dios y que aquellos que Él elige no son los que nosotros esperaríamos:

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil de mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1ª Corintios 1:26-32).

En este texto se dicen dos cosas que debiera evitar que un cristiano se enorgullezca o crea que él tiene algo que ver en su salvación. Primero, es Dios quien lo ha hecho todo. Es ‘por Su obra’ que alguien es salvo (versículo 30). Es Él quien nos ha elegido (primero), no nosotros que le hayamos escogido a Él (Juan 15:16). Segundo, no nos atrevamos a jactarnos en nosotros mismos como cristianos, porque por lo general la gente que Dios elige es aquella que ha sido necia, débil y deshonesto (versículos 27-28). Si alguien se jacta en su salvación, se debe jactar en el Señor, pues la salvación es del Señor.

El error del judaísmo es haber pretendido que al haber tomado parte de los privilegios nacionales de Israel (los que se detallan en los versículos 4-5), les asegura de tomar parte en forma individual de la bendición de la salvación eterna. Juan el Bautista, atacó este error en los primeros tiempos del Evangelio:

“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aún de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mateo 3:8-10).

La salvación no está determinada por sus ancestros o por su raza; no está determinada sobre la base de algún privilegio que hayamos recibido. La salvación está basada solamente en la elección individual de Dios, que resulta en tener fe en Jesucristo, para el perdón de los pecados y el don de la vida eterna.

Hay quienes asumen erróneamente que el crecer en un hogar cristiano, les asegura la bendición de la salvación. Existen privilegios en el hecho de ser parte de una familia cristiana (ver 1ª Corintios 7:12-14); pero no hay seguridad en que por el hecho de haber crecido en una familia cristiana, le haga salvo. Muchos padres cristianos se sienten culpables si sus hijos no creen en Cristo; pero ellos no tienen control alguno sobre este asunto. Todo lo que pueden hacer es vivir su fe en obediencia a las Escrituras en el contexto familiar y reconocer que la salvación es del Señor. El crecimiento en medio de cristianos, no es garantía de salvación, de la misma manera que crecer en un ambiente pagano no le condena a uno a ser un incrédulo. De la misma forma como no debemos enorgullecernos de nuestra propia salvación, o de la de alguien más, tampoco debemos culparnos a nosotros mismos cuando aquellos que amamos rechazan el evangelio que nosotros hemos abrazado.

¿Salió Algo Mal en el Plan?
(Romanos 9:6-13)

“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sin también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre.(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”

Isaac, no Ismael
(Romanos 9:6-9)

Una primera mirada, nos sugiere que algo ha ido mal. Si muchos judíos están rechazando a Jesús como el Mesías y muchos gentiles están llegando a Él por medio de la fe, ¿no es lo contrario de lo que Dios prometió? ¿Ha ido algo mal en el plan de Dios? Con más precisión, ¿han fallado las promesas de Dios? ¿Ha fallado la Palabra de Dios (versículo 6)? Pablo nos informa inmediatamente que no ha habido falla alguna en la Palabra de Dios. Está pronto a probar que la Palabra se ha cumplido en lo que respecta a los judíos y gentiles. El plan de Dios de la salvación de los hombres, se está cumpliendo no como lo esperaríamos nosotros (ver Romanos 11:33-35); sino como lo ha prometido Dios.

La doctrina de la elección divina es la única explicación adecuada para el alejamiento de los judíos incrédulos y para el acercamiento a la fe de los gentiles. Esto es importante para nosotros, porque en el análisis final, la última explicación para los no creyentes y la fe, es la elección divina. ¿Cómo podemos explicar la incredulidad y el consiguiente juicio de los hombres? La respuesta tiene dos caras. Primero, los hombres se pierden porque no han elegido aceptar la provisión de salvación de Dios, en Jesucristo. Segundo, están perdidos porque Dios no los ha escogido. En Romanos 9, el énfasis de Pablo está puesto en esta segunda razón.

El error de los judíos, que todos los judíos son elegidos y por lo tanto deben ser salvos, estaba basado en su errada suposición que todos los israelitas son escogidos por Dios, el verdadero Dios de Israel. Los judíos conjeturaron que debido a que eran descendientes físicos de Abraham, se les garantizaba un lugar en el reino de Dios. Pablo corrige este concepto errado, informándonos que sólo por el hecho de ser descendiente de Jacob (o Israel), él o ella no es necesariamente un israelita verdadero.62 Tampoco todos los hijos de Abraham son ‘hijos de Dios’.

Si al ser un descendiente físico de Abraham no es la base de nuestra entrada a las bendiciones de la salvación, ¿qué determina quién recibe estas bendiciones? La respuesta es simple: la elección divina. Los ‘hijos de Dios’ son los ‘hijos de la promesa’ (9:8). Dios prometió a Abraham que tendría un hijo y que aún teniéndolo, las promesas de Dios se cumplirían. Ismael no fue aquel hijo. Ismael fue el resultado de los esfuerzos de Abraham y Sara de concebir un hijo por métodos que no eran los que Dios pretendía —una esposa y madre subrrogante, Agar. De estos dos ‘hijos’ de Abraham, sólo uno era el hijo de la promesa —Isaac. Y, por lo tanto, no todos los descendientes de Abraham eran los receptores de las bendiciones prometidas por Dios. Dios eligió a Isaac y rechazó a Ismael. ¿Falló la Palabra de Dios porque eligió a Isaac y rechazó a Ismael? De ninguna manera, porque la promesa de Dios sólo le fue dada a Isaac.

Jacob y no Esaú
(Romanos 9:10-13)

Algunos podrán objetar que el principio de la elección difícilmente se puede establecer en la evidencia de la elección que Dios hizo por Isaac y de Su rechazo a Ismael. Después de todo, estos hijos tuvieron al mismo padre; pero a distintas madres y la madre de Ismael era una concubina. No nos sorprende porqué Ismael fue rechazado e Isaac elegido. Por lo tanto, Pablo señala su segunda ilustración de la elección. La elección de Dios por Jacob y su rechazo a Esaú (versículos 10-13). Estos dos hijos nacieron de los mismos padres e incluso son el producto de la misma unión. Eran mellizos. No hay dos hermanos que pudieran ser más parecidos y aún así, Dios rechazó a uno y escogió al otro.

La elección de Dios de Jacob y no de Esaú, es contraria a todo lo que pudiéramos esperar. Por costumbre, el hijo que nacía primero, recibía la primogenitura y aún así Dios indicó Su elección por el hijo más joven de Rebeca, antes que Jacob y Esaú nacieran:

“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:21-23).

Dios señaló Su elección por Jacob por sobre Esaú antes de su nacimiento, sin considerar las obras que cualquiera de ellos hiciera. Algunos insisten en que Dios elige a quien eligen, porque Él sabe de antemano quién le elegirá a Él. Suponen que Dios elige a aquellos que beneficiarán Su obra. Con mucha frecuencia escucho a gente comentar qué dinámica cristiana convendría para que alguien se salvara. Deberían considerar las palabras de Pablo que indican que la elección que Dios hizo por Jacob por sobre Esaú se hizo sin tomar en cuenta lo que podrían hacer, aparte de sus obras. No es que Dios ignorara lo que estos dos harían; más bien Su elección se hizo sin considerar sus obras. Su elección fue una declaración y una demostración de Su soberanía:

“...(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor” (Romanos 9:11-12).

No debemos dejar de notar que cuando Dios eligió a Jacob por sobre Esaú, lo hizo a pesar de la fuerte preferencia que Isaac tenía por Esaú (era Rebeca quien favorecía a Jacob, mientras que Isaac prefería a Esaú, Génesis 27). Antes de comenzar, Jacob fue la elección de Dios y Esaú fue rechazado. Al finalizar, Jacob fue el hijo que recibió las bendiciones de Dios y no Esaú. Para que no pensemos que la elección de Dios por Jacob no incluyera también el rechazo por Esaú, Pablo nos recuerda:

“Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Romanos 9:13).

La soberanía de Dios es demostrada en la elección que hizo de Jacob y el rechazo de Esaú.

Moisés y no Faraón
(Romanos 9:14-18)

“¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia , y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”

Pablo emite una pregunta que espera una respuesta negativa: “¿Qué hay injusticia en Dios?” Si dudamos en la respuesta que se espera (el texto griego lo expresa claramente), la respuesta de Pablo saca toda duda: “En ninguna manera”. Prefiero la antigua traducción de la versión King James: “¡Que Dios no lo permita!” Por supuesto, que Dios está libre de acusación alguna por injusticia. Si esta pregunta presupone una respuesta, también presupone la razón de formular esta pregunta. Pablo está enseñando la elección divina. Dios elige a uno y rechaza a otro y cuando Él elige a alguien para salvación, siempre lo hace cobre la base de la gracia, concedida por Su elección soberana y no sobre la base de las obras. Si Pablo no estuviera enseñando la doctrina de la elección, la pregunta sería inapropiada y ni siquiera merecería una respuesta. Pero Pablo estaba enseñando la elección, que es la razón por la que formula la pregunta sobre la justicia.

¿Cómo entonces puede Dios decidir salvar a un hombre y endurecer a otro sin ser acusado de injusticia? La respuesta es muy sencilla: gracia. La salvación es un asunto de la gracia soberana divina, concedida sobre aquellos que Dios elige como sus receptores. La gracia es algo maravilloso que Dios concede a los pecadores culpables que no son merecedores de las bendiciones de Dios. La justicia está relacionada con lo que la gente recibe lo que merece. Es injusticia cuando un hombre trabaja para su empleador y no se le paga. Es injusticia cuando un criminal culpable no recibe su castigo. Dios no es injusto al condenar a pecadores al tormento eterno, porque están obteniendo precisamente lo que merecen. Más aún, Dios no injusto cuando salva a gente. El castigo para los pecadores a quienes Dios ha salvado, ha sido cargado por el Señor Jesucristo, quien murió en lugar del pecador, trayendo sobre Sí la ira de Dios. Por lo tanto, Dios es justo al condenar a los hombres a cargar la penalidad que merecen y es justo al salvar a los hombres, cuya penalidad ha cargado Cristo.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:21-26).

Observen el tono de las palabras de Pablo en Romanos 9:14-18. No son apologéticas. Pablo no está dudando en la respuesta. Es valiente y está confiado. Se irrita ante la posibilidad que alguien pudiera sugerir que Dios es injusto con respecto a la elección. No tiene interés en defender a Dios, sino más bien en declarar la soberanía de Dios.

Dios no es injusto en la salvación de los pecadores que merecen la ira eterna de Dios (versículos 15-16). Tampoco es injusto en la condenación de pecadores como el Faraón, cuyo corazón fue endurecido por Dios (versículos 17-18). Moisés y el Faraón son más contemporáneos que se encontraron cara a cara durante el éxodo. Moisés fue el hombre que se ve que estuvo muy próximo a ser Faraón de Egipto. Dios envió fuera a Moisés, indicándole que debía guiar a Su pueblo fuera de los límites de Egipto. Y Dios señaló a Faraón para ser el que se rehusaría a dejar salir al pueblo fuera de los límites de Egipto y cuya resistencia proveería la oportunidad para que se manifestara el poder de Dios, en toda la tierra.

A través de Moisés, Dios desplegó Su gracia. Cuando Dios comenzó a revelar Su gloria a Moisés en Éxodo 13 (cuyo clímax se encuentra en el Capítulo 34), Él declaró que Su misericordia sería otorgada soberanamente a quienes Él quisiera. La razón por la que alguna persona recibió Su gracia, no debía encontrarse en la persona, la receptora de Sus bendiciones, sino en Dios, el que bendice. La gracia es un don no merecido y por lo tanto, debe ser concedido soberanamente, pues nunca seremos merecedores de ella. Si alguien pudiera ser merecedor del favor de Dios (algo que nadie puede), las bendiciones de Dios no serían entregadas sobre la base de la gracia, sino de las obras. Pero por cuanto nadie es merecedor del favor divino, cada una de las bendiciones de Dios es otorgada sobre la base de la gracia, sin otro factor de decisión que la soberana elección de Dios.

Dios habló directamente a Moisés (versículo 15) e indirectamente con el Faraón (a través de Moisés y de las Escrituras) (versículo 17). El Faraón también fue elegido; pero para un rol y destino muy diferentes. Él fue considerado para que el poder de Dios pudiera ser demostrado debido a su oposición contumaz. La victoria de Dios sobre el Faraón, por medio de las plagas y después por medio de la separación del Mar Rojo, fue ampliamente proclamada (ver Éxodo 15:14-16). Dios fue glorificado a través del endurecimiento del corazón del Faraón, de la misma manera que fue glorificado a través de Moisés.

Aquí tenemos una verdad muy importante, que al parecer desconocen varios cristianos. Aparentemente, muchos piensan que Dios sufre un tipo de derrota cuando los pecadores no se arrepienten y no tienen fe en Él. Suponen que Dios sólo es glorificado a través de la salvación de los perdidos y no en la condenación de los pecadores que se resisten tozudamente. De hecho, Dios es glorificado a través de la salvación de los pecadores y de la condenación de los mismos. Dios revela Su misericordia al salvar a los pecadores y Su poder triunfando sobre quienes se oponen a Él. Dios no es avergonzado por quienes lo rechazan. Él no ‘necesita’ salvar hombres para ser glorificados por ellos.

Otra Objeción
(Romanos 9:19-23)

“Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”

Hay una respuesta para esta pregunta; pero Pablo no la responderá hasta que no haya señalado un punto de mucha importancia. El versículo 19, no es sólo una pregunta; es un insulto porque pone en duda la integridad de Dios. En realidad es una acusación en contra de Dios. No espera recibir una respuesta; da la impresión que al formular la pregunta, Dios será silenciado.

En este Capítulo, Pablo ha estado enseñando la soberanía de Dios. Siglos antes que Pablo viviera, Dios llevó hasta Sus rodillas a un rey babilónico. Este gran rey aprendió algunas lecciones muy importantes acerca de la soberanía. Lo primero que aprendió Nabucodonosor, fue que aunque Dios concede a los hombres cierto grado de soberanía sobre la tierra (ver Daniel 2:37, 9:18ss.), en última instancia, sólo Él es soberano:

“Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel 4:34-37).

Para la respuesta de Pablo en Romanos 9:2’-21, es esencialmente importante lo que se lee en Daniel 4:35:

“...y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).

Soberanía significa que aquel que es soberano está en completo control de todo, está por sobre todo cuestionamiento que pueda hacer algún subordinado. Pablo es muy sensible a este hecho y por lo tanto, reaccionan en forma inmediata, censurando la actitud del que pregunta. ¿Quién es el hombre para cuestionar a Dios? Dios es el Creador y es Su prerrogativa que los hombres usen Su creación de alguna forma. Él elige. Los hombres son Su creación y ellos no tienen derecho alguno a cuestionar a su Creador. Si Dios elige uno de sus vasos para que le dé gloria siendo un vaso preparado para destrucción, es Su derecho. Si Dios elige recibir gloria haciendo que otro vaso sea de misericordia, un vaso que Él salvará, también es Su prerrogativa.

El poder de Dios está demostrado por el derramamiento de Su ira sobre los pecadores, como lo fue durante el Éxodo. La misericordia y la gracia de Dios se demuestran por el derramamiento de Su gracia sobre pecadores que no la merecen, salvándolos a pesar de su pecado. Su atraso en destruir “los vasos de la ira”, es a propósito, permitiéndole tiempo para demostrar Su gracia a “los vasos de misericordia”. Y estos “vasos de misericordia” incluyen a algunos que eran judíos y otros, gentiles.

Gentiles y No Sólo Judíos
(Romanos 9:24-29)

Siempre me asombro la lentitud con que los discípulos (¡y yo también!) comprendieron las enseñanzas del Señor. Incluso después de la muerte, del entierro, de la resurrección y de la ascensión de nuestro Señor, vemos que los apóstoles fueron lentos a abrazar las enseñanzas del Antiguo Testamento y de Jesús, en el Libro de los Hechos. En Hechos 1:8, Jesús les dijo:

“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

Esto no fue sino una repetición de lo que Jesús ya les había ordenado a Sus discípulos antes de Su muerte:

“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20; énfasis del autor).

¿Se dispusieron los discípulos a evangelizar en forma inmediata a los gentiles en el Libro de los Hechos? Ciertamente, no. En realidad, se resistieron. La evangelización de los gentiles se produjo a pesar de los apóstoles, más que debido a ellos —otra evidencia de la soberanía de Dios en la salvación. Tuvo que producirse una intensa persecución para dispersar a los judíos desde Jerusalén (Hechos 8:1ss.). Pedro tuvo que tener una visión dramática y reiterada para que fuera a la casa de Cornelio, un gentil, para predicar el evangelio (ver Hechos 10:1ss.). Y cuando la palabra alcanzó los oídos de los líderes judíos de la iglesia de Jerusalén, Pedro fue llamado y censurado por predicarle a los gentiles (Hechos 11:1-3).

El argumento de Pedro fue muy apremiante. Tuvieron que admitir que Dios también tenía la intención de salvar a los gentiles; pero observen lo que hicieron cuando oyeron esto —nada:

“Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución, que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:15-21)

Si no hubiera sido por ese grupo anónimo de judíos helénicos, que no sabían nada mejor que compartir su fe con los gentiles, la iglesia gentil de Antioquía jamás se hubiera establecido (humanamente hablando, por supuesto).

Cuando llegamos al versículo 24 de Romanos 9, Pablo desea que sus lectores comprendan que la salvación de muchos gentiles y la incredulidad de muchos judíos, no debieran sorprendernos. Ahora, él se refiere al Antiguo Testamento para demostrar que lejos de que las promesas habían fracasado por la fe de los gentiles y por la incredulidad de los judíos, Sus promesas han sido cumplidas:

“…y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente. También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo; porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud. Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes. ¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ellas no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado” (Romanos 9:23-33).

Conclusión

Todos los que Dios elige para ser salvos, son pecadores perdidos, muertos en sus iniquidades y pecados, cautivos no sólo en sus propios pecados, sino que en Satanás mismo, sin ninguna diferencia con aquellos que han pasado una eternidad en el infierno (ver Efesios 2:1-3). Aquellos que Dios salva, no le buscan a Él; son salvos sin considerar si habían buscado lo justo (Romanos 9:30-33). No son salvos por lo que son, por lo que serán o por lo que podrían ser (Romanos 9:11). Han sido escogidos y salvados, no por alguna decisión que hayan hecho; más bien la decisión de confiar en Dios es el resultado de Su obra y no de la del hombre (Juan 1:12; Hechos 13:48; 16:14; Filipenses 1:29; 2:12-13). A través de Su Espíritu, Dios regenera al que está muerto en sus transgresiones y pecados, dándole tanto vida como fe de manera que el individuo es ahora atraído a Él (Juan 6:44) y expresa su fe en Jesucristo para su salvación; una fe que también viene de Dios (Efesios 2:8-9; 1ª Corintios 4:7); es así que la salvación es considerada como la obra de la soberanía de Dios —no de los hombres (Romanos 9:11, 15-16; 11:36; 1ª Corintios 1:30-31; Hebreos 12:2).

¿Se afligen algunos porque Dios elige a algunos y a otros no? ¡No debieran! Cuando Dios elige salvar a alguien, ese alguien nunca lo hubiera elegido a Él. Michael Horton lo describe así:

“Esencialmente, la elección es un acto en el que Dios toma la decisión por nosotros; una decisión que nunca la habríamos hecho por Él”63

Debiéramos estar agradecidos que Dios elige a algunos para ser salvos; de otra forma, nadie podría haber sido salvo. Si Dios miró hacia abajo al corredor del tiempo y eligiera a aquellos que lo hubieran elegido a Él, no hubiera podido elegir a nadie, pues nadie lo hubiera elegido a Él. (ver Romanos 3:10-18).

Si Dios hubiera elegido a aquellos que eran merecedores de Su salvación, no hubiera elegido a nadie. La elección es la prerrogativa de un Dios soberano de elegir a algunos. La elección está basada solamente en la gracia de Dios y no en nuestros propios méritos. La elección es la obra externa de la gracia y el único medio por el cual los pecadores pueden ser salvos. No es una doctrina que deba angustiarnos, sino una doctrina en la cual deberíamos gozarnos. Es la base de la gratitud y de la adoración. Tal como Pablo lo expresó en el Capítulo 12:

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2; énfasis del autor).

La conclusión de los Capítulos 9-11 de Romanos, es no escatimar el reconocimiento de la soberanía de Dios, sino una adoración gozosa de Su soberanía:

“¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:33-36)

La soberanía de Dios es un incentivo para orar por la salvación de los perdidos y una fuente de consuelo cuando alguien rechaza Su ofrecimiento de salvación en Cristo. El saber que Dios es soberano en la salvación, es un gran incentivo para ser testigo, porque sé que Dios cumplirá Su propósito. A pesar de mis fracasos al presentar el evangelio y de la ceguera de aquellos a quien se les predica, Dios es el Único que salva. Mi tarea y la suya en la evangelización, jamás es en vano. Incluso cuando los hombres rechazan el evangelio, Dios es glorificado en la predicación de Su evangelio, crean o no los hombres en esa palabra. Él es glorificado tanto por la salvación de los pecadores como por el castigo eterno de los pecadores.

Por último, los hombres no son salvos porque los hayamos convencido o incluso porque decidieron (ellos primero) creer en Dios. Los hombres son salvos porque Dios los ha elegido, los ha iluminado mediante Su Espíritu para que comprendan el evangelio y los ha llamado eficazmente abriéndoles sus corazones para que respondan al evangelio. ¿A quién consideraría usted que tiene el control del destino eterno de los hombres, a hombres pecadores o a un Dios amante, misericordioso y soberano? ¿A quién clamaría para la salvación de los hombres? Él es un Dios que nos ama y que se deleita en contestar nuestras oraciones. Regocijémonos en que la salvación de nuestros seres queridos está en Sus manos y que podemos suplicarle que los salve. Y cuando nuestros seres queridos rechazan el evangelio, sabemos que Él es capaz de salvarlos. Cuando nuestros seres queridos mueren sin haber llegado a tener fe, sabemos que esto no toma a Dios por sorpresa, sino que es parte de Su gran y eterno plan.

A menudo en nuestra presentación del evangelio, temo que no representamos completamente a Dios y degradamos Su gloria en el cuadro que mostramos a los perdidos. El evangelio no debe ser visto como a Dios suplicando y argumentando desesperadamente para que le elijan. El evangelio es un mandato y así lo debemos proclamar a los pecadores perdidos. Sabemos que no podemos convencer a los hombres de su pecado o hacer que se vuelvan a Cristo; pero Dios puede y lo hace con todos los que Él a elegido. Nunca retratemos a un Dios débil, dependiente de las decisiones de los hombres; más bien debemos proclamar al verdadero Dios, que siempre consigue lo que se propone.

No nos asombra que el evangelio es ofensivo para los pecadores perdidos que quieren pensar que son ‘víctimas de su destino’, los ‘capitanes de sus almas’. No tenemos el control. Los hombres perdidos son pecadores, que han ofendido al Dios recto y santo y que están destinados al infierno eterno. No pueden hacer nada para salvarse a sí mismos. Deben reconocer sus pecados y someterse a la misericordia de Dios para hacerse merecedores en la sangre vertida de Jesucristo, quien pagó la pena por los pecados de los hombres y que ofreció a los pecadores no merecedores, Su justicia. El evangelio es una oferta gloriosa para los pecadores perdidos, quienes saben que no pueden hacer nada por salvarse a sí mismos. El evangelio es una ofensa para los que se creen justos por sí mismos, quienes piensan que pueden salvarse a sí mismos, por sus propios méritos.

¿Ha reconocido usted su pecado y su culpa? ¿Se ha sometido al Dios soberano del universo y ha aceptado Su provisión para su salvación? Yo no puedo convencerlo o convertirlo. Le puedo decir que por sus pecados merece una eternidad en el infierno y que Dios, por Su gracia, ha enviado a Su Hijo Jesucristo, para tomar el lugar del pecador y darle a los hombres Su justicia. Él ha prometido que Su Espíritu convencerá a los pecadores perdidos de su pecado, de Su justicia y del juicio eterno. ¿Se someterá usted a Dios aceptando Su forma de salvación, la única manera de salvación? Oro para que lo haga.

¿Cuál es la Relación entre Regeneración y Creer?

Considere estos pensamientos en la relación entre la regeneración y creer:

Todos los hombres están muertos en sus transgresiones y pecados, indiferentes frente a Dios e incapaces de hacer algo para cambiar su condición (ver Efesios 2:1-3). Los que están muertos en sus transgresiones y pecados, no comprenden a Dios; no tienen en consideración el evangelio ni buscan a Dios. Están destinados a enfrentarse con la ira de Dios, apartados desesperanzadamente de la intervención de la gracia divina.

La regeneración es la obra sobrenatural de Dios, que da vida a los hombres muertos (Efesios 2:5; Tito 3:5).

La fe es un don que da Dios a quienes Su Espíritu Santo ha regenerado, permitiendo así que los elegidos por Él respondan al evangelio, confiando en Jesucristo para su salvación (Efesios 2:8-9).

La regeneración precede al creer. La regeneración es la obra del Espíritu Santo, mediante la cual concede vida al que está espiritualmente muerto. Esta nueva vida es expresada por la fe en la persona y en la obra de Jesucristo. Dios es el que la inicia —la causa inicial— y por lo tanto, la fe del hombre es el resultado de la obra de Dios en el hombre.

Esto significa que la salvación es, por último, obra de Dios. Él es el que la inicia y nosotros respondemos (ver 1ª Juan 4:19). Él es el autor y el que perfeccionador de nuestra fe (Hebreos 12:1-2). Él completará lo que ha comenzado en nosotros (Filipenses 1:6). En consecuencia, vemos que Dios se describe como la fe de los hombres (Hechos 13:48; 16:14).

La otra visión (la incorrecta), es que el hombre actúa primero, confiando en Dios y después Dios responde concediéndole la salvación, en respuesta a la fe del hombre. En este caso, el hombre es la primera causa. El problema con este punto de vista es que se contradice con las Escrituras. Niega la soberanía de Dios y niega la depravación del hombre. ¿Cómo puede un hombre muerto, que odia a Dios y no le busca, repentinamente y por propia iniciativa volverse a Dios con fe? (ver Romanos 3:9-18).

Objeciones a la Soberanía Divina

Existen muchas objeciones a la soberanía divina. Veamos algunas de ellas y ofreceremos respuestas bíblicas:

La elección de Dios está basada en Su preconocimiento [presciencia] y este preconocimiento es el conocimiento de Dios de antemano, de quiénes le elegirán. (Se basan en pasajes como Romanos 8:29, como prueba).

(1) El conocimiento previo se refiere a veces al conocimiento previo que se tiene de alguien. En las Escrituras también se usa como una elección hecha de antemano. Y ‘conocer’, a veces se usa como ‘elegir’ (Génesis 18:19, ver nota marginal; Jeremías 1:5) y ‘conocer de antemano’, a veces significa ‘elegir antes de tiempo’. En Romanos 11:2 y 1ª Pedro 1:20, ‘conocer de antemano’ no puede significar simplemente ‘conocer antes de tiempo’. Debe significar: ‘elegido o seleccionado antes de tiempo’.

(2) Si la elección que hizo Dios de aquellos a quienes Él quería salvar estuviera basada en su conocimiento previo de aquellos que lo elegirían a Él, nadie sería salvo debido a la depravación del hombre (ver Juan 6:37, 44; Romanos 3:9-18). Nadie elegiría a Dios a no ser que Él nos elija primero, regenerándonos y dándonos la fe para responder al evangelio.

(3) Si la elección de Dios estuviera determinada por haberlo elegido a Él nosotros, seríamos los iniciadores de la salvación y Dios quien respondería a ella. Esto contradice a las Escrituras (Hebreos 12:1-2; Filipenses 1:6; etc.) y es inconsistente tanto con la soberanía de Dios como con la naturaleza de la gracia.

(4) Las Escrituras enseñan que Dios es el que inicia la fe y la salvación y no los hombres (Juan 6:44; Hechos 13:48; 16:13; ver también Deuteronomio 30:6; Jeremías 31:31-34).

Y, ¿qué de aquellos textos que llaman al hombre a creer y aquellos que hablan de la elección que hacen los hombres como si fueran Dios?

(1) Los hombres son llamados a arrepentirse y a creer en Jesucristo, para salvarse. Los hombres son salvos por su fe. Todos los que vinieron a Él, los que proclaman el nombre del Señor, serán salvos (Juan 6:37; Romanos 10:13). Pero esta respuesta que es necesaria que los hombres manifiesten, es el resultado de la obra salvadora y soberana de Dios y no su causa (Juan 1:12).

La soberanía divina impide o excluye la responsabilidad humana.

(1) De ninguna manera. La soberanía divina es la base de la responsabilidad humana.

“Muchos han dicho neciamente que es bastante imposible demostrar dónde termina la soberanía de Dios y dónde comienza la responsabilidad de las criaturas. Aquí es donde comienza la responsabilidad humana: en la disposición soberana del Creador. ¡Con respecto a Su soberanía, no existe y jamás existirá un fin!64

“Dios es un caballero y no fuerza a nadie a venir a Él”

(1) Esta declaración expresa una visión retorcida de la soberanía de Dios y de la depravación del hombre. Si Dios no interviniera y no obviara nuestra enfermedad letal de pecado y rebeldía, nadie sería jamás salvo. El evangelio es imposible para el hombre, separado de la intervención divina y la habilitación que Él nos concede. Cuando Dios nos salva, Él permite que los muertos vivan; Él elimina nuestra ceguera espiritual, dándonos visión; Él abre nuestro corazón para responder y Él nos da una nueva naturaleza que es la que Dios desea. Si técnicamente es incorrecto decir que Dios pasa por encima de nuestra voluntad, ciertamente Él cambia nuestra naturaleza y nuestra voluntad.

Sugerencias y Aplicaciones de la Soberanía Divina en la Salvación

El tema de la soberanía de Dios en la salvación, es vitalmente importante:

“Por lo tanto, no es irreverente, inquisitivo o trivial, sino necesaria para los cristianos averiguar si la voluntad [humana] tiene alguna acción o no en los asuntos relacionados con la salvación eterna… Si no sabemos estas cosas, no sabremos absolutamente nada de lo que debemos conocer como cristianos y seremos peores que cualquier incrédulo… Por lo tanto, que todo aquel que no esté de acuerdo con esto, que confiese que no es un cristiano. Pues si ignoro lo que puedo hacer y cuánto puedo hacer con respecto a Dios, será igualmente incierto y desconocido para mí lo que Él puede hacer en mí y cuánto puede hacer en mí… Pero cuando desconozco la obra y el poder de Dios, soy incapaz de adorarle, alabarle, agradecerle y servirle, por cuanto no sé cuánto debo atribuir de mi vida a mí mismo o cuánto a Él. Por lo tanto, nos compete a nosotros tener una certeza en saber las diferencias entre el poder de Dios y el nuestro, entre la obra de Dios y la nuestra, si es que deseamos vivir una vida en Él”65

La soberanía es diametralmente opuesta a todo lo natural y caído que hay en nosotros y es completamente consecuente con lo que la Biblia enseña. Los hombres, en forma natural, rechazan la soberanía de Dios y la reciben sólo en forma sobrenatural. ¿Se resiste usted a ella? No deberíamos sorprendernos. La doctrina de la soberanía de Dios es una doctrina en la que nadie creería en forma natural a no ser que las Escrituras la enseñen claramente y sin que el Espíritu de Dios cambie nuestros corazones para abrazarla. ¿Desea conocer la verdad de este asunto? Estudie las Escrituras y pídale a Dios que le dé comprensión.

“La razón por la que la gente se opone a ella [la elección], se debe a que desean que Dios se cualquier cosa, excepto Dios. Él puede ser un siquiatra cósmico, un pastor útil, un líder, un maestro, cualquier cosa… pero no Dios. Por una razón muy simple —ellos quieren ser Dios”66

“Si despreciamos a Dios por amarnos antes que nosotros le amemos a Él, es una actitud egocéntrica”67

Rechazar o resistir la soberanía de Dios en la salvación, es un asunto muy serio:

“Esta doctrina [la soberanía de Dios], demuestra la irracionalidad y la espantosa maldad de su rechazo de corazón a poseer la soberanía de Dios en este asunto. Demuestra que usted desconoce que Dios es Dios. Si supiera esto, estaría internamente muy quieto y en silencio; humilde y calmadamente se postraría en el polvo delante de un Dios soberano y sería para usted una razón suficiente.

Al objetar y pelear con respecto a la justicia de las leyes de Dios, a Sus amenazas y a las dispensaciones soberanas que Él le concede a usted y a otros, se está oponiendo a Su divinidad; muestra así su ignorancia con relación a Su grandeza y excelencia divinas y que usted no soporta que Él es el que debe recibir la honra divina. Su mente se opone a la soberanía de Dios, a partir de pensamientos tan bajos y ruines que no tiene conciencia de cuán peligrosa puede ser su conducta y de cuánta audacia tiene siendo una criatura que contiende con el Hacedor”68

En la Biblia, la soberanía de Dios no es una verdad negativa, una doctrina problemática que en lo posible debiéramos evitar; es una doctrina positiva que nos anima, nos consuela y nos motiva.

El señor Spurgeon se refirió correctamente en su sermón basado en Mateo 20:15: “No existe atributo más consolador para Sus hijos que la Soberanía de Dios. Bajo las circunstancias más adversas, en los desafíos más severos, ellos creen que la Soberanía ordenó su aflicción, que la Soberanía los domina y que la Soberanía les santificará a todos. No existe otra cosa por la que Sus hijos deban contender más que la doctrina de su Maestro de la creación —la Majestad de Dios sobre toda la obra de Sus manos— el Trono de Dios y Su derecho a sentarse en aquel Trono. Por otra parte, no existe doctrina más odiada por los mundanos, no existe otra verdad de la cual hayan hecho un juego, como la grande, estupenda; pero más verdadera que la doctrina de la Soberanía del infinito Jehová. Los hombres aceptarán que Dios esté en todas partes, excepto en Su trono. Le permitirán estar en los lugares en que se le adore con palabras de moda y exuberantes. Le permitirán estar en donde se dan las limosnas para que Él las conceda y entregue Su gracia. Le permitirán sostener la tierra y sus pilares, o las luces del cielo, o regir sobre las olas del océano; pero cuando Dios asciende a Su trono, entonces Sus criaturas hacen rechinar sus dientes y cuando proclamamos a un Dios entronado y Su derecho a hacer como Él quiere con lo que es Suyo, a disponer de Sus criaturas de la forma como Él quiere, sin consultarles, entonces es cuando somos silbados y detestados y entonces es cuando los hombres se vuelven sordos, pues Dios en Su trono no es el Dios que aman. Pero a nosotros nos encanta predicar sobre el Dios que está en Su trono. Es en el Dios sentado en Su trono en quien confiamos”69

Preguntas para Examinar con Relación a la Soberanía de Dios en la Salvación

¿Por qué cree que los hombres se resisten o rechazan la doctrina de la soberanía de Dios en la Salvación? ¿Por qué los cristianos resisten o rechazan la soberanía de Dios en la salvación, en circunstancias que la aceptan en otros ámbitos?

¿Cuál es la relación entre la soberanía de Dios en la salvación y la gracia? ¿Entre la soberanía de Dios en la salvación y la depravación humana? ¿Por qué la gracia de Dios debe ser una gracia soberana?

¿Cómo afecta al evangelio la soberanía de Dios en la salvación? ¿Cómo afecta al evangelio la depravación del hombre y su resistencia a la soberanía de Dios en la Salvación? [En otras palabras, ¿cómo podría obtener el evangelio el hombre natural o no salvo de otra forma?]

¿Cómo cree que le ayudó a Pablo (tal como está descrita en Hechos 9, 22, 26) su conversión a tratar el tema de la soberanía de Dios en la salvación?

¿Cómo debiera afectar nuestras oraciones por los que están perdidos, el punto de vista bíblico de la soberanía de Dios en la salvación? ¿Nuestra motivación por la evangelización? ¿Nuestros métodos de evangelización? ¿El mensaje que proclamamos en la evangelización?

La soberanía de Dios en la salvación, ¿significa que usted sea uno de los no elegidos y que podría no serlo incluso deseándolo? ¿Significa que nunca podremos saber si somos salvos, por cuanto la salvación depende de Dios y no de nosotros?

Citas Citables

“Las Escrituras dan muchos ejemplos de la libertad de Dios en la gracia selectiva. Cerca de un estanque en Jerusalén, ser reunía “una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos” (Juan 3:5). Así, Cristo se hace lugar entre la gente y se acerca a un hombre —sólo una persona— y le sana de su parálisis. Ahora bien, debemos comprender que este era un lugar habitual para mucha gente que tenían la esperanza en que cada día era su día para que se hiciera el milagro. Podríamos pensar que había algún tipo de turno para ser sanado; pero Jesús sólo trató de sanar ese día, a una sola persona. ¿Por qué no los sanó a todos? Podría haberlo hecho; tenía el poder. Pero no lo hizo. Sin embargo, sigo oyendo en cuán injusto fue que Jesús sanara a sólo un hombre que estaba cerca del estanque ese día. ¿Por qué la elección tiene que ser diferente en el ámbito de nuestra salvación?”70

“En la elección, llegamos hasta el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; el Dios del desierto; el Dios de la encarnación, de la muerte y de la resurrección de Cristo; el Dios que es todo menos una deidad frustrada que ‘no tiene otras manos, sino las nuestras’ y debe caminar por los suelos del cielo mientras hace sonar sus dedos esperando que los hombres ‘le permitan hacer como Él quiere’. Este es el Dios que es todo menos un copiloto. ‘Dios resiste a los soberbios, y da gracias a los humildes’ (Santiago 4:6)”71

“Podrían estar pensando: ‘Elección y evangelismo —¿en el mismo saco? ¡Se me ha dicho que son mutuamente excluyentes! Pero honestamente puedo decir que el evangelismo nunca significó lo que realmente es después de haber comprendido la elección. Compartir la fe con los no creyentes, ha llegado a ser una carga para muchos y también lo fue para mí, hasta que esta verdad cambió mi manera de pensar. La elección cambia nuestro evangelismo en tres niveles: nuestro mensaje, nuestros métodos y nuestra motivación”72

“Pero puede ser objetada. ¿No leemos una y otra vez en las Escrituras cómo los hombres desafiaron a Dios, resistieron Su voluntad, quebrantaron Sus mandamientos, no consideraron Sus advertencias y se volvieron sordos a todas Sus exhortaciones? Ciertamente lo hemos leído. ¿Y esto anula todo lo que hemos dicho antes? Si es así, entonces ciertamente la Biblia se contradice a sí misma. Pero esto no puede ser. A lo que se refiere el que objeta, es simplemente la maldad del hombre hacia la palabra externa de Dios, mientras que lo que hemos mencionado antes es lo que Dios se ha propuesto a Sí mismo. La regla de conducta que Él nos ha dado, está perfectamente incumplida por todos nosotros; Sus propios ‘consejos’ eternos se han cumplido hasta en los detalles más mínimos”73

“Estando infinitamente elevado por sobre la criatura más alta, Él es el Altísimo, Señor de los cielos y de la tierra. Sin estar sujeto a nadie, absolutamente independiente; Dios obra como Él quiere y sólo como Él quiere y siempre como Él quiere. Nadie puede obstruirlo; nadie puede esconderse de Él. Es así que Su propia Palabra lo declara expresamente: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:10); “…y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano…” (Daniel 4:35b). La soberanía divina significa que Dios es Dios tanto de hecho como de nombre, que Él es el que está en el Trono del universo, dirigiendo todas las cosas, obrando en todas las cosas “según el designio de su voluntad” (Efesios 4:11b)”74

“Esta doctrina [la soberanía de Dios], demuestra la irracionalidad y la espantosa maldad de su rechazo de corazón a poseer la soberanía de Dios en este asunto. Demuestra que usted desconoce que Dios es Dios. Si supiera esto, estaría internamente muy quieto y en silencio; humilde y calmadamente se postraría en el polvo delante de un Dios soberano y sería para usted una razón suficiente.

Lo más insanamente osado que un hombre puede hacer, lo más excesivamente necio que un puede hacer, la cosa más desesperadamente malvado que un hombre puede hacer, es replicarle a Dios, entrar en controversias con Dios, criticar a Dios, condenar a Dios. Pero eso es lo mucha gente está haciendo”75

“¿Qué somos todos nosotros? Viles —el mejor de nosotros, no es más que un repugnante pecador. Es posible que aún no estemos conscientes de ello; pero es verdad. Nuestras vidas han sido penetradas una y otra vez por el pecado. Aún así usted pretende estar ante la presencia de este Dios Santo, en cuya presencia los serafines se cubren sus rostros y sus pies, contendiendo con Él sugiriéndole lo que debe hacer; entra en controversia con Él, le critica las cosas que Él ha hecho y que ha resuelto que son las que deben ser y murmura contra Dios”76

“Él es… un Ser de sabiduría infinita. Miramos hacia los cielos estrellados que están sobre nuestras cabezas, miramos esos hermosos mundos de luz que repletan los cielos en la noche. Pensamos en las cosas que nos abruman por su inmensidad y en la increíble velocidad de sus movimientos al cruzar el espacio y mientras los observamos, como si fuésemos sabios, exclamamos: ‘Oh, Dios, qué Ser de más infinita sabiduría y majestad eres, que puedes guiar esos mundos inconcebiblemente enormes mientras cruzan el espacio con tal increíble velocidad’”

“Y aún así, muchos de ustedes que está aquí esta noche, no dudan mirar al Dios infinito quien hizo estas magníficas esferas de luz, que guían a todo el universo en su curso maravilloso, estupendo y que nos deja perplejos, ¡e intentan decirle lo que debe hacer! Necios, ¿estáis locos? Ningún paciente de algún manicomio haría algo más insano que eso. ‘¿Quiénes sois?’ El hombre más sabio de la tierra, no es más que un niño; el filósofo más sabio no sabe tanto; el hombre de ciencia más grande no sabe casi nada. Lo que sabe es casi nada comparado con lo que no sabe. Lo que sabe, incluso acerca del universo material, es como nada comparado con lo que no sabe”77

“Supongamos que algunos niños de trece o catorce años, deben tomar un libro de filosofía que trata el último producto del mejor pensamiento filosófico de hoy día y comienza a criticarlo, página por página. ¿Qué pensaríamos? ¿Nos detendríamos a mirar al niño y decir con admiración ilimitada: ‘Qué muchacho tan inteligente’? No, diríamos: ‘¡Qué idiota más vanidoso este muchacho, que se atreve a su edad a criticar el mejor pensamiento filosófico de nuestros días!’ Pero no es tan idiota como usted o como yo cuando intentamos criticar a un Dios infinitamente sabio, pues somos mucho menos que niños comparados con el Dios infinito.

El filósofo más profundo de nuestros días, no es sino un niño comparado con el Dios Infinito. E incluso ustedes, que no tienen en absoluto alguna pretensión de ser filósofos, toman el Libro de Dios, ustedes como niños, como infantes, toman este Libro que representa la mejor sabiduría de Dios, se sientan, vuelven las páginas una a una y pretenden criticarlo y la gente se para a vuestro lado con admiración y dicen: ‘¡Qué conocimientos!’ Pero los ángeles miran hacia abajo y dicen: ‘¡Qué necio!’ Y, ¿qué dice Dios? “Oh, hombre, ¿quién eres que altercas con Dios? El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4)”78

“Nunca se le ha ocurrido a alguien que incluso Dios podía por alguna posibilidad, saber más que ellos. Tampoco se me ocurrió a mí durante años en los cuales yo era un universalista. Pensaba que todos los hombres al final, serían salvos. Eran un universalista porque tenía un argumento para la salvación última de todos los hombres, al que pensaba jamás podrían destruir. Pensaba que si yo no tenía una respuesta, porqué nadie la tenía. Por lo tanto, desafié a cualquiera a responderme ese argumento. Iba dando vueltas por allí con mi preciosa y altiva cabeza, diciendo: ‘He encontrado una razón incontestable para el universalismo’. Pensé que era un universalista para siempre y que cualquiera que no lo fuera, era porque no estaba en sus cabales.

Un día se me ocurrió que un Dios infinitamente sabio, podía saber más que yo. Lo que nunca se me había ocurrido pensar antes. También pensé que era bastante posible que un Dios de infinita sabiduría podría tener miles de buenas razones para hacer alguna cosa mientras que yo, en mi infinita necedad, ni siquiera tenía una. Y fue entonces cuando mi querido y acariciado universalismo, se transformó en humo.

Si aceptamos y comprendemos el pensamiento que es posible que un Dios infinitamente sabio sabe más que nosotros y que Dios en su infinita sabiduría pudiera tener mil buenas razones para hacer algo en circunstancias que nosotros no tenemos ni siquiera una, habremos aprendido una de las verdades teológicas más grandes del día —una que resolverá muchos de los problemas de la Biblia que nos dejan perplejos.

Los hombres pretenden tener una sabiduría infinita y fantasean que pueden hacer uso de ella de acuerdo a las capacidades limitadas de sus mentes. Pero debido a que son incapaces de llegar a esa sabiduría infinita en sus mentes estrechas, dicen: ‘No creo que es Libro sea la Palabra de Dios, porque no hay nada en él que me impida comprender su filosofía’. ¿Por qué tenemos que comprender su filosofía? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es el tamaño de nuestras mentes? ¿Por cuánto tiempo la hemos tenido? ¿Por cuánto tiempo la mantendremos? ¿Quién nos la dio?”79

“No es de nuestra incumbencia conocer la filosofía de las cosas; no es de nuestra incumbencia conocer la razón de las cosas. Sí lo es oir lo que Dios tiene que decir y cuando lo dice, creer en ello, ya sea que comprendamos Su filosofía o no”80

“Existe una clase más de hombres que altercan con Dios; los hombres que en vez de aceptar a Jesucristo como su Salvador y rendirse ante él como Señor y Maestro, confesándose abiertamente frente a él de la misma manera que lo hacen frente al mundo, están dando excusas por no hacerlo. Jesús dice en Juan 6:37: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera”. Dios dice en Apocalipsis 22:17: “…y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Cualquiera puede ir a Cristo y cualquiera que lo hace, será recibido y será salvo. Pero muchos de ustedes, en lugar de ir, dan excusas para no hacerlo. En toda excusa que se haga para no hacerlo, estará entrando en controversia con Dios, estará condenando a Dios, quien le está invitando. No podemos esgrimir alguna excusa por no ir y aceptar a Dios, que no esté condenando a Dios. Cada excusa que cualquier mortal haga para no aceptar a Cristo, en su último análisis, condena a Dios”81


57 Martín Lutero, The Bondage of the Will (Philadelphia: Westminster, 1975), p. 117, de acuerdo a lo citado por Michael Scott Horton, Putting Back Into Grace (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1991), p. 60.

58 Charles Haddon Spurgeon, The New Park Street Pulpit, vol. 4 (mensaje predicado el 1º Agosto de 1858, en el Music Hall, Royal Surrey Gardens, de acuerdo a lo citado por Warren Wiersbe, Classic Sermons on the Sovereignity of God (Grand Rapids: Kregel Publications, 1994), pp. 114-115.

59 Spurgeon, de acuerdo a lo citado por Wiersbe, pp. 116-117

60 También debemos recordar que Satanás tiene su parte en la incredulidad de los perdidos, pues él está siempre intentando apartar a los hombres del evangelio (Marcos 4:3-4, 13-14), enceguecer a los hombres frente al evangelio (2ª Corintios 4:3-4) y también por corromper y distorsionar el evangelio (2ª Corintios 11:14; 13-15).

61 Juan Bautista reconoció y consignó el error, cuando les dijo a los escribas y a los fariseos: “…y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aún de estas piedras” (Mateo 3:9).

62 En ningún otro lugar, Pablo explica que un verdadero israelita es un hijo de Dios por fe en Cristo, ya sea judío o gentil (ver Romanos 4:16-17; Gálatas 6:16). A propósito, en Romanos 4, Pablo señala que Abraham era en realidad un gentil (incircunciso) cuando llego a ser un creyente (ver 4:10-12).

63 Michael Scott Horton, Putting Amazing Back Into Grace, p. 45.

64 A.W. Pink, The Attributes of God, p. 29.

65 Martín Lutero, The Bondage of the Will (Philadelphia: Westminster, 1975), p. 117, según cita de Michael Scott Horton, Putting Amazing Back Into Grace (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1991), p. 60.

66 D. James Kennedy, Truths That Transform (Old Tappan, NJ: Revell, 1974), según cita de Michael S. Horton, Putting Amazing Back Into Grace (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1991), p. 43.

67 Michael Horton, p. 45.

68 Jonathan Edwards, tomado de The Words of Jonathan Edwards (vol. 2, 1976), publicado por Banner of Truth Trust, según cita de Warren Wiersbe, Classic Sermons on The Sovereignity of God (Grand Rapids: Kregel Publications, 1994), p.107.

69 A.W. Pink, The Attributes of God, p. 27.

70 Horton, p. 59.

71 Michael Horton, Putting The Amazing Back Into Grace, pp. 58-59.

72 Horton, p. 66.

73 Pink, p. 25.

74 Pink, p. 27.

75 Torrey, Wiersby, p. 45.

76 Torrey, p. 47.

77 Torrey, p. 48.

78 Torrey, p. 49.

79 Torrey, p. 57.

80 Torrey, p. 58.

81 Torrey, p. 58.

Related Topics: Soteriology (Salvation), Theology Proper (God)

11. La Cercanía de Dios (Éxodo 33:1-16; 34:8-10; Deuteronomio 4:1-7)

Introducción

Es interesante comprobar que un gran número de libros escritos sobre los atributos de Dios, hablan poco o nada sobre el tema de la omnipresencia de Dios. A.W. Tozer comenta la omnipresencia de Dios:

“Pocas verdades se enseñan en las Escrituras con más claridad que la doctrina de la omnipresencia divina. Aquellos pasajes que apoyan esta verdad, son tan claras que requerirían un esfuerzo considerable para comprenderlos. Declaran que Dios es inminente en Su creación, que no existe lugar en el cielo, en la tierra o en el infierno donde el hombre pueda esconderse de Su presencia. Enseñan que Dios está al mismo tiempo, lejos y cerca y que en Él los hombres se mueven, viven y tienen su ser”82

¿Desafiarían los cristianos que creen en la Biblia, la verdad que Dios es omnipresente? Y me temo que aún cuando creemos que esta doctrina es verdad en las Escrituras, no la vemos tan verdadera en nuestra vida; una verdad que se aplica a nuestra forma de vida. ¡Pero afecta nuestra vida diaria! He considerado el tema de la omnipresencia de Dios, como “La Cercanía de Dios”, pues como veremos pronto, la cercanía de Dios es una de las máximas aspiraciones del cristiano —el bien más grande. Esta verdad impacta enormemente nuestras actitudes y acciones. Consideremos entonces, la cercanía de Dios, la presencia constante de Dios en nuestras vidas.

La Caída del Hombre: La Cercanía Perdida
(Génesis 3:6-10)

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y el árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire de día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Génesis 3:6-10).

Pareciera ser que antes de la caída de Adán y Eva, ellos gozaban del privilegio de disfrutar una íntima relación y comunión con Dios. Desde el versículo 8, podemos inferir que Dios caminaba diariamente por el jardín y que Adán y Eva disfrutaban de ese momento con Él. Pero cuando eligieron confiar en el diablo en vez de Dios y desobedecer el mandato de Dios, pecaron. Su pecado originó la separación de Dios y temerle. Se escondieron de Él. El pecado da como resultado una separación de Dios:

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oir; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oir” (Isaías 59:1-2).

El resto de la Biblia trata del plan y el propósito de Dios hacia el pecado del hombre de manera que éste pueda una vez más, disfrutar de Su compañía y de Su presencia. En Génesis 3:15, se registra la primera promesa de salvación de la Biblia:

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”

El resto de la Biblia es la historia de cómo Dios cumple esta promesa de salvación de manera que el hombre pecador pueda nuevamente estar cerca de un Dios santo.

El Éxodo y la Cercanía de Dios83

El éxodo no fue sólo esa época cuando Dios liberó a los israelitas cautivos de su esclavitud de Egipto. Fue una época en la que Dios mismo se apartó de todos los demás ‘dioses’ (especialmente de los dioses de Egipto) y en la que apartó a los israelitas de los egipcios (Éxodo 9:4-6; 11:7). Dios separó a Su pueblo Israel de los egipcios, por medio de las plagas; pero más importante aún, distinguió a Israel por Su presencia:

“Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Éxodo 33:15-16).

“Porque, ¡qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?” (Deuteronomio 4:7).

Y así fue que Dios estuvo cerca de Su pueblo Israel. El gran dilema fue que los israelitas eran un pueblo testarudo y pecador. Su presencia como un Dios santo, se convertiría en algo peligroso porque Su santidad requería estar cerca del pecado:

“Jehová dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo (a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino. Y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos. Porque Jehová había dicho a Moisés: Di a los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer” (Éxodo 33:1-5).

Dios prometió asegurarse que Israel poseyera la prometida tierra de Canáan; pero no prometió que estaría presente entre Su pueblo. Este pueblo pecador, simplemente no podía sobrevivir en la presencia de un Dios santo. Sin embargo, Moisés no podía conformarse con nada más que no fuera que Dios morara en medio de Su pueblo. Esto diferenciaba a Israel del resto de las naciones84. Observen cómo Moisés le ruega a Dios, rechazando la promesa de la presencia personal de Dios ante él y cómo presiona para que la presencia de Dios esté entre Su pueblo, Israel:

“Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Éxodo 33:13-16).

Si el problema de la presencia de Dios estaba enraizado en la naturaleza pecadora de los israelitas, la solución debía encontrarse en el carácter de Dios. Dios no es sólo santo. También es misericordioso y perdonador. Aquí estaba la clave que buscaba Moisés y Dios la manifestó delante suyo cuando Él le manifestó Su gloria en la montaña:

“Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (Éxodo 34:5-9).

Había una sola manera en que un pueblo pecador pudiera morar en la presencia de Dios y esta era Su gracia. Dios podía morar en medio de un pueblo pecador, porque Él es un Dios que perdona el pecado. Todavía no estaba claro con exactitud, cómo se efectuaría este perdón; pero el pacto mosaico lo presagiaba (ver Colosenses 2:16-17). La Ley de Moisés definió tanto lo que le agradaba o no le agradaba a Dios; lo que era limpio y lo que no lo era (o lo corrupto) para la nación. Era imposible evitar la corrupción; pero la Ley también proveyó para la trangresión del hombre de la Ley. El pacto mosaico introdujo el tabernáculo y el sistema sacrifical, mediante el cual Dios podía morar en medio de un pueblo pecador al estar separado de ellos por las barreras del tabernáculo. A sólo ciertos israelitas (los sacerdotes levíticos), se les permitía acercarse a Dios en el desarrollo de los ritos religiosos de la nación. La presencia de Dios se manifestaba en el Lugar Santísimo, donde a los hombres se les impedía acudir, caso contrario, morían. Y a los hombres se les informó que sólo por medio del derramamiento de sangre podían acercarse a su Dios en adoración. Todo este sistema, presagiaba la venida del Mesías, el “Cordero de Dios”, quien cargaría los pecados del mundo y cuya sangre derramada limpiaría a los hombres de sus pecados.

La Cercanía de Dios en los Salmos y en los Profetas

A pesar de la distancia que debían mantener los israelitas de su Dios bajo la Ley, el pueblo de Dios esperaba un día en el futuro en el que pudieran sostener una comunión íntima con Él. Esto estaba simbólicamente representado por una comida, anticipada por primera vez en el Éxodo y de lo cual después frecuentemente narrado en los Salmos:

“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).

“Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmo 23:5-6).

“Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4).

Sería errado concluir que gozar en la presencia de Dios, sea sólo una esperanza futura para el santo del Antiguo Testamento. El Salmo 73 habla de la presencia de Dios en medio de la aflicción. Asaf, después de sufrir una agonía considerable por la prosperidad de los impíos y por el sufrimiento de los santos (así lo suponía), llegó a comprender que la última bendición en la vida, no es la prosperidad o la ausencia de dolor, sino la presencia de Dios ya sea que ésta se nos haga real en medio de la pobreza o del dolor:

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Salmo 73:25-28; énfasis del autor).

El Salmo 139 es la expresión de David de su gozo en la presencia de Dios en su vida. Es uno de los grandes salmos y uno en el cual también encontramos consuelo:

“Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú as conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¡¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aún la noche resplandecerá alrededor de mí. Aún las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo. De cierto, oh Dios, harás morir al impío; apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios. Porque blasfemias dicen ellos contra ti; tus enemigos toman en vano tu nombre. ¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos. Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:1-24).

Los profetas hablaron del tiempo cuando Dios se acercaría a Su pueblo para rescatarles de sus pecados y para morar con ellos en una comunión íntima. Los profetas expusieron la hipocresía de aquellos israelitas que fingían estar cerca de Dios; pero cuyos corazones estaban muy distantes:

“Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isaías 29:13; énfasis del autor).

No era suficiente la rectitud ceremonial. Los hombres no experimentarían la cercanía de Dios hasta que comprendieran la verdadera religión. La verdadera religión es poseer y practicar el carácter de Dios, vivir el carácter de Dios en nuestra conducta; más que repetir rituales o hacer profesiones sin significado:

“Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado. Que me busquen cada día, y quieran saber mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia, y que no hubiese dejado la ley de su Dios; me piden justos juicios, y quieren acercarse a Dios. ¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso: humillamos a nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que el día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (Isaías 58:1-12; énfasis del autor).

Los profetas advirtieron que si el pueblo de Dios no se arrepentía, profesando y practicando la verdadera justicia, verían que Dios se les acercaría más para juzgarlos que para salvarlos:

Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:5; énfasis del autor).

Dios está siempre cerca en el sentido que Él ve y oye lo que los hombres hacen y Él se mostrará hacia ellos consecuentemente:

“¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuando estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal” (Jeremías 23:23-27; énfasis del autor).

Aquellos que ‘no se acerca’ a Dios por fe, serán condenados:

“No escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en Jehová, no se acercó a su Dios” (Sofonías 3:3; énfasis del autor).

A quienes se arrepientan y confíen en el Mesías que viene de Dios, se les prometió un Dios que estaría cerca, que moraría en medio de la Nueva Jerusalén:

“En derredor tendrá dieciocho mil cañas. Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama85“ (Ezequiel 48:35).

La Cercanía de Dios en los Evangelios

Dios se acercó a los hombres, en la encarnación. Jehová se acercó para salvar a Su pueblo en la persona del Señor Jesucristo. En cumplimiento de la profecía de Isaías 7:14, Su nombre era Emanuel, cuyo significado es: ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23). Los escritores del Nuevo Testamento, dejaron claramente establecido que Jesús era Dios que se acercó a salvar (ver Marcos 5:17; Lucas 4:28-29). En la cruz del Calvario, la multitud gritó: “¡Fuera con éste...!”. Se sentían más cómodos con un asesino que con el Príncipe de la Vida (Lucas 23:18).

La Cercanía de Dios en las Epístolas

El escritor de la epístola a los Hebreos, es el que establece la gran superioridad de la obra de Cristo en los sacrificios del Antiguo Testamento. El sistema del Antiguo Testamento no podía remover el pecado del hombre, haciéndole apropiado para entrar en la presencia del Dios santo. Es la sangre derramada de Jesucristo la que provee el perdón de los pecados permitiendo que el hombre entre a la presencia de Dios con confianza:

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16; énfasis del autor).

“…(pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios” (Hebreos 7:19; énfasis del autor).

“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25; énfasis del autor).

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1; énfasis del autor).

“Así, que, hermanos teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19-22; énfasis del autor).

La sangre de Cristo no sólo es el remedio para el pecado del hombre, permitiéndole “acercarse” a Dios; también lo es para las relaciones entre los hombres, sacando de una vez y por todas, las barreras entre los santos:

“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Ero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, ara crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y VINO Y ANUNCIÓ LAS BUENAS NUEVAS DE PAZ A VOSOTROS QUE ESTABAIS LEJOS, Y A LOS QUE ESTABAN CERCA; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos sin conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:11-22).

El cielo no es tanto el lugar donde los santos se complacen a sí mismos en las bendiciones de Dios, sino que el lugar donde los santos se gozan de la presencia de Dios:

“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:2-3).

“Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:3-5)

El infierno, por otra parte, es el lugar donde los hombres están eternamente separados de la presencia de Dios:

“Métete en la peña, escóndete en el polvo, de la presencia temible de Jehová, y del resplandor de su majestad” (Isaías 2:10).

“Y se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, por la presencia temible de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra. Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase, y se meterá en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, por la presencia formidable de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando se levante para castigar la tierra” (Isaías 2:19-2).

“…los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (1ª Tesalonicenses 1:9).

“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre la peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apocalipsis 6:15-17).

“T vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:11-15).

Principios Concernientes a la Omnipresencia

Aún cuando no sea un estudio exhaustivo de la doctrina de la divina omnipresencia, podemos hacer un resumen de algunos principios enseñados en las Escrituras sobre esta importante y consoladora doctrina:

(1) Dios es omnipresente en Su creación, pues Él siempre sabe todo lo que pasa en cualquier lugar. Él está constantemente conciente de la injusticia, del pecado, de la fidelidad. Sus ojos están siempre observando; Sus oídos (antropomórficamente hablando – hablando de Dios en términos humanos), están siempre atentos a los lamentos de los hombres, especialmente al de los oprimidos y a los penitentes (2 Crónicas 16:8; Salmo 34:15; Proverbios 5:21; Amós 9:8; Zacarías 4:10; 1ª Pedro 3:12).

(2) Dios elige soberanamente a algunos para la salvación eterna, lo cual les acercan a Él más que a otros y así diferencia a los Cristianos de los incrédulos. (Números 16:5; Salmo65:4; Éxodo 33:16; Deuteronomio 4:7; Proverbios 18:24).

(3) La presencia de Dios no está sólo entre Su pueblo; ahora está en Su pueblo, a través del ministerio del Espíritu Santo. (Salmo 139:7; Juan 14:17-18, 23; 16:7-15). A menudo me ha llamado la atención cómo Jesús pudo decirle a Sus discípulos que era mejor para Él separarse de ellos (Juan 16:7). Finalmente he comenzado a comprender la razón. Mientras estaba en la tierra, en Su cuerpo físico, nuestro Señor estaba presente entre Su pueblo, especialmente entre Sus discípulos. Pero cuando el Señor ascendió al cielo, Él envió a Su Santo Espíritu a morar en Su pueblo, de manera que Él está siempre en la presencia de todo creyente, no importando lo que él o ella sean. Es el Espíritu Santo de Dios el que transfiere la presencia de Dios en Su pueblo.

(4) Dios está en nuestra presencia a través de Su Palabra.

Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:14; énfasis del autor).

Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad” (Salmo 119:151; énfasis del autor).

(5) Dios está siempre presente entre Sus elegidos. (Salmo 139:7-12). Él nunca nos abandonará o se olvidará de nosotros (Hebreos 13:5).

(6) Dios está especialmente cerca nuestro en ciertas épocas. Él está siempre cerca nuestro en ‘tiempos de necesidad’ (Hebreos 4:16)86. Está cerca cuando confesamos y abandonamos nuestros pecados (Salmo 76:7; Isaías 59:2; 2ª Corintios 6:16-18). Él está cerca de los que tienen el corazón quebrantado (Salmo 34:18; comparar Mateo 5:3ss.; 2ª Corintios 7:6). Él está con nosotros (aunque seamos dos o tres), cuando ejercitamos la disciplina de la iglesia en Su nombre (Mateo 18:20). Está con nosotros cuando somos disciplinados por Él como un Padre que nos ama (ver Hebreos 12:3-13), Él está con nosotros cuando le llamamos en verdad (Salmo 145:18). Él está cerca cuando le consideramos santo (Levítico 10:3). Él está cerca de nosotros cuando ‘nos acercamos’ a Él (Santiago 4:8).

Conclusión
Implicancias Prácticas de la Cercanía de Dios

Nuestro estudio nos lleva a ponderar varias áreas de aplicación. Primero, me gustaría hacerles una pregunta que les animo a contestarla honestamente en vuestro corazón y alma: ¿Creen que la cercanía de dios es su mejor bien? Si no es así, están siguiendo una meta que es menos que buena. Moisés fue un hombre que tuvo la relación más íntima con Dios entre todos los israelitas (ver Éxodo 33:11) y aún así, no se sentía feliz. Deseaba conocer a Dios aún más íntimamente, estar incluso más cerca de Él (ver Éxodo 33:17-18). Examinemos nuestros corazones para ver si deseamos estar cerca de Él. Si no tenemos el deseo de estar cerca de Él, no debe sorprendernos el no tener anhelo por el cielo. Si no deseamos la cercanía de Dios, nuestros deseos están —al menos— distorsionados y probablemente son destructivos.

Segundo, permítanme formularles otra pregunta: Asumiendo que desean la cercanía de Dios acerca de la cual nos habla la Biblia, ¿en este momento, sienten la cercanía de Dios? Si no es así, el problema es en realidad muy simple —el pecado. El pecado separa a los hombres de Dios. Puede ser que no esté gozando la cercanía de Dios porque es un pecador perdido, condenado a la eterna separación de Dios, separado de Su gracia. En Jesucristo, Dios se acerca a los hombres para revelarse a Sí mismo y para proveer un medio por el cual se puede subsanar el problema del pecado y se puede restablecer la comunión entre Él y los hombres. Él, el Hijo de Dios sin pecado, cargó el castigo del pecado; el castigo por sus pecados. Al recibir el don divino del perdón y de la vida eterna en Cristo, puede usted llegar a ser hijo de Dios y disfrutar por toda la eternidad la bendición de estar cerca del corazón de Dios.

Si es usted un genuino creyente en Jesucristo y aún así no siente ‘la cercanía de Dios’, su problema también está enraizado en el pecado. La solución para este dilema es simple: arrepiéntase. Estas palabras, escritas para la iglesia complaciente y carente de amor de Laodicea, expresa la invitación que ofrece nuestro Señor a todos los que han confiado en Él y se han vuelto fríos, que han crecido separados de Él. Estas palabras son el ofrecimiento de una comunión íntima —la cercanía con Dios— para todos los que se arrepienten y regresan a Cristo como su primer amor:

“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestidiras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:14:22).

A través de los años, he observado que muchos cristianos han abrazado falsos estándares para determinar la presencia de Dios en sus vidas. Muchos predicadores en la televisión (y otros), enseñan que la prueba de la espiritualidad y de la presencia de Dios en sus vidas, es la salud, la riqueza y el éxito en la vida. Nuestro estudio debe haber indicado otros. Dios está cerca del corazón quebrantado y no necesariamente cerca de la gente linda cuyas vidas parecen estar tan ‘bendecidas’.

Me acuerdo de las historias de Moisés y de Elías, cuyas experiencias no he comparado nunca. Creo que existe una lección para nosotros de la vida de Elías después que huyó de Jezabel y buscó a Dios y se aseguró de Su presencia en el Monte de Horeb, donde Moisés tuvo aquel encuentro con Dios tan dramático:

“Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aún me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, ha derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espalda a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:2-14).

Elías había sido instruido por Dios simplemente para informar al rey que la sequía muy pronto acabaría, porque faltaba poco para que lloviera (1 Reyes 18:1). Aparentemente, Elías había pensado por sí mismo en la gran confrontación en el Monte Carmelo.

Fue un dramático despliegue del poder y de la presencia de Dios; pero fracasó completamente en su intención de hacer que el pueblo de Israel se arrepintiera. Elías estaba desolado. Deseaba morir. No era mejor que sus padres, los profetas que le habían precedido.

He hablado sobre este texto varias veces; pero de alguna manera siempre he omitido el hecho claro que Elías terminó en el monte de Horeb, ‘el monte de Dios’ (1 Reyes 19:8). Fortalecido por la comida que le proveyó el ángel de Jehová (19:5-8), Elías se dirigió al monte de Horeb. ¿Deseaba Elías que se repitieran los hechos de Éxodo 19:16-20? Pareciera ser que sí:

“Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante. Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió” (Éxodo 19:16:20).

Moisés y los israelitas, tuvieron una visión espectacular de la gloria de Dios, cuando Él la manifestó desde la cima del monte santo. Pareciera ser que Elías deseaba reproducir esta experiencia para su propia reafirmación:

“Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13).

Pienso que Elías creyó que si sólo pudiera llegar a aquel monte santo y reproducir la experiencia de Moisés, se vería sumergido en la presencia de Dios de una manera espectacular. Pero aunque Elías vio alguna de las cosas que Moisés había visto, Dios no estaba en ninguno de estos eventos dramáticos. La presencia de Dios le fue revelada en un silbo apacible y delicado. Ocasionalmente, Dios puede revelarse a Sí mismo como lo hizo a Moisés; pero con mayor frecuencia se nos hace presente como lo hizo a David (en el Salmo 119) y a Asaf (en el Salmo 73). Se nos presentará en los tiempos difíciles de nuestra vida y en formas que no podemos necesariamente anticipar. Aprendamos a gozarnos en la presencia de Dios en maneras tranquilas, poco pretenciosas, diferentes a lo que podríamos desear —algo dramático y excitante.

Finalmente, la (omni)presencia de Dios debiera inspirarnos a ‘practicar la presencia de Dios’. Debo admitir que con bastante frecuencia he oído esta expresión; pero nunca he comprendido verdaderamente qué significa ‘practicar la presencia de Dios’. Así como ahora comprendo la enseñanza de Pablo sobre este asunto, practicar la presencia de Dios es vivir cada día como si Dios estuviera presente —¡y lo está! La vida de Pablo fue vivida delante de Dios y vista constantemente vista como si estuviera siendo atestiguada por nuestro Señor (sin mencionar a otros). Recordemos que nuestra conducta, nuestro testimonio y nuestro servicio , siempre están delante de Él, que siempre está presente (Jeremías 17:16; Juan:48; 2ª Corintios 2; 17; 4:2; 7:12; 8:21; 12:19).

Y miremos a ese día cuando nuestro Señor regrese a esta tierra para derrotar y destruir a Sus enemigos y llevarnos a vivir por siempre en la presencia de Dios, como decimos continuamente.

“Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien…” (Salmo 73:28a).


82 A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco: Harper and Row, Publishers, 1961), p. 80.

83 Ver específicamente Éxodo 3:5, 12, 17:7; 19:22; 24:2; 33:1-16; 34:8-17; Números 1:51; 3:10, 38; 17:13; 18:3-4; Deuteronomio 4:1-7; 5:27.

84 No puedo dejar de maravillarme ante la tenacidad de Moisés en su petición de que Dios estuviera presente entre Su pueblo. Con tanta frecuencia, Dios es sólo un medio para llegar al final. Para Moisés, Dios era el final. Moisés no deseaba las bendiciones de Dios, sin Él, pues en su mente, la última bendición para el pueblo de Dios, era que moraran en Su presencia.

85 Jerusalén-sama, quiere decir: Jehová allí.

86 Observen las instancias en el Libro de los Hechos cuando nuestro Señor (o un ángel), se aparece al apóstol Pablo para animarlo y darle fuerzas (por ejemplo, Hechos 27:23-26).

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12. La Inmutabilidad de Dios

Introducción

Después de haber decidido cambiar su automóvil, una familia conocida finalmente determinó que lo mejor era comprar un mini-van nuevo. Aunque era bastante caro, planificaron cuidarlo bien y hacerlo durar varios años. Aunque era nuevo, decidieron hacer un viaje. La serpentina que dirige todo desde motor y del alternador a la bomba de agua, se rompió y el auto se calentó demasiado. Se preguntaban cuánto daño podría haber ocasionado el exceso de calor y no fui capaz de darles mucho ánimo. El vendedor les aseguró que si cambiaban la pieza dañada, el automóvil quedaría perfecto. Camino a casa, después de un picnic de la iglesia, se vieron envueltos en una tormenta y con precipitación de granizo que tenían un tamaño de una pelota de golf, lo que le dio al automóvil una apariencia totalmente diferente —llena de hoyos. Pocos días después, mientras se dirigían al centro de la ciudad, alguien los embistió por la parte trasera, dañando aún más el mini-van. Mi amigo me contó que habían llegado al punto que ni siquiera lo lavaban.

El automóvil ‘nuevo’ de mi amigo, en un corto tiempo se hizo viejo. El tiempo hace que todo cambie rápidamente. Con mayor frecuencia, el cambio es una realidad desagradable de la vida que nos gustaría evitar si pudiésemos. Recientemente, estuve con personas que formaban parte de uno de los primeros directorios de nuestra iglesia. ¡Qué impresionante cómo han cambiado algunos de ellos! Algunos ya no tienen lo que tenían y otros tenemos mucho más de lo que teníamos entonces. Una mirada a un mapa mundial, revela la existencia de naciones que ni se concebían veinte años atrás. Los cambios recientes de la antigua Unión Soviética, llegaron repentina e inesperadamente.

Tal vez, la tecnología ha visto la mayor cantidad de cambios dramáticos en los últimos tiempos. Los computadores, que alguna vez soñé con tener, ahora se ven en las ventas de garajes y salen de allí, casi como una tentación aún cuando el precio puede ser menos de diez dólares. El computador en el cual estoy escribiendo este mensaje, es 50 veces más rápido que el primer IBM que usé, que costó el doble que el actual. Las cosas cambian tan rápidamente que no podemos confiar más en un periódico diario que en las noticias que salen minuto a minuto; debemos tener programas de noticias a lo largo de todo el día. Un agricultor, con quien me encontré recientemente, tiene un terminal de computación en la mesa de su cocina, conectado todo el día para poder mantenerse al día.

Algunos cambios son bienvenidos, otros no. Un gran consuelo para los cristianos que viven en estos tiempos turbulentos y problemáticos, es la confianza que tenemos en que Dios no cambia. Los teólogos se refieren a este atributo de Dios, como ‘la inmutabilidad de Dios’. Dios no cambia. Esta verdad se ve varias veces en las Escrituras e incluso en los himnos que cantamos en la iglesia. Reflexionemos en este gran atributo de Dios, antes de considerar las aplicaciones de esta verdad a nuestras vidas.

Dios No Cambia

“Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 Samuel 15:29).

Saúl ha llegado a ser el rey de Israel. Como tal, debía guiar a los israelitas a la batalla en contra de los amalecitas. Fue instruido por Dios de destruir completamente al rey y a toda criatura viviente, hombre, mujer, niño e incluso a todo el ganado (1 Samuel 15:2-3). Saúl obedeció las instrucciones de Dios parcialmente, permitiendo que el rey viviera y dejándose para él lo mejor del ganado (versículos 7-9). Simplemente, Saúl no tomó en serio la Palabra de Dios. Como resultado, Dios le quitó el reinado (versículos 22-26). Entonces, Saúl le rogó desesperadamente a Samuel, esperando que Dios le devolvería el reino; en vez de ello, Samuel pronunció las palabras del versículo 29. Samuel le dice a Saúl, que Dios, la Gloria de Israel, no era un hombre. Pero como el Dios inmutable, no puede y no alterará Su palabra o cambiará Su opinión para revertir las consecuencias que recién Él pronunciado por el pecado de Saúl.

Saúl, al igual que muchos en el día de hoy, voluntariamente desobedeció la Palabra de Dios esperando que de alguna manera Él no haría como había dicho. Saúl tenía en muy poca consideración la Palabra de Dios y no veía cuán serio es Dios con relación a la desobediencia a Su Palabra. Esperaba que Dios también hubiera tomado ligeramente Su Palabra, revirtiendo la sentencia que había pronunciado al pecador. Dios siempre toma muy en serio Su Palabra. No sólo espera y necesita que la obedezcamos. Ciertamente, Él sostendrá Su Palabra, con relación al castigo que merecen quienes la desconocen. Dios, porque es Dios, es inmutable y podemos estar seguros que Él mantendrá Su Palabra. Todo lo creado, está sujeto a cambio, excepto el Creador, pues Él, como Dios, no cambiará:

“Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre, y tu memoria de generación en generación” (Salmo 102:12)

“Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo; y tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti” (Salmo 102:25-28; énfasis del autor).

Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Malaquías 3:6; énfasis del autor).

En Malaquías, el profeta está advirtiendo a la nación de Israel de la venida de la ira de Dios. Habla tanto de Juan el Bautista y de Jesús, el Mesías (3:1). El día de Su venida será un día de ira y también será un día de liberación y de salvación. Nadie podrá soportar el día de Su venida, apartados de la gracia divina (versículo 2) y aún así, de alguna manera Israel será purificada y sus sacrificios y adoración serán gratos a Dios (versículos 3-4). Dios acercará a Su pueblo para juzgarlo (versículo 6). En medio de estas palabras de advertencia y consuelo, Jehová habla de Su inmutabilidad, siendo ésta la razón por la cual el pueblo no fue consumido en el juicio divino (versículo 6).

Qué ironía cuando comparamos este texto con 1 Samuel 15:29. La ‘esperanza’ de Samuel estaba en la posibilidad que Dios pudiera cambiar y no llevar a cabo las consecuencias del pecado de Saúl. La profecía de Malaquías, nos dice todo lo contrario. Al igual que Saúl, Israel ha pecado y el juicio divino es una realidad. La inmutabilidad de Dios significa que Dios seguirá con el juicio. También significa que Dios seguirá adelante con Su promesa de salvación. ¿Cómo se puede encontrar consuelo y estar seguros de la salvación si también se nos asegura que seremos juzgados? La respuesta es simple cuando se observa desde la perspectiva de la cruz de Cristo. El juicio cierto de Dios, cayó sobre Su Hijo Jesucristo y así, por tener fe en Él, los hombres son salvos de sus pecados y de la ira de Dios. Nuestra esperanza no está en desear que Dios no siga adelante castigando el pecado; nuestra esperanza está en la certeza que en Cristo, Él ha juzgado el pecado de la carne, una vez y para siempre, de manera que seamos salvos. La inmutabilidad de Dios es una parte importante de nuestra esperanza, pues Él que prometió juzgar el pecado, es el mismo Dios que prometió salvarnos de nuestros pecados, juzgando el pecado en la persona y en la obra de Jesucristo, Su Hijo.

“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas” (Hebreos 13:7-9).

El libro de Hebreos fue escrito para los santos judíos que estaban comenzando a sufrir persecuciones, probablemente de sus hermanos judíos no creyentes. Estaban siendo tentados a renunciar a su fe en Cristo y abrazar nuevamente el judaísmo. El autor de esta epístola, ha demostrado reiteradamente que el antiguo pacto mosaico nunca intentó salvarles, sino prepararles para el nuevo pacto que se había cumplido en Cristo. Este nuevo pacto es “mejor”, palabra clave en Hebreos y no debe olvidarse para regresar al antiguo. Estos santos son exhortados a persistir en su fe, incluso en medio de la persecución. La exhortación a seguir los pasos de los hombres de fe a través de quienes llegaron a la salvación, es seguida inmediatamente por este que recuerda la inmutabilidad de Jesucristo:

“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)

Esta declaración es muy importante, pues es una demanda de deidad. Sólo Dios es inmutable; sólo Él puede no cambiar y no cambia. Sólo Dios es inmutable; sólo Él no puede cambiar y no cambia. La razón del autor al decirnos que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre, es para recordarnos que Él es Dios. ¡No debe maravillarnos que Su sacrificio es superior a cualquiera de los sacrificios que vemos en el Antiguo Testamente! También es un incentivo para la fe. En quién mejor para depositar nuestra salvación y nuestro bienestar eterno que en Aquel que no sólo es Dios, sino que tampoco puede cambiar y no cambia. Nuestro destino eterno no podría estar en mejores manos.

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

Al igual que el escritor a los Hebreos, Santiago escribe a aquellos que están sufriendo por su fe. Les instruye que deben regocijarse cuando se ven envueltos en problemas, sabiendo que eso está divinamente establecido para reforzar nuestra fe, al generar paciencia (Santiago 1:2-4; comparar con Romanos 5:3-5). Si carecemos de sabiduría para saber cómo responder a los desafíos de la vida, sólo debemos pedírsela a Dios. No debemos nadar en la duda, pues en este caso seríamos personas inestables integralmente (versículos 6-8). Quienes perseveran en los desafíos, una vez que estos hayan pasado, recibirán la corona de la vida (versículo 12).

Mientras Dios nos prueba con los desafíos y tribulaciones, Él nunca nos tienta a caer en el pecado. Esa tentación viene de otra fuente. Tanto el mundo como el diablo, ciertamente se proponen alejarnos de Dios; pero también debemos ver dentro de nosotros mismos para encontrar una explicación a nuestros pecados. Un hombre que es tentado, después sus pecados lo tientan, porque ha dado rienda a sus propias lujurias. Ciertamente no debemos culpar a Dios (versículos 13-15). Dios no es la fuente del mall, sino la fuente de todo lo bueno. Todo lo bueno viene de Dios, como un don. Dios es un don. Sólo las cosas buenas tienen su origen en Dios. Él es inmutable; podemos decir que esto es una regla y que no hay excepciones la regla. El Dios que es bueno y la fuente de todo eso que es bueno, es consecuentemente bueno para quienes son Suyos (versículo 17; ver también Romanos 8:28).

En estos cuatro textos, dos de los cuales vienen del Antiguo Testamente y dos del Nuevo, vemos que la inmutabilidad de Dios es enseñada claramente en la Biblia y que es una verdad intensamente práctica. Antes de considerar las implicaciones prácticas de la inmutabilidad de Dios, veamos brevemente dos circunstancias en las cuales se podría concluir erróneamente que Dios no es inmutable.

Varias veces, las Escrituras hablan que Dios ‘se arrepiente’ o que ‘cambia de parecer’ (ver Génesis 6:5-6; Éxodo 32:14; Jonás 3:10; 2 Samuel 24:16). ¿Creen ustedes que estos textos restan nuestra confianza en la inmutabilidad de Dios? ¡Por cierto que no! Primero, debemos aclarar el significado de ‘inmutabilidad’. La inmutabilidad se aplica a la naturaleza de Dios. Él es siempre Dios y Él es siempre poderoso. Dios nunca dejará de cumplir Su voluntad por causa a un cambio en Su poder para cumplir Sus propósitos. Segundo, Dios es inmutable con respecto a su carácter o atributos:

“…Dios es inmutable en Sus atributos. Cualquiera hayan sido los atributos de Dios antes que el universo fuera llamado a existir, son exactamente los mismos hoy y serán para siempre. Necesariamente, pues son la perfección misma, las cualidades esenciales de Su ser. Semper idem (siempre los mismos) está escrito en cada uno de ellos. Su poder es imbatible, Su sabiduría no puede disminuir, Su santidad es inmaculada: Los atributos de Dios no pueden cambiar más que si la deidad dejara de ser. Su veracidad es inmutable, pues Su Palabra “permanece en los cielos” (Salmo 119).

Su amor es eterno: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3) y: “…como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 131).

Su misericordia no cesa, pues es “eterna” (Salmo 100:5)”87

Cuando Jonás protestó por el trato que Dios le daba a nos ninivitas, declaró claramente que Dios no estaba actuando inconsecuentemente con Su carácter, sino más bien Él estaba actuando previsiblemente. Jonás intentó huir de la presencia de Dios en un intento inútil para impedir que Dios actuara consecuentemente con Su carácter.

“Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal” (Jonás 4:1-2).

Cuando Dios “se arrepintió del mal que había declarado que le haría a los ninivitas”, Dios no sólo estaba actuando consecuentemente con Su carácter. También estaba actuando consecuentemente con Su Palabra:

“En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles” (Jeremías 18:7-8).

Esta esperanza fue la que hizo que el rey de Nínive se arrepintiera, junto con el resto de la ciudad (Jonás 3:5-9). Las acciones de Dios son predecibles porque Él es inmutable. Esta era la esperanza del arrepentimiento del rey de Nínive y el temor del profeta de corazón pagano, Jonás.

Tercero, Los propósitos y las promesas de Dios son inmutables (ver Romanos 11:29).88 Dios termina lo que comienza. Esto fue la base de la apelación que hizo Moisés a Dios, en Éxodo 32 (versículos 11-14). Aquí, las acciones de Dios en respuesta a la apelación de Moisés, no fueron una contradicción a Su inmutabilidad; sino un trabajo accesorio de esa inmutabilidad.

Las variadas dispensaciones que vemos en la Biblia89, no son una contradicción a la inmutabilidad de Dios. La inmutabilidad de Dios, no le impide incorporar diferentes economías en Su plan global de redención. En Romanos 9-11, el apóstol Pablo muestra cómo toda la historia es una parte del plan eterno y único de Dios. La caída de la nación de Israel y la salvación de los gentiles, eran parte de este plan. Con frecuencia las Escrituras del Antiguo Testamento hablan de estos asuntos, aún cuando los judíos no estaban dispuestos a oir o a aprender. Muy pronto en Su ministerio terrenal, Jesús le recordó a sus hermanos judíos, el propósito de Dios de bendecir a los gentiles tanto como a los judíos, consecuentemente con el pacto abrahámico (Génesis 12:1-3) y muchos otros textos (ver Lucas 4:16-27; Romanos 9:11).

Pedro y la Inmutabilidad de Dios

A medida que consideraba el tema de la inmutabilidad de Dios, me impresionó el énfasis que pone Pedro en esta realidad. La inmutabilidad de Dios hace permeable su pensamiento y es la base de casi todo lo que Pedro enseña. En primer lugar, encontramos esta doctrina en el serón de Pedro en Pentecostés, registrado en Hechos 2. Pedro estaba proclamando la resurrección de Jesucristo de los muertos, no sólo como un hecho histórico del cual fueron testigos los apóstoles, sino que también como el cumplimiento de las Escrituras (ver Hechos 2:22-35). También argumenta que la resurrección de nuestro Señor fue una necesidad teológica y práctica, lo que emana de la doctrina de la inmutabilidad de Dios.

“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella, porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi CORAZÓN se alegró, y se gozó mi lengua, y aún mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades. Ni permitirás que tu Santo vea CORRUPCIÓN” (Hechos 2:22-27).

Pedro sostiene “que era imposible” que nuestro Señor no se levantara de los muertos (versículo 24). ¿Por qué? Después, Pedro cita el Salmo 16:8-11, donde la profecía señala: “Ni permitirás que tu Santo vea corrupción”. La corrupción es un cambio de estado, un cambio descendente. Por cuanto Jesús es Dios y Dios no puede cambiar, Dios no puede corromperse. No fue imposible que Jesús se levantara de los muertos, como alguien podría deducir. Más bien, era imposible que no se levantara, por cuanto Él es inmutable y la corrupción implica un cambio. Podemos suponer que la tumba de Lázaro, después de tres días, hedía; pero no había olor alguno en la tumba donde yació Jesús. Era imposible para Él que se corrompiera. La resurrección de nuestro Señor fue una necesidad teológica.

En la primera Epístola de Pedro, son muy importantes la inmutabilidad de Dios y Sus obras. En 1ª Pedro 1:3-9, Pedro habla de nuestra salvación, más bien como algo incorruptible más que corruptible. Habla de nuestra herencia incorruptible (versículo 4) y también nuestra fe (versículo 7). En los versículos 18-19, Pedro considera la sangra derramada de nuestro Señor, como algo precioso, porque es incorruptible. La expiación mediante la cual ganamos nuestra salvación, fue a través de un sacrificio incorruptible, de modo que nuestra salvación es igualmente incorruptible. En los versículos 22-25, Pedro sigue explicando que la Palabra de Dios es imperecible. Es esta Palabra que sirvió como una semilla incorruptible mediante la cual fuimos engendrados. Por cuanto nuestro nacimiento se origina en una semilla incorruptible, no sólo la Palabra es incorruptible, sino que también nuestra vida y nuestro amor, que nace de la Palabra. Finalmente, e 1ª Pedro 5:4, Pedro habla a los ancianos de su recompensa: “la corona incorruptible de gloria”. Nuestra salvación es segura porque es incorruptible. Por lo tanto nuestra salvación, al igual que Dios, es inmutable.

Conclusión

La inmutabilidad de Dios está lejos de ser tan sólo una observación teológica o una verdad hipotética. Es una verdad que transforma vidas, de lo cual podemos concluir varias implicaciones para nuestras vidas.

(1) La inmutabilidad de Dios tiene una tremenda implicancia con relación a la Biblia, la Palabra de Dios J.I. Packer, en su excelente libro Knowing God [Conociendo a Dios], incluye un capítulo sobre la inmutabilidad de Dios, en el cual enfatiza la importancia de este atributo en nuestras vidas como Cristianos:

“¿Dónde está el sentido de distancia y de diferencia, entonces, entre los creyentes en la Biblia y nosotros? Está excluida. ¿En qué terreno? En los terrenos que Dios no cambia. Comunión con Él, fe en Su Palabra, vivir por fe, vivir basados en las promesas de Dios, son esencialmente las mismas realidades para nosotros en el día de hoy tanto como lo fueron para los creyentes en tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Este pensamiento trae consuelo a medida que nos adentramos en las perplejidades de cada día: en medio de todos los cambios e incertidumbres de la vida en la edad nuclear.. Dios y Su Cristo, permanecen iguales —todopoderosos para salvar. Pero el pensamiento también nos trae un desafío. Si nuestro Dios es el mismo Dios que tuvieron los creyentes del Nuevo Testamento, ¿cómo podemos justificarnos de contentarnos con una experiencia de comunión con él y con un nivel de conducta cristiana, tan inferior a la que tenían ellos? Si Dios es el mismo, no es un tema que alguno de nosotros esté en condiciones de eludir”90

La inmutabilidad de Dios está muy relacionada con la inmutabilidad de la Palabra de Dios (Mateo 24:35; 1ª Pedro 1:22-25), lo que significa que Su Palabra nunca está obsoleta, jamás es irrelevante para nuestras vidas en estos tiempos.

(2) La inmutabilidad de Dios es seguridad para los Cristianos. La seguridad provee estabilidad y confianza en tiempos de incertidumbre y en circunstancias que nos parecen amenazantes. Debido a que nuestro Dios no cambia, Sus promesas y Su propósitos son seguros; no pueden fallar y no fallarán. Tenemos un sacrificio incorruptible, el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, quien ha cumplido con una redención eterna para todos quienes le reciben (1ª Pedro 1:3-9, 17-21; Hebreos 9:12). Tenemos “un reino inconmovible” (Hebreos 12:28). Tenemos un Sumo Sacerdote que “permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable” (Hebreos 7:24). Nuestra esperanza y confianza no es “la incertidumbre de las riquezas”, sino más bien “en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1ª Timoteo 6:17). El profeta Isaías, contrastó “la creación cambiante con el Creador que no cambia”, como un aliciente a la resistencia y a la fidelidad, incluso en los días negros de la historia (Isaías 50:7-51:16).

(3) La inmutabilidad de Dios es un estándar para los cristianos. Como “hijos de Dios”, debemos emular a Dios, reflejarlo a Él en nuestras vidas (de lo cual hablaremos en un momento), también existe la necesidad que nosotros no cambiemos. No debemos permitir que el mundo nos cambie haciendo que nos transformemos en su molde ateo (Romanos 12:1-2). No debemos cambiar perdiendo nuestro corazón y abandonando nuestra confesión de fe (ver Hebreos 6:11-20; 10:19-25, 32-39). No debemos cambiar olvidando nuestros compromisos cuando el cumplirlos tenga un costo demasiado alto para nosotros (Salmo 15:4).

(4) La inmutabilidad de Dios es también una advertencia asombrosa de que Dios cumplirá Su Palabra con respecto al juicio del pecado. La inmutabilidad de Dios no es sólo una seguridad que consuela con respecto a las bendiciones que Dios ha prometido; también es una advertencia seria de que Él cumplirá Su Palabra con respecto al juicio del pecado. Cuando Dios le habó a Judá con relación al juicio que vendría sobre los pueblos por sus pecados, Él habló de un juicio cierto, que no cambiaría porque Él no cambiaría de opinión:

“Porque así dijo Jehová: Toda la tierra será asolada; pero no la destruiré del todo. Por esto se enlutará la tierra, y los cielos arriba se oscurecerán, porque hablé, lo pensé, y no me arrepentí, ni desistiré de ello” (Jeremías 4:27-28).

En Jeremías 18:7-8, Dios prometió que Él se arrepentiría del desastre que pronunció en contra de una nación malvada, si se arrepentían. Aquí en Jeremías 4, Dios señala que el juicio del cual habla, es irreversible. Hay un tiempo para el arrepentimiento y durante ese tiempo los hombres pueden arrepentirse con la seguridad que Dios les perdonará sus pecados. En Jeremías 4, Dios conmina a Judá a arrepentirse (ver versículo 14); pero fue ignorado y por lo tanto, el juicio vendrá. Una vez que ha pasado el tiempo del arrepentimiento, es seguro que vendrá la ira de Dios. Desde esta perspectiva, Dios no se arrepentirá del juicio que ha anunciado por medio de Sus profetas. Este fue el caso en los días de Noé. El evangelio fue proclamado por más de 100 años; pero una vez que Dios cerró la puerta del arca, ya había terminado el tiempo del arrepentimiento y había llegado el tiempo del juicio. Ciertamente, Dios no “cambiará” con respecto al juicio, una vez que ha concluido el tiempo para el arrepentimiento. No se equivoque confiando la gracia y la misericordia de Dios al darse demasiado tiempo para arrepentirse como una evidencia de apatía divina y de que Dios no juzgará a los hombres por sus pecados. El juicio es cierto y seguro para los pecadores que se rebelan en contra de Dios.

“Aquí hay terror para los impíos. Aquellos que desafían a Dios, que quebrantan Su ley, no se preocupan de Su gloria, sino que viven su vida como si Él no existiera, pensando que en el último día cuando lloren pidiendo misericordia, Dios alterará Su voluntad, revocará Su palabra y rescindirá de sus espantosas amenazas. No, Él ha declarado: “Pues también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré” (Ezequiel 8:18). Dios no se negará a Sí mismo para gratificar sus concupiscencias. Dios es santo y por lo tanto, invariable. Por lo tanto, Dios odia el pecado, lo odia eternamente. Y por eso la eternidad del castigo para todos quienes mueren en sus pecados”.

La inmutabilidad divina, al igual que la nube que se interpuso entre los israelitas y el ejército egipcio, tiene un lado oscuro como uno claro. Asegura la ejecución de Sus amenazas tanto como el desarrollo de Sus promesas y destruye la esperanza que acarician los impíos, que Él será indulgente hacia Sus frágiles y erradas criaturas y que estos serán tratados con mucha más liviandad que como lo declara Su propia Palabra. Nos oponemos a estas presuntuosas y falsas especulaciones. La verdad solemne es que Dios es invariable en veracidad y propósito, en lealtad y justicia (J. Dick, 1850).91

(5) Con frecuencia los impíos hacen mal uso de la inmutabilidad de Dios, haciendo de ella un pretexto para vivir en el pecado sin temer el castigo. Los hombres y mujeres pecadores a menudo abusan de la inmutabilidad de Dios. El Dios inmutable es Uno que es el sostenedor de todas las cosas. Por supuesto, todas las cosas permanecen desde la fundación del mundo (Colosenses 1:16-17; ver también 2ª Pedro 3:3-4). La constancia del mundo en el cual vivimos, es un asunto de la gracia común y esta constancia testifica Su bondad y gracia. Los no creyentes malinterpretan la consistencia del orden de la creación, haciendo de ella ‘una prueba’ de que Dios no juzgará al mundo por su pecado (2ª Pedro 3:3-4). Entonces, ¿cómo podemos estar seguros de Su juicio? (1) Porque la Palabra de Dios nos advierte del juicio y la Palabra de Dios, al igual que Dios, no cambia. (2) Porque la historia de la Biblia está llena de ejemplos de la intervención de Dios en la historia humana juzgando sus pecados. Este juicio tiene a veces una forma espectacular, tal como lo vemos en el diluvio (Génesis 6-7) o en la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19). Otras veces, el juicio es retrasado de manera que los hombres puedan arrepentirse y ser salvos. Y otras veces, el juicio de Dios llega en una forma en que no se le reconoce como un juicio divino. Este es el caso en Romanos 1:18-32. La ira de Dios es evidente al permitirle a los hombres sufrir la degradación y la corrupción del pecado de manera que se contaminan tanto en el cuerpo como en la mente. Él juzga a los pecadores permitiéndoles persistir en su pecado sin interrupción divina, cosechando así el torbellino de consecuencias por su pecado. En el día de hoy, en nuestra cultura muchos consideran la inmoralidad, la perversión y los pensamientos torcidos, como progreso, como una bendición. Pero debemos considerarlos por lo que son —juicio divino— una pequeña muestra de lo que vendrá.

(6) El Dios inmutable es el único medio por el cual los hombres pecadores pueden ser cambiados para poder entrar en las eternas bendiciones de Dios. Mientras Dios no cambia, los hombres pecadores deben cambiar para entrar el reino de Dios. Este ‘cambio’ va de un hombre que es un vil pecador, que merece la eterna ira de Dios, a un pecador perdonado, que ahora está vestido en la justicia de Dios, por medio de su fe en Cristo. Es Dios quien provee los medios mediante los cuales los pecadores pueden cambiar transformándose en una nueva creación, perdonado, justificado, teniendo una esperanza no perecible. Lo que se requiere de los hombres, es que se arrepientan, dejar de pensar y actuar como lo hicieron alguna vez, reconociendo sus pecados y confiar en Jesucristo.

No son las buenas obras que hacen los hombres, las que ganan el favor de Dios. Más bien, es le buena obra que Dios cumple en nuestras vidas, el resultado de Su bondad y de Su gracia. El único cambio que Dios aceptará, es el cambio que Él produce en y a través nuestro, por medio de la obra de Cristo y del Espíritu Santo. No hay mayor espanto que saber que somos pecadores y que Dios no sólo odia el pecado, sino que Él ciertamente juzgará a los pecadores. Para los pecadores no hay consuelo que pueda encontrarse en la inmutabilidad de Dios. Pero para aquellos que han confiado en la provisión de Dios para los pecadores, no hay mayor consuelo que saber que Dios nos ha elegido, nos ha llamado y nos ha prometido la salvación eterna que no cambia.


87 Arthur W. Pink, Gleamings of the Godhead (Chicago: Moody Press, 1975), pp. 35-36.

88 Algunos de los propósitos de Dios son temporales y transitorios. El pacto mosaico, por ejemplo, fue una provisión transitoria que no alteró en modo alguno o dejó de lado, el eterno pacto de Dios con Abraham (ver Gálatas 3:17).

89 Debemos decir que incluso los no-dispensacionalistas creen en las dispensaciones que existen en ciertas distinciones en el programa de Dios a través del curso de la historia bíblica. El desacuerdo se origina en el hecho de tales diferencias; pero en la interpretación de estas diferencias. Como regla, los dispensacionalistas tienden a enfatizar las diferencias mientras que los teólogos del pacto, enfatizan la unidad de todo el plan que abarca todas las dispensaciones.

90 J.I. Packer, Knowing God, (Downers Grove: Inter-Varsity Press, 1973), p. 72

91 Arthur W. Pink, Gleanings in the Godhead (Chicago: Moody Press, 1975), p.37.

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13. El Gozo de Dios

Introducción

Debo confesar que nunca he considerado mucho aquella ‘cara sonriente’ que vemos en algunas pegatinas y en cartas. En particular, nunca he considerado aquella ‘cara sonriente’ como un logo o un símbolo cristiano. Lamentablemente, si se conociera la verdad, mucha gente piensa de Dios como alguien con el ceño fruncido. Dios odia el pecado y si comprendo correctamente las Escrituras, incluso Él odia a los pecadores. Él es un Dios de ira que está enojado con los pecadores. Pero esta es sólo una de las emociones de Dios; sólo un aspecto de Su personalidad. Dios es también un Dios que encuentra un gran placer en Sus criaturas y en Su creación. Nuestro Dios es tanto gozoso como la fuente de nuestro gozo. Cuán agradecidos deberíamos estar por este atributo de nuestro gran Dios.

En la medida que uno lee los numerosos trabajos que existen sobre los atributos de Dios, el tema del “gozo del Señor”, con frecuencia no se encuentra. Por alguna razón, “el gozo del Señor” parece ser un aspecto de la naturaleza y personalidad de Dios tratado con negligencia. Años atrás, uno de mis profesores del seminario, nos hizo prestar atención sobre este asunto, al referirse a 1ª Timoteo 1:

“…conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para os transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado” (1ª Timoteo 1:9-11; énfasis del autor).

La palabra bendito usada aquí por Pablo, es el mismo término que empleó nuestro Señor en el Sermón del Monte, que es “bendito” en le Versión King James, la Nueva Versión King James, la NIV y la NASB. La versión J.B. Phillips y otras pocas, describen a este término como “feliz”.

Desafortunadamente, la palabra ‘feliz’ ha sido redefinida y tan trivializada en nuestra cultura que no debe sorprendernos que dudemos emplearla con referencia a los cristianos o con nuestro Dios. Aún así, creo que debemos redefinirla e intentar darle el verdadero sentido al término. Sin embargo, ahora estaremos más a salvo usar el término ‘gozo’, término usado con mayor frecuencia con relación a Dios y a los cristianos. En Nehemías, encontramos esta declaración familiar:

“…porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10).

Con referencia al gozo señalado en esta cita, siempre pensé que tenía relación al gozo que Dios da, y así es. Ahora pienso que esto no nos dice mucho. También es el gozo que tiene y experimenta Dios. Dios nos da gozo porque Él es alegre. Él es la fuente del gozo, de la misma manera que Él es la fuente del amor, de la verdad, de la misericordia, etc. El gozo es tanto una descripción de Dios como una descripción de lo que Él entrega.

Comenzaremos investigando las Escrituras en búsqueda de evidencias del deleite y del placer de Dios (Su gozo). A continuación consideraremos el gozo de nuestro Señor Jesucristo, retratado en las profecías del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Finalmente, intentaremos mostrar cómo “el gozo de Jehová” puede impactar la vida de los hombres, especialmente con aquellos que son verdaderos creyentes en Jesucristo. Que esta lección sea una reflexión del gozo de dios y una fuente de verdadero gozo para cada uno de nosotros.

El Gozo de Dios el Padre

Algunos podrán decir que estoy exagerando; pero pareciera ser que Dios tuvo placer —gozo— en Su creación. Reiteradamente, en Génesis encontramos la expresión “Y vio Dios que era bueno” (ver versículos 4, 10, 12, 17, 21, 25, 31). Creo que Moisés nos cuenta del gozo de Dios, indicándonos una y otra vez que Dios vio que Su creación era buena. Cuando alguien nos sirve un trozo de pastel casero y exclamamos: ‘¡Está muy bueno!’, estamos expresando no sólo nuestra aprobación, sino nuestro placer. A menudo, cuando yo ‘creo’ algo en mi garaje, me veo a mí mismo yendo varias veces a contemplarlo en los días siguientes a mi creación, obteniendo placer en lo que he hecho. Al parecer, el Padre sintió placer por lo que Sus manos habían hecho. Cuando el hombre peca, el gozo de Dios se torna en pena:

“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Génesis 6:5-7).

La creación de Dios entra en el gozo de su Creador:

“Por tanto, los habitantes de los fines de la tierra temen de tus maravillas. Tú haces alegrar las salidas de la mañana y de la tarde” Salmo 65:8).

“Se visten de manadas los llanos, y los valles se cubren de grano; dan voces de júbilo, y aún cantan” (Salmo 65:13).

“Regocíjese el capo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento” (Salmo 96:12).

“Los ríos batan las manos, los montes todos hagan regocijo” (Salmo 98:8).

Dios el Padre siente placer al elegir o seleccionar. Dios se deleitó en la nación de Israel, seleccionando a este pueblo como el objeto de Sus bendiciones, tal como se deleitaría con Israel como objeto de Su ira (Deuteronomio 28:63), no por causa a que Él se deleite con la muerte de los hombres, incluso los más perversos (Ezequiel 18:23;, 32; 33:11), sino debido a que Dios disciplina a Sus ‘hijos’ para conducirlos a la santidad (ver Proverbios 3;12; Hebreos 12:3-10).

Asimismo Dios tuvo placer al hacer a David, rey de Israel y después al rescatarlo del peligro:

“Y me sacó a lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí” (2 Samuel 22:20).

“Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia” (1 Rey 10:9).

El Gozo de Jesús, el Mesías Prometido

De acuerdo al profeta Isaías, el Mesías prometido es Aquel en quien el Padre se contenta (42:1). Él es descrito como Aquel que “le hará entender diligente en el temor de Jehová” (11:3). Y él es Aquel que será caracterizado por el gozo, un gozo que sobrepasará a todo el gozo de Sus hermanos:

“Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; centro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Salmo 45:6-7).

El escritor a los Hebreos habla del Señor Jesús como alguien que fue motivado para desarrollar Su obra en la cruz del Calvario, por el gozo en el que Él entraría por Su expiación sacrificial:

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:1-3).

Jesús les dijo a Sus discípulos que tendrían un gran gozo. El gozo que experimentarían era primero y principalmente Su gozo, uno en el cual ellos también entrarían.

“Estas cosas s he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11).

“Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Juan 17:13).

En Mateo 25, Jesús contó una parábola que tiene mucho que enseñarnos acerca del gozo:

“Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:14-30; énfasis del autor).

Esta parábola tiene mucho que enseñarnos acerca del servicio cristiano. Debemos concluir que de estos tres siervos, sólo los dos primeros eran creyentes verdaderos. El tercer siervo fue echado a las tinieblas de afuera, un lugar donde habrá llanto y crujir de dientes (versículo 30). Los dos primeros siervos eran buenos y fieles y el tercero infiel y malvado. Para mí es interesante e instructivo considerar esta historia desde la perspectiva del gozo.

Los primeros dos siervos eran fieles y su recompensa fue “entrar en el gozo” de su maestro. ¿No indican estas palabras que su maestro era alegre y que estos siervos entrarían en el gozo junto con él? El maestro era alegre (o estaría alegre) y sus siervos fieles también lo serían. El “señor” en esta historia representa con mucha certeza a nuestro Señor y los “siervos” fieles, a Sus seguidores. Las bendiciones del señor y de sus siervos, se resumen en la palabra “gozo”.

El tercer siervo, me fascina. En el pasado, siempre me fijé en lo que este siervo malvado y perezoso no hizo. En esta oportunidad, estoy especialmente interesado en la razón por la que este siervo no hizo lo que debió haber hecho. Este siervo, ¿fue flojo porque no trabajó para ganar algo para su maestro? Pensó de su maestro como alguien que esperaba algún beneficio sin haber hecho ninguna provisión.

“Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste” (Mateo 25:24).

La evaluación del siervo por parte de su maestro, fue mala. Es verdad que Jesús juzga a este hombre en base a la visión que de él tiene su maestro; pero de todos modos es una percepción mala. Dios no es un maestro cruel que espera que saquemos beneficios donde Él no ha provisto nada. Él se relaciona con nosotros por gracia. Él nos da los medios para que hagamos aquello que Él espera y requiere de nosotros. Podemos cumplir con nuestras responsabilidades hacia Él, sólo por Su gracia. Por eso es que sólo nos podemos gloriar en Él y no en lo que hemos hecho. Este siervo era malo porque no vio en su maestro la gracia ni (me atrevo a decir) su gozo. La recompensa de los siervos fieles, fue entrar al gozo de su señor. El maestro tenía gozo. Los siervos fieles entrarían en ese gozo. Y los hombres malvados no tienen en absoluto ni un poco del gozo de Dios. ¿Cuántos de nosotros tienen esta misma visión distorsionada de Dios, demandando un maestro esclavizado y no un maestro gozoso en cuyo gozo también podemos entrar? Y el servicio que Él requiere de nosotros incluso ahora, es llegar a ser gozosos y no malhumorados.

Lucas 15 es otro ejemplo de la disposición alegre de nuestro Dios. El gozo de Dios (frente al arrepentimiento y a la salvación de los pecadores), contrasta con el malhumor de los escribas y de los fariseos y de sus murmuraciones por la asociación de nuestro Señor con los recolectores de impuestos (15:1-2). En respuesta, Jesús cuenta dos parábolas, las que señalan el gozo de Dios frente al encuentro de quien estaba perdido:

“Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:3-10; énfasis del autor).

En ambas historias, algo estaba perdido, fue buscado y encontrado. Cuando se recuperó el objeto perdido, el que buscaba se alegró e invitó a otros a unirse a la celebración por lo recuperado. Los ítemes perdidos —una oveja y una moneda— fueron encontrados porque su dueño los buscó.

Jesús señala claramente que estas dos historias son comprendidas por la ilustración que nos dan de Su búsqueda por los pecadores y de su gozo en su salvación. Se esperaba que otros también se gozaran con nuestro Señor por el hecho que pecadores perdidos estaban llegando a la fe en Él y ‘encontrados’ en Él. Los escribas y fariseos no podían entrar en este gozo, porque todavía estaban perdidos y no deseaban ser encontrados. Estaban enojados por la manifestación de gracia que Jesús hacía por estos pecadores, sin tener merecimiento alguno. Ellos no querían este tipo de gente en ‘su’ reino.

Las palabras que el Señor habló aquí, me son muy familiares; pero de alguna manera no las he tomado con la necesaria seriedad. Siempre pensé que Jesús decía que eran los ángeles los que se regocijaban con la salvación de los perdidos. Sin duda que los ángeles se regocijan; pero este no es el énfasis que el texto sugiere. En la primera historia, Jesús dice que hubo “gozo en el cielo” por uno que se arrepentía (versículo 7). En la segunda historia, Jesús declaró que había “gozo en presencia de los ángeles”. No sólo los ángeles se regocijan; ellos se regocijan junto con Dios. Dios se está gozando en el cielo y en la presencia de los ángeles. La sugerencia de las palabras de nuestro Señor, es que debido al gozo de Dios por la salvación de un pecador perdido, los ángeles también se gozan. En palabras de Jesús, en Mateo 25: “entra al gozo de tu Señor”. Por lo tanto, el hecho de que los escribas y fariseos no se gozaran, es un problema serio. No están en armonía con el cielo y más aún, con Dios. ¿Porqué? Porque no creen que son pecadores y no desean la gracia de Dios. No se consideran como ciudadanos que han entrado al reino de Dios, en la misma forma que los que cobran impuestos. De hecho, no están salvos en absoluto. Al igual que el siervo malo de Mateo 25, son incrédulos que apenas piensan en el Maestro y que no comparten Su reino ni Su gozo.

La última mitad de Lucas 15, es la historia del hijo pródigo, que sigue enfatizando el dramático contraste entre Dios y las huestes celestiales con los escribas y fariseos incrédulos. El hijo pródigo se arrepiente y regresa donde su padre. El padre se alegra y hace un llamado para que se celebre el acontecimiento. ¿Se alegra el hermano mayor por su hermano perdido que ha regresado? ¡Lo más seguro que no! Está enojado con su hermano y también con su padre. No puede comprender porqué no se le ha permitido celebrar. Rebalsa de auto-justicia más que gratitud y gozo, que debiera caracterizar la responsabilidad del pecador frente a la gracia de Dios, tanto en su vida como en la vida de los demás. El padre del hijo pródigo, nuevamente retrata el gozo del Padre Celestial frente al arrepentimiento y a la conversión de los pecadores perdidos.

El Espíritu Santo y el Gozo

Para que no pensemos que el gozo o ‘felicidad’ sólo es un atributo del Padre y del Hijo, permítanme llamar vuestra atención a estos versículos que enlaza el gozo del creyente con el Espíritu Santo:

“Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hechos 13:52

“…porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).

“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13).

“Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1ª Tesalonicenses 1-6).

El Espíritu Santo es el medio por el cual el gozo de nuestro Señor, el gozo de nuestro Maestro, es entregado al creyente. La presencia y el ministerio del Espíritu Santo, produce gozo en la vida del cristiano. De estos versículos, podemos inferir que aquellos que no son cristianos, en quienes no mora el Espíritu Santo, no experimentan el gozo de Dios. Esto es ciertamente así, en el caso de los escribas y fariseos descritos en Lucas 15 y en cualquier otra parte de los evangelios.

Conclusión

Dios es un Dios de gozo, un ‘Dios feliz’, si pudiéramos decirlo así. Él se goza en Su creación y en forma especial se goza en la salvación de los pecadores perdidos. Si somos hijos de Dios, entonces estamos sintonizados con Su personalidad y con Su corazón y es así que nos caracterizamos también con el gozo. Este gozo viene de Dios y es entregado a través del Espíritu Santo, a cada cristiano. “El gozo del Señor” debería caracterizar nuestro servicio y nuestra adoración. Es un gozo que será mucho mayor en el cielo, un gozo en el cual entraremos allá en el cielo. Para los cristianos, el gozo no es una opción, pues se nos ha ordenado a experimentar y a expresar gozo, como cristianos.

“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de nosotros” (Mateo 5:12).

“Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).

“Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega” (Juan 4:36).

“De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16:20).

“También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22).

“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).

“Y otra vez dice: Alegraos, gentiles, con su pueblo” (Romanos 15:10).

“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1ª Corintios 12:26).

“…no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1ª Corintios 13:6).

“Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros” (2ª Corintios 13:11).

“Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido” (Gálatas 4:27).

“¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Filipenses 1:18).

“Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros. Y asimismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo” (Filipenses 2:17).

“Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor. A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro” (Filipenses 3:1).

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocíjate!” (Filipenses 4:4).

“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24)

“Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios” (1ª Tesalonicenses 3:9).

“Estad siempre gozosos” (1ª Tesalonicenses 5:16).

“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1ª Pedro 1:6).

“…a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1ª Pedro 1:8).

“…sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1ª Pedro 4:13).

“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:7).

Podrán pensar que la falta de gozo es uno de los males menores; pero no es así. Dios habló del pecado de Israel como uno evidente por la falta de gozo:

“Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que perezcas; por cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos, que él te mandó; y serán en ti por señal y por maravilla, y en tu descendencia para siempre. Por cuanto serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte” (Deuteronomio 28:45-48).

La falta de un corazón alegre fue la fuente del pecado de Israel y del juicio divino. La carencia de gozo conduce al pecado. Y a la inversa, el pecado conduce a la falta de gozo:

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (Salmo 51:10-13).

Además, vemos que el gozo es la motivación para el testimonio y el servicio de los cristianos. Con demasiada frecuencia intentamos motivar a los cristianos para que den testimonio, haciéndoles sentirse culpables. Este texto señala que “el gozo de tu salvación” actúa como el motivador de nuestro servicio y no la culpa ni el temor. “El gozo de nuestro Jehová es nuestra fuerza” (Nehemías 8:10). El Espíritu de Dios y la Palabra de Dios, son dos medios esenciales mediante los cuales el gozo del Señor llega a los hombres (ver Salmo 119:111; Jeremías 15:16; versículos sobre el Espíritu Santo y el gozo, que citamos anteriormente).

No prestamos un buen servicio a Dios y a los demás cuando retratamos a Dios de una forma tal que calza con una percepción falsa del siervo malo de Mateo 25. Este siervo temía a su maestro; pero más que estar pronto a servir a su maestro, su temor le originaba una respuesta opuesta. Dios siente placer y siente gran gozo en Su creación, incluyendo la nueva condición de los creyentes en Jesucristo. También se deleita en el crecimiento y santidad de Su pueblo.

El gozo es una fuente tremenda de orientación y guía con relación a la ‘voluntad de Dios’. Muchos piensan y hablan de la ‘voluntad de Dios’ como un gran misterio, difícil de discernir e incluso difícil de defender. Pero la Biblia no se refiere así de la voluntad de Dios. En Romanos 7, Pablo no dijo que la voluntad de Dios era difícil de conocer; dijo que era imposible de hacer. Él sabía lo que era correcto; sencillamente no lo hacía. Él sabía lo que estaba mal; aún así persistía en hacerlo. No es el conocimiento de la voluntad de Dios lo difícil, sino hacerla.

Si desean conocer la voluntad de Dios, acérquese a las decisiones que debe tomar en la vida, por este estándar: ¿Qué agrada a Dios, qué le proporciona gozo y qué le produce tristeza?

“Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2ª Corintios 5:9).

“Comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:10).

“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Hebreos 13:20-21).

La Biblia no deja dudas acerca de lo que a Dios le complace y lo que no. Dios se deleita en Su pueblo (Salmo 149:4). Encuentra gozo en la rectitud (1 Crónicas 29:17) y lealtad (Oseas 6:6) y amor que no muere (Miqueas 7:18). Él se complace con la naturaleza amorosa y con la justicia (Jeremías 9:24). Se goza en los “hijos” a quienes disciplina (Proverbios 3:12; ver Hebreos 12:3-13). Él ama el peso justo (Proverbios 11:1) y a los perfectos de camino (Proverbios 11:20). Siente placer con aquellos que hacen la verdad (Proverbios 12:22). Dios no se goza en los rituales religiosos, divorciados del vivir en santidad (Salmo 51:16-17; ver también los versículos 18 y 19). Por aquellas cosas que nos impresionan, Dios no siente placer, tales como la fuerza de un caballo o las piernas de un hombre (Salmo 147:10-11). No encuentra gozo en los necios (Eclesiastés 5:4) o en la muerte de los malvados (Ezequiel 18:23), 32; 33:11).

Observen cuidadosamente que la forma del mundo de la palabra ‘gozo’, no es el mismo gozo que poseen los cristianos. Ambos ‘gozos’ son muy diferentes. De hecho, el cristiano puede distinguirse del no creyente por aquellas cosas que son la fuente de nuestro gozo. Los hombres malos se deleitan en sus abominaciones (Isaías 66:3) y eligen aquello en lo que Dios no se goza (Isaías 65:12; 66:4). No se deleitan en la Palabra de Dios (Jeremías 6:10). Se gozan con un ladrón y con los adúlteros (Salmo 50:18) y en la maldad (2ª Tesalonicenses 2:12).

El hijo de Dios tiene una fuente de placer o gozo, muy diferente. Su gozo está en el Señor (Salmo 37:4; 43:4), de Su Palabra (Salmo 1:2; 112:1; 119:16, 24, 70, 77, 92, 143, 174). Tiene gozo haciendo la voluntad de Dios (Salmo 40:8) y en la oración (Salmo 147:1). Elige aquello que complace a Dios (Isaías 56:4). Se regocija en la justicia (Proverbios 21:15). Su deleite no es personal, egoísta; no está en los placeres sensuales; sino que encuentra placer en Dios:

“Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Isaías 58:13-14).

Al parecer, muchos no cristianos piensan que llegar a Cristo equivale a poner un final a los placeres y el comienzo de una vida opaca y sin alegrías. El término ‘puritano’ está lejos de ser hoy día, un cumplido, porque se piensa que los puritanos son gente del pasado que supo lo que era el placer. Esta caracterización de los puritanos, simplemente no es verdadera.92 Nada podría estar más lejos de la verdad. No existe gozo como el conocer a Dios y servirle; ningún gozo como saber que nuestros pecados están perdonados y que estamos bien con Dios por medio de la sangre derramada de Jesucristo. No existe gozo que soporte el dolor, el sufrimiento y la persecución, como el gozo del cristiano, cuya esperanza y gozo están en el Señor y no en nuestras circunstancias.

El autor John Piper, recientemente ha tocado el tema del placer de una forma muy refrescante, que recomiendo a los lectores. A su primer libro, titulado Desiring God: The Meditations of a Christian Hedoonist, le siguió el libro titulado The Pleasures of God, enfocado en los atributos de Dios. Recientemente, ha escrito otro libro, llamado Let the Nations be Glad: The Supremacy of God in Missions. A veces, Piper tiende a hacer un contraste entre el placer y el gozo, cuando en realidad deben considerarse juntas. Nuestro deber debería ser nuestro deleite.

Piper señala algo muy importante acerca del gozo o del placer. Insiste en que no está mal que un cristiano sienta placer o que lo busque; sólo está mal cuando se busca el placer en el lugar equivocado. Busquemos el gozo en Dios, sirviéndole y adorándole. El gozo del Señor es nuestra fuerza.


92 Para comprender a los puritanos, les recomiendo el excelente libro de J.I. Packer A Quest For Godliness, estudio de los puritanos que corrige muchos conceptos errados contemporáneos (Wheaton: Crossway Books, 1990). También recomiendo Worldly Saints, subtitulado “Los Puritanos tal cual fueron”, de Leland Ryken (Grand Rapids: Academie Books, 1986).

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14. La Invisibilidad de Dios (Génesis 32:22-30; Éxodo 24:9-11; 1ª Timoteo 1:17)

Introducción

Encontramos poco sobre el tema de la invisibilidad de Dios entre los libros sobre Sus atributos. Algunos podrán razonar que la invisibilidad de Dios es obvia. Debido a que no podemos ver a Dios, ¿porqué intentar probar que Él es invisible? Otros podrán mirar la invisibilidad de Dios como un problema, algo confuso, incluso tal vez como un obstáculo a la fe y a la vida en Dios. Pero no lo es, simplemente. Debiéramos acordarnos de las palabras de Jesús con relación a Su partida de la tierra y por tanto, a Su invisibilidad, mientras comenzamos nuestro estudio:

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy n mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:18-21).

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; por si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me verán más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:7-11).

“Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (Juan 16:16).

Podemos suponer erróneamente que Jesús está diciendo a Sus discípulos que ahora lo ven; pero por poco tiempo. Estará invisible durante tres días y después nuevamente estará visible después de Su resurrección. No creo que Él esté diciendo esto. Jesús está diciendo que Sus discípulos en ese momento lo ven físicamente; pero después de Su muerte, entierro, ascensión y la llegada del Espíritu Santo prometido, ellos le “verán” de una forma mucho más clara. Les hablará clara y abiertamente y comprenderán (algo que no fue así durante el tiempo de Sus enseñanzas mientras estuvo en la tierra —ver Mateo 15:17; 16:11; Lucas 2:50; 9:45; Juan 10:6; 20:9). Y mientras Él esté invisible para el mundo después de Su ascensión, Él se mostrará en forma muy evidente a quienes creen en él. Estos sentirán Su presencia con más certeza y Él ya no morará entre ellos sino en ellos. La presencia ‘invisible’ de nuestro Señor es mejor que lo fue Su presencia visible. Tenemos un gran privilegio al conocer a Dios en forma más íntima después de la muerte, resurrección y ascensión de nuestro Señor.

Algunos podrán creer que la Biblia se contradice con relación a la invisibilidad de Dios. Algunos textos expresen claramente que Dios es invisible y que no puede ser visto:

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seño del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:8).

“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén” (1ª Timoteo 1:17).

Pero también hay textos en los que los hombres declaran haber visto a Dios:

“Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:30).

“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:11).

“…y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:14).

¿Deberían los cristianos bajar las manos con desesperación? Como algunos escépticos dicen, ¿está la Biblia ‘llena de errores e inconsistencias”? Comenzaremos con las aparentes contradicciones. Después consideraremos la invisibilidad de Dios y la encarnación visible del Señor Jesucristo. Finalmente, veremos algunas de las numerosas implicancias de la doctrina de la invisibilidad de Dios.

Considerando las Aparentes Contradicciones

A la luz de lo que nos dicen algunos textos de que Dios es invisible y otros textos que Dios ha sido visto por los hombres, apliquemos a continuación verdades bíblicas para que nos ayuden a resolver estas contradicciones aparentes.

(1) Dios no tiene una forma física.

“…y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oir la voz, ninguna figura visteis” (Deuteronomio 4:12”

“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).

Tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos indican que Dios no tiene forma; esto es que Dios no tiene un cuerpo físico.

(2) Dios es espíritu.

La razón de esto la explica nuestro Señor en Sus palabras dirigidas a la mujer junto al pozo:

“Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:24).

Esta mujer se refirió a la disputa entre los judíos y los samaritanos sobre el lugar donde Dios debía ser adorado. Los judíos adoraban a Dios en Jerusalén y Jesús pudo haberla corregido señalándole esto. Pero no lo hizo. Jesús le informó que debido a Su encarnación, la adoración no sería nunca más lo mismo. Específicamente, la adoración no sería nunca más restringida a un solo lugar. Los hombres adoraban a Dios en Jerusalén porque ese era el lugar que había elegido Dios para morar. Pero cuando Dios se vistió de humanidad en la encarnación (la venida de Cristo a la tierra), Dios quiso morar no sólo entre Su pueblo, sino que en Su pueblo. Cuando Jesús ascendió al cielo y el Espíritu Santo vino a morar dentro de la iglesia, ésta podía ya adorar a Dios en cualquier lugar, porque la presencia de Dios entre los hombres es espiritual y no física. Dios es espíritu, por lo que no está restringido a un lugar y tampoco la adoración está restringida a uno. Dios es invisible porque Él es espíritu y no carne.

(3) Cuando Dios se les aparece a los hombres, se aparece en una gran variedad de ‘formas’.

Podríamos pensar que esta aseveración se contradice con lo que se ha dicho previamente; pero no es así. Dios no tiene una forma física; pero en la Biblia leemos que se les aparece a los hombres en variadas formas. Estas ‘formas’ son tanto vagas como variadas. Cuando Dios se les aparece a los hombres, algunas veces las descripciones de Su apariencia son vagas. En Génesis 32, leemos el acontecimiento de un lucha muy extraña. De la descripción del ‘hombre’ con quien peleó Jacob, no podríamos deducir que era otro hombre:

“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 33:24-30).

¿Qué provocó el cambio en la mente de Jacob para constatar que ese ‘hombre’ no era otro que Dios mismo? No pareciera ser que se tratara de algo inusual en la apariencia de esta persona. Ciertamente, pareciera ser que tampoco se debió al infinito poder de ese varón. La única indicación que nos dice que este ser era Dios, está contenida en las palabras que le dijo a Jacob:

“Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí” (Génesis 33:28-29).

Casi puedo ver las ruedas de la mente de Jacob, comenzando a girar: “¿Cuándo luché con Dios? Y, ¿cómo puede ‘bendecirme’ esta persona; pero no decirme su nombre?” Repentinamente, lo supo. Había estando luchando con Dios. Aquí había algo sobre lo cual podría meditar durante mucho tiempo. ¿Cómo había estando luchando con Dios?

Como estamos estudiando la invisibilidad de Dios, es importante observar que cuando Dios se le apareció a Jacob, de la manera que lo hizo, Su apariencia fue la de un hombre. No se hace mención alguna de vestimentas blancas brillantes o de una luz brillante. No hubiéramos sabido que se trataba de Dios por Su apariencia. Pero por las palabras que Dios dijo, Su identidad se nos hace evidente.

Otras apariencias o manifestaciones de Dios a los hombres son más espectaculares y muestran más Su majestad y Su gloria. Sin embargo, las ‘descripciones’ de Dios cuando apareció, están lejos de lo que se detalla:

“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).

En realidad este es un incidente inusual escondido en medio del libro de Éxodo. Setenta y cuatro hombres vieron a Dios y comieron una comida festiva en Su presencia. No hay duda que se trata de Dios y que todos estos hombres le vieron de algún modo. Lo maravilloso es que vivieron para contarlo. Pero si alguien debiera describir a Dios sólo basándose en esta descripción, en un encuentro muy inusual con Dios, ¿cuánto sabríamos de Su apariencia? Lo único que nos dice este texto es que cuando vieron a Dios, vieron sus pies (versículo 10). Se nos dice más de lo que estaba debajo de Sus pies que cualquier otra cosa. Ciertamente es una descripción muy vaga. Es posible que Dios haya estado visible; pero ciertamente no completo.

Uno de los principales textos del Antiguo Testamento que describe la apariencia de Dios a los hombres, lo encontramos en los primeros capítulos del libro de Isaías:

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo;: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dijo: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas” (Isaías 6:1-6).

Con toda seguridad Isaías vio al Dios de Israel y esto tuvo un gran impacto sobre él. Pero, ¿qué sabemos de la apariencia de Dios a partir de este pasaje? ¿Cómo podríamos describir a Dios basados en la descripción que hace de Él Isaías? Isaías mismo habla más de la apariencia de los ángeles que de la apariencia de Dios. Él estaba sentado en un trono y vestía un manto. Los ángeles no proclamaron sobre la apariencia de Dios, sino cómo se veía. Proclamaron el carácter de Dios. Hablaron de Su santidad y de Su gloria. El impacto sobre Isaías fue una toma de conciencia máxima de su propia maldad como un pecador. Esta revelación del carácter de Dios, provocó en Isaías una visión de cuánto había caído de la gloria de Dios. En la medida que Isaías creció en el conocimiento del carácter de Dios, creció en el conocimiento de sí mismo. Lo que Isaías vio de sí mismo, no era lindo.

(4) Sería fatal ver el ‘rostro’ de Dios.

En aquellas instancias en las que se dice que los hombre vieron a Dios, se expresa sorpresa por haber vivido para contarlo. Jacob se maravilló al ver que su vida había sido preservada (Génesis 32:30). Moisés notó que Dios “no extendió Su mano” en contra de los 74 hombres que se dice que habían visto al Dios de Israel (Éxodo 24:10-11). Dios informó a Moisés que él no podría verlo y vivir (Éxodo 33:20). Cuando Gedeón tomó conciencia de haber visto “al ángel de Dios cara a cara” (Jueces 13:21-21), se le aseguró que no moriría (versículo 23). Manoa y su mujer, quienes se convertirían en los padres de Sansón, se asombraron de no haber muerto por haber visto a Dios como “el ángel del Señor” (Jueces 13:21-23). Al parecer Pablo está diciendo que los hombres no pueden ver a Dios y vivir cuando declara que Dios mora en “la luz inaccesible” (1ª Timoteo 6:16). Acercarse a Dios es igual a dibujar cerca de un horno encendido a altas temperaturas. Es peligroso para la salud de quien lo hace (ver también Éxodo 33:2-5).

(5) Existe una diferencia entre ver a Dios’cara a cara’ y ‘ver la cara de Dios’.

La expresión ‘cara a cara’ es en sentido figurado. En las Escrituras está claro que ver a Dios ‘cara a cara’, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, cuando en la primera parte de Éxodo 33, se dice que él ha hablado con Dios “cara a cara”:

“Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:9:11; énfasis del autor).

Lo importante de este texto, no es que Moisés en realidad viera el rostro de Dios, sino que hablaba con Él íntimamente. Esto se aclara notablemente en los versículos que siguen:

“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:18-23; énfasis del autor).

Dios le habló a Moisés “cara a cara”; pero no le permitió “ver Su rostro”. Por lo tanto, ver a Dios “cara a cara”, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Hablar “cara a cara”, significa hablar con alguien sobre una base personal e íntima, de la forma en que un amigo le habla a otro amigo. Encontramos algo similar en Números 14:

“Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:13-14; énfasis del autor).

Dios fue visto “cara a cara” por los israelitas. En el contexto, esto significa que Dios hizo conocer Su presencia a los israelitas, por medio de la nube que les conducía y que llegó a ser una columna de fuego por la noche. No significa que Dios tiene ojos físicos y que los israelitas vieron esos ojos. La presencia de Dios estaba con Su pueblo y Él hizo que esa presencia se conociera. Pero nadie en ninguna parte vio el rostro de Dios, porque Dios no tiene rostro. Dios es Espíritu y no carne. Es invisible a los hombres, porque Él no tiene cuerpo y se hace visible a los hombres por varios medios. Aparece como un hombre, que era el ángel de Jehová. Se hizo conocer a Sí mismo por medio de una nube y bajo varias otras apariencias; pero ninguna de ellas fue una revelación completa. Y no hubo ninguna ocasión en la que los hombres vieron el rostro de Dios.

La Invisibilidad y la Apariencia de Jesucristo

Lo mismo que vemos en el Antiguo Testamento con relación a la invisibilidad de Dios y Su aparición a los hombres, surgen nuevamente en el Nuevo Testamento, con la apariencia de Jesucristo. Jesús es el único que ha visto al Padre y que ahora habla por Él:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual. Siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:1-3a)

“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución. , ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimiento del Espíritu Santo según su voluntad” (Hebreos 2:1-4).

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha hecho conocer” (Juan 1:18).

“No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre” (Juan 6:46)

“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Juan 8:38).

Jesús estuvo con el Padre desde el principio (Juan 1:1-2). Sólo Él ha visto verdaderamente al Padre (6:46). Él habló de aquellas cosas que vio cuando estaba con el Padre (8:38). Él es la revelación última y completa a los hombres (Hebreos 1:1-3a). Haríamos bien en atender lo que Él ha hablado y lo que ha sido registrado por aquellos que lo vieron, cuya confiabilidad como testigos fue confirmada por las señales y maravillas que Dios hizo a través de ellos (Hebreos 2:1-4).

Jesús se vistió de carne humana y sin disminuir Su deidad:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).

“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).

Este cuerpo de carne, en el cual fue puesto el Señor con toda Su deidad, no fue hecho tan atractivo para que hombres y mujeres no fueran atraídos hacia Él de una forma carnal, como lo señala Isaías:

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:1-2).

Cuando los discípulos finalmente concluyeron que Jesús era en realidad el Mesías prometido por Dios, el Hijo de Dios, Jesús le dijo a Simón Pedro, el interlocutor de los discípulos, que sería bendecido porque no había llegado a esa conclusión a través de “carne y sangre”:

“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17).

Jesús era reconocido espiritualmente a través de medios espirituales. No era una deducción humana sino una revelación divina que permitió a los discípulos “ver” que Jesús era el Mesías prometido del Antiguo Testamento, a quien los judíos buscaban pero que no veían.

Aún cuando Dios apareció ante los hombre en carne humana, los hombre no lo “veían” y no lo podían “ver” como tal, sin la obra divina en sus corazones:

“Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis” (Juan 6:36).

“…para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane. Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él. Con todo eso, aún de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga” (Juan 12:38-42).

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas; Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:44-47).

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65).

Para los incrédulos, el ver no era creer. Ellos vieron varias señales y maravillas; pero esto no los convenció de que Jesús era el Mesías. En vez de ello, pedían más y más señales:

“Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:38-40).

No fue por falta de evidencia que los hombres se negaron a creer en Jesús como el Mesías de Dios. Sus corazones estaban tan endurecidos que incluso negaron la evidencia que era irrefutable (Juan 9:18). Cuando Lázaro resucitó de los muertos, los judíos no podían negarlo y, por lo tanto, quisieron asesinarlo (Juan 11:47-53). El rechazo a la evidencia los hizo aún más culpables:

“Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi padre” (Juan 15:24).

Incluso aquellos que creyeron en Jesús, no vieron toda Su gloria. La gloria estaba velada en Su encarnación (Filipenses 2:6-7). Sólo ocasionalmente hubo rasgos de esta mayor gloria revelada a algunos de Sus seguidores. En la transfiguración, por un momento se reveló algo de esta gloria futura del Señor, ante los ojos de Pedro, Jacobo y Juan:

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mateo 17:1-3).

Pero aparentemente, esta gloria es mucho menor que la gran gloria que aún deberá ser revelada a los seguidores de nuestro Señor en el reino de Dios. Jesús, en Su gran oración sacerdotal, oró para que Sus discípulos vieran esta gloria:

“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).

Debemos tener conciencia que mientras nuestro Señor vino a manifestar la presencia de Dios entre los hombres, Él no ha sido visto completamente. Verlo completamente, contemplar Su ‘rostro’ es algo que todavía estamos buscando:

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1ª Corintios 13:12).

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1ª Juan 3:2).

Debemos hacer una observación final con relación a la ‘visibilidad’ de Dios en la persona de Jesucristo. Él fue visible en la carne durante un período de tiempo muy corto. Desde Su resurrección y ascensión, Jesús ya no fue visible para los hombres. Jesús le dijo a Sus discípulos que regresaría al Padre y que esto significaría que ya no le verían más. Sin embargo, esta invisibilidad del Señor Jesús sostenía la promesa de muchos beneficios:

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará s toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla. Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16:7-21).

Los beneficios de la ausencia física de Jesús y de Su llegada y presencia a través del Espíritu Santo (como está descrito en los versículos anteriores), pueden resumirse en las siguientes frases:

(1) La ausencia física de Jesús, origina el envío del Espíritu Santo quien será nuestro Consolador y morará con nosotros para siempre. (14:16).

(2) El mundo no puede ver o conocer al Espíritu Santo; pero nosotros sí. (14:17).

(3) Aunque Jesús habitó entre los hombres durante Su vida terrenal, ahora Él mora dentro de cada creyente por medio del Espíritu Santo. (14:17).

(4) El Espíritu Santo traerá consigo una intimidad con Dios aún más grande de lo que jamás ha experimentado el hombre. (14:20).

(5) El Espíritu Santo es “el Espíritu de verdad”. (14:17). Él no sólo convocará la presencia de Cristo en los santos y revelará a Su iglesia todo lo que necesitamos saber de Dios (16:12-15). Él convencerá a los pecadores de las verdades que son esenciales para su salvación. (16:8-11).

Aún cuando el mundo ya no ‘verá’ más a Jesús en Su cuerpo físico, Él será ‘visto’ por Sus santos. Este ‘ver’, no es físico ni ‘verlo’ literalmente. ‘Vemos’ a Jesús por fe, estando seguros que Él está con nosotros y en nosotros (14:19; 16:16)

Conclusión

El Dios que es Espíritu y que, por lo tanto, es invisible, ha querido por gracia manifestarse a los hombres en varias formas a través de la historia. Finalmente, Dios se reveló completamente en Jesucristo (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Adoramos a un Dios que no podemos ver, a un Dios que es invisible. Esta verdad pareciera ser como un ’mosquito’ teológico; una verdad eclipsada por muchos más ‘camellos’ teológicos prácticos. Pero la doctrina de la invisibilidad de Dios es una verdad con muchas implicaciones y aplicaciones muy significativas. Al concluir, me gustaría señalar algunas ramificaciones prácticas de la invisibilidad de Dios.

(1) La invisibilidad de Dios está unida en forma inseparable a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor. La fe, la esperanza y el amor, son tres temas fundamentales de la Biblia. Pablo habla de ellos en 1ª Corintios 13:13. Observen cómo los escritores del Nuevo Testamento unen cada uno de estos tres elementos importantes de nuestra fe y de nuestra vida cristiana a la invisibilidad de Dios.

“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).

“Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardemos” (Romanos 8:24-25).

“… a quien amáis sin haber visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1ª Pedro 1:8).

(2) La invisibilidad de Dios, uno de los atributos de Dios, es un atributo fundamental de muchas de las bendiciones que tenemos como cristianos. Por cuanto ya hemos desglosado esta verdad en el mensaje, ciertamente parece reiterativo. La invisibilidad de Dios no es una obligación que debiéramos buscar para negar o superar. En palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya…” (Juan 16:7). Él no está menos presente entre nosotros por el hecho que se haya ido y que sea físicamente visible. Está más presente a través de Su Espíritu, a quien Él nos envió. El Espíritu Santo convoca la presencia de Cristo. El Espíritu Santo mora en el individuo y por tanto, en la iglesia. El Espíritu Santo inspiró a los apóstoles para recordar y después registrar las palabras y enseñanzas de nuestro Señor. El Espíritu Santo regenera y convierte a los no creyentes e ilumina y le da poder a los creyentes. Por Su invisibilidad, no somos espiritualmente más pobres, sino más ricos debido a Su invisibilidad.

(3) La invisibilidad de Dios, también puede ser un problema para los santos. Desafortunadamente, los cristianos no siempre aceptan los beneficios que tenemos por la presencia invisible de la presencia con nosotros de nuestro Señor a través del Espíritu Santo. Existen ocasiones en que queremos tener la seguridad de que Él está con nosotros. Cuando perdemos la visión (disculpen el juego de palabras) de los beneficios de la invisibilidad de Dios, comenzamos a buscarle en medios visibles. Podemos vernos inclinados a ‘mirar las cosas exteriormente’ (2ª Corintios 10:7), más que enfocarnos en los cosas que no se ven, las cosas invisibles que son eternas:

“Por tanto no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2ª Corintios 4:16-18).

Peor aún, es posible que nos veamos tentados a probar a Dios, demandando que Él pruebe Su presencia ejecutando algún milagro visible, como lo hicieron los israelitas en el desierto (Éxodo 8:1-7; Números 14:1-25). Esto es exactamente el llamado que hiciera Moisés hiciera a los israelitas en el sentido que no lo hicieran (Deuteronomio 6:16). Esto es también lo que Satanás trató de hacer al tentar a nuestro Señor (Mateo 4:5-7). Y es lo que Pablo solicitó a los cristianos no hacer (1ª Corintios 10:9).

(4) La invisibilidad de Dios nos indica que miremos las cosas que son invisibles y no las que lo son. Tengo amigos que son ciegos. Debido a su ceguera no pueden confiar en la visión; en vez de ello, deben confiar más en los otros sentidos. La invisibilidad de Dios (lo que causa nuestro andar espiritual y nuestros conflictos), significa que debemos confiar más en nuestros sentidos que en nuestra visión física. En palabras de Pablo, debemos “caminar por fe y no por vista” (2ª Corintios 5:7). El escritor a los Hebreos señala la relación entre la fe y lo que no se ve:

“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).

“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7)

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).

¿En qué, entonces, basamos nuestra fe si no es por vista? Basamos nuestra fe en la Palabra de Dios. Esta es la forma que siempre se pensó que fuera. Es a la Palabra de Dios, que Adán y Eva decidieron desobedecer. Confiaron en una serpiente más que en Dios, y comieron el fruto prohibido porque parecía ser bueno. Como resultado, sus ojos fueron abiertos; pero lo que ‘vieron’, no fue bueno (Génesis 3:1-7).

Las espectaculares evidencias visibles de la presencia de Dios en el Monte Sinaí, no fueron una revelación de la forma de Dos. Los israelitas deseaban ‘ver’ a su Dios; por eso hicieron una imagen dorada que representaba a Dios en la forma de un becerro de oro. Dios, sin embargo, quería representarse a Sí mismo a través de Su Palabra. Fue la Palabra de Dios la que se grabó en piedra y no Su imagen física. Fue la posesión de la Palabra de Dios que distinguió a los israelitas por sobre todas las naciones y Dios confirmó Su Palabra con las obras poderosas que Él ejecutó en la visión de ellos (Deuteronomio 4:1-8). Las cosas de las cuales fueron testigo los israelitas en el Monte Sinaí, fueron hechas para que el pueblo pudiera creer y obedecer la Palabra de Dios (Deuteronomio 4:9-18). Dios castigó a los israelitas por haber desobedecido a Su Palabra, a pesar de las evidencias visibles de Su presencia y del poder y de la verdad de Su Palabra (Números 14:22).

Aunque muy interesante, no fue sólo la revelación de Dios que demostró Su poder y Su presencia. No fue sólo que la gloria de Dios se acercara lo suficiente como para que muriera el que se acercara demasiado. También fue el oir la Palabra de Dios. Dios se manifestó a Sí mismo a través de Su Palabra y los israelitas temieron de Su Palabra —e hicieron bien de acuerdo a las palabras de Dios:

“…conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oir la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho” (Deuteronomio 18:16-17).

En el contexto de estos dos versículos, Dios está advirtiendo a Su pueblo acerca del peligro de falsos profetas y también está prometiendo la venida de alguien quien, al igual que Moisés, revelará la Palabra de Dios a los hombres. Esta persona no es otra que nuestro Señor Jesucristo. Él es “la Palabra (Verbo)” (Juan 1:1-2), la revelación completa y final a los hombres a quién deberíamos prestar atención (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Cuando los tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan vieron una demostración de la gloria de nuestro Señor en la transfiguración, fue por un propósito; un propósito que Dios les indicó claramente:

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, otra para Elías: Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:1-5; énfasis del autor).

La gloria de Dios fue revelada en el Monte Sinaí para que los israelitas tomaran en serio la Palabra de Dios. La gloria de nuestro Señor, le fue revelada a Pedro, Jacobo y Juan, para que tomaran en serio las palabras de Jesús. Y así lo hicieron:

“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en él tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de las Escrituras es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:16-21).

Cuando el Señor Jesús se acercó al tiempo de Su muerte, resurrección y ascensión, comenzó a hablarle en forma más abierta a Sus discípulos acerca de aquellas cosas que serían cruciales para ellos en los días de Su ausencia e invisibilidad. Esto lo vemos especialmente en el Sermón del Aposento Alto y en la oración sacerdotal de nuestro Señor en Juan 14-17. El Señor Jesús habla constantemente de Su Palabra y de Su Espíritu Santo. A través de estas cosas, nuestro Señor morará en Sus santos. Y ellos morarán en Él en la manera que moren en Su Palabra. Dios se ha revelado a Sí mismo en Su Palabra inspirada e infalible. Aquí está la base de nuestra fe. Aquí están los medios mediante los cuales los hombre serán salvos. Aquí están los medios mediante los cuales los creyentes crecerán. Aquí están los estándares de nuestra conducta y la luz que guiará nuestros pasos. Por medio de Su Palabra y a través de Su Espíritu, Dios está presente y es conocible en este mundo en donde los hombres no le ven.

Es la Palabra de Dios que nos hace ver no las cosas que se ven, sino aquellas que no lo son (2ª Corintios 17-18). Cuando ejecutamos actos de servicio y de adoración, no debemos hacerlo por los hombres, no debemos hacerlo para buscar su aprobación o sus aplausos; más bien debemos hacerlo para servirle a Él, el invisible.:

“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquenas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:2-6).

El Dios invisible, el Dios “que está en secreto”, nos insta a ejecutar nuestras acciones de justicia en una forma consecuente con Su invisibilidad. Para servir a Dios, no debemos pretender hacerlo desde una plataforma pública, sino actuar en cuanto a nuestro adoración y servicio, lo más secretamente posible, sabiendo que Dios que está “en secreto”, ve lo que estamos haciendo y nos recompensará en Su tiempo.

Nuestras acciones espirituales involucran mucho más que lo que se ve (Efesios 6:10-12). De igual manera, la provisión de Dios para nuestra protección también es invisible, a no ser que nuestros ojos sean milagrosamente abiertos para ver lo invisible:

“Tenía el rey de Siria guerra contra Israel, y consultando con sus siervos, dijo: En tal y tal lugar estará mi campamento. Y el varón de Dios envió a decir al rey de Israel: Mira que no pases por tal lugar, porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel envió a aquel lugar que el varón de Dios había dicho; y así lo hizo una y otra vez con el fin de cuidarse. Y el corazón del rey de Siria, se turbó por esto; y llamando a sus siervos, les dijo: ¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros es del rey de Israel? Entonces uno de los siervos dijo: No, rey señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta. Y él dijo: Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue dicho: He aquí que él está e Dotán. Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. Y se levantó de mañana y salió el que servía al varón de Dios, y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿qué haremos? Él le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo. Después les dijo Eliseo: No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guió a Samaria. Y cuando llegaron a Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y Jehová abrió sus ojos, y miraron, y se hallaban en medio de Samaria. Cuando el rey de Israel los hubo visto, dijo a Eliseo: ¿Los mataré, padre mío? Él le respondió: No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores. Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel” (2 Reyes 6:8-23).

Nuestra adoración debe considerar los ángeles invisibles que están presentes, observando aprendiendo (1ª Corintios 11:10). A las mujeres se les advierte de no poner tanto énfasis en su apariencia externa; más bien deben dar prioridad a su ser interno escondido:

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1ª Pedro 3:1-5).

Lo que no se ve, juega una parte muy importante en la vida del cristiano, cuyo Dios no puede ser visto por ojo humano, sino con los ojos de la fe.

(5) La invisibilidad de Dios se hace visible a través de Su iglesia y de Sus santos. ¿Cómo se manifiesta Dios a aquellos que no creen? En Romanos 1, Pablo nos dice que Dios se revela a través de Su creación:

“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).

Dios también se hace visible a los hombres a través de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Lo que Dios comenzó a hacer y a enseñar por medio de Su Hijo, continúa haciéndolo y enseñándolo a través de Su iglesia (Hechos 1:1ss.). La iglesia es Su cuerpo y Su medio para trabajar y llevar testigos a los hombres en este mundo:

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9).

Es nuestro llamado y nuestro privilegio manifestar las excelencias de Dios a este mundo perdido y moribundo.

(6) La invisibilidad de Dios es una de las barreras insuperables entre el no creyente y la fe en Dios. Muchos suponen que ver es creer. Ellos, al igual que Tomás el incrédulo, se niegan a creer en lo que no ven (ver Juan 20:25). El hecho es que ver nunca es una base suficiente para la fe, pues la fe tiene sus raíces en una convicción relacionada con lo que no se ve (Hebreos 11:1-2). Los judíos vieron a Jesús quien manifestó a Dios a los hombres —Dios encarnado. Entre más señales veían, más pedían (Mateo 12:38-45). Sólo cuando Dios abre los ojos espirituales de los no creyentes, ellos serán capaces de ‘ver’ al que es invisible.

Mientras consideraba el tema de la invisibilidad de Dios y sus implicaciones para los perdidos, mi mente se volvió al encuentro de Jesús con Nicodemo, en Juan 3:

“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:1-15; énfasis del autor).

Como judío, Nicodemo era un hombre cuya vida obró en base de lo que veía. El judaísmo estaba obsesionada con los rituales externos y visibles de la justicia. No le dio la importancia debida a los asuntos del corazón, a lo que no se veía (ver Lucas 16:15). En base a las señales y maravillas de Jesús, Nicodemo tuvo que admitir que Jesús estaba muy cerca de Dios. Pero Jesús presionó a este maestro de los judíos a ir más allá de lo visible —a lo invisible. La salvación no se trata de lo que se ve, sino de lo que no se ve. La concepción de un niño no se ve; pero con el tiempo los resultados de ese acto se hacen evidentes con el nacimiento del niño. Lo mismo sucede con la salvación. La salvación no es el resultado del esfuerzo del hombre; sino el resultado de la obra invisible de Dios (ver Juan 1:12-13).

Jesús relacionó esta obra de Dios milagrosa; pero invisible a los efectos del viento. Nadie nunca, ha visto al viento; pero asimismo, nadie cuestiona su existencia. Sabemos que el viento está presente porque podemos ver sus efectos. Lo mismo sucede con el Espíritu Santo. No podemos ver al Espíritu Santo; pero podemos ver las evidencias de Su obra en la vida de los hombres, hombres como Pedro y Pablo y —si ustedes han nacido de nuevo como hijos de Dios— como usted. Este maestro de las Escrituras debería haber sabido de sus estudios sobre ellas, que las obras externas de los hombres no les salvan, sino la renovación interna del Espíritu Santo, una obra invisible, cuyos efectos pronto se harán evidentes.

Es posible que estemos pensando que es prominente maestro de Israel, debiera saber más; pero antes que nos pongamos demasiado exigentes, consideremos este asunto a luz de nuestro propio pensamiento y práctica. ¿Somos culpables de implicar (si no establecer) que la gente se salva por llenar un formulario, alzar sus manos, ir al frente o por ser bautizados? Seamos muy claros que la obra de la salvación es la ora invisible del Dios invisible, cuyos efectos son visibles.

Con frecuencia oigo hablar a los cristianos en el sentido que si sus amigos y familiares no creyentes creerían si sólo Dios se les revelara de alguna forma espectacular. Simplemente, esto no es así. ¿Cuánto más habría hecho el Señor Jesús para probar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios? Como Jesús lo dijo, sólo aquellos a quienes el Señor atrae hacia Sí, creerán. Para aquellos de nosotros que tienen una confianza indebida en nuestras habilidades apologéticas, en nuestra habilidad de convencer a hombres y mujeres fieles, les recordaría que es la Palabra de Dios y es el Espíritu de Dios que convence y convierte a los hombres. No nos engañemos a nosotros mismos pensando en que si habláramos claramente del evangelio o que si forzáramos más a los hombres, ellos creerían. Esto es signo de ignorar la doctrina de la depravación de los hombres, la invisibilidad de Dios y de la inhabilidad de todos para ‘ver’ a Dios separado del alumbramiento divino.

Como cristianos, es nuestra responsabilidad hablar y ver es la obra de Dios:

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santo, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole delos muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas ajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena todo” (Efesios 1:15-23).

Que Dios abra nuestros ojos espirituales para ver las cosas maravillosas que Él tiene para nosotros:

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios” (1ª Corintios 2:6-10).

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15. El Dios Perdonador

Introducción

Uno de los pasajes más fascinantes de las Escrituras en el Nuevo Testamento, es la descripción de la aparición después de la resurrección a los dos discípulos en el camino a Emaús. En ese viaje, nuestro Señor enseñó a estos hombres el estudio bíblico más excitante de todos los tiempos. En ese viaje, nuestro Señor habló estas palabras a aquellos dos hombres:

“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27).

“Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24:44-48).

¡Cómo nos hubiera gustado haber estado allí cuando nuestro Señor enseñó esta lección. Por lo menos nos gustaría que este estudio estuviera registrado en las Escrituras 93 . Incluso de las pocas palabras que Lucas ha registrado, tenemos algunas verdades importantes. Primero, se nos dice que los sufrimientos de Jesús y Su gloria son temas que reiteradamente están presentes en el Antiguo Testamento y que están señalados por Pedro en otros pasajes (ver 1ª Pedro 1:10-12). Segundo, aprendemos que Jesús enseñó a Sus discípulos acerca de Su sufrimiento y de Su gloria, desde el principio de la Biblia hasta los hechos de Su muerte, entierro y resurrección. Tercero, observen que lo que Jesús enseñó a los discípulos es, en esencia, el evangelio. La base del “arrepentimiento para el perdón de pecados”, que debía ser proclamada (al igual que el evangelio) “a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (versículo 47), es el sufrimiento, muerte y resurrección de nuestro Señor.

Nuestro tema para esta lección es el perdón de Dios, o en términos de los atributos de Dios, “el Dios perdonador”. Intentaremos seguir el modelo de nuestro Señor, al considerar el Dios que perdona. En primer lugar, demostramos que Dios se caracteriza por ser un Dios que perdona. A continuación, comenzando en el primer Libro de la Biblia, demostraremos cómo el propósito de Dios de perdonar los pecados, se ha cumplido en Cristo.

En esta lección, hay más citas bíblicas y con menos comentarios e interpretaciones, porque la Biblia es muy clara en este tema del perdón de los pecados (como en muchas otras materias) y deseo que la Escritura hable por sí misma. Les hago un llamado a leer las Escrituras cuidadosamente para que puedan recoger la preciosa historia del Dios perdonador, quien ha cumplido “el perdón de los pecados” por medio del sacrificio de Jesucristo.

Dios es un Dios Perdonador

En forma reiterativa en las Escrituras, Dios está representado como el Dios que perdona los pecados:

“Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5-7).

“No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdona, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste” (Nehemías 9:17).

“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmo 86:5).

“Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmo 139:4).

“De Jehová nuestro Dios es el tener y misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado” (Daniel 9:9).

El Pecado es un Problema Serio para Todos

El perdón de los pecados es muy importante porque todos son pecadores y las consecuencias del pecado, son devastadoras:

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:15-17).

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:22-24).

“…el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4b).

“…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

“Por tanto, como el pecado entró al mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12; comentario en paréntesis del autor).

“Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23a).

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” — “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:14, 24).

“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó a los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:12-15).

Dios: La Única Esperanza de Perdón para el Hombre

Desde el primer pecado de la especie humana —el pecado de Adán y Eva— está muy claro que sólo Dios puede perdonar los pecados. Las palabras de la maldición que Dios expresó en el Jardín del Edén, implican que Él daría la solución al problema del pecado del Hombre, a través de la simiente de Eva, que derrotaría a Satanás.

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).

Esta es la primera profecía relacionada a la salvación del hombre por medio del perdón de pecados y de la derrota de Satanás. Ya habla del Mesías que vendría, quien sería la simiente de la mujer (humano) y quien derrotaría a Satanás, haciéndose daño a Sí mismo.

Más tarde, Dios aclaró que la “simiente” de la mujer sería la simiente de Abraham y que a través de esta simiente serían benditas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:1-3). A través del nieto de Abraham, Jacob (llamado más tarde Israel), se formó la nación de Israel. Los israelitas fueron a Egipto durante la vida de José y permanecieron allí por alrededor de 400 años, hasta que Dios sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, conduciéndoles a la tierra prometida de Canaán. Dios hizo un pacto con la nación de Israel, entregándoles la Ley del Monte Sinaí. Durante la ausencia de Moisés, los israelitas cometieron un gran pecado en contra de Dios, confeccionando un becerro de oro y alabándolo como su “dios” (Éxodo 32). Sólo después de la intercesión de Moisés, Dios aceptó seguir en medio de este pueblo mientras entraban a la tierra prometida. Cuando Moisés quiso conocer a Dios en forma más íntima, viéndole Su gloria, Dios le reveló lo siguiente de Sí mismo:

“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33:18-19).

“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).

De este pasaje surgen varios hechos muy importantes. Primero, el perdón es la obra externa de la compasión y de la gracia de Dios. El Dios que “perdona la iniquidad” (34:7), es el Dios que es”fuerte, misericordioso y piadoso; tarde para la ira, y grande en misericordia y verdad” (34:6). El perdón es un asunto de la gracia divina. Segundo, por cuanto el perdón de Dios es un asunto de gracia, es un don de la gracia soberana de Dios. Dios da el perdón a quienes Él elige para ser perdonados. Nadie es digno de esta gracia y por lo tanto, nadie tiene derecho a reclamar la gracia de Dios, manifestada en el perdón de los pecados. Dios dijo a Moisés: “…y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (33:19). Dios perdona a quienes Él elige para ser perdonados. El perdón es algo que nosotros, como pecadores, no tenemos derecho a esperar ni a exigir. Tercero, la gracia de Dios sobre los pecadores perdonados, de ninguna manera deja de lado la justicia de Dios la que requiere el castigo de los pecadores:

“Que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:7; énfasis del autor).

Algunos piensan que tienen sobre sí la gracia cuando pasan por alto su pecado —cuando simplemente rechazan reconocerlo. Muchos padres piensan que tienen sobre sí la gracia al no castigar a los hijos por su desobediencia. La gracia de Dios no deja de lado el castigo por los pecados; éstos fueron sustituidos por Aquel que fue castigado por ellos. Incluso en esta época temprana de la historia de la relación de Dios con Su pueblo, Él deja muy claro que Su gracia no significa que tendrá sobre el pecado una visión liviana. Dios tiene una relación muy severa hacia el pecado. Cuán Él perdona al hombre por su pecado, de todos modos lo castiga. El castigo del pecado, como veremos, es llevado por el Señor Jesucristo en vez del pecador.

Finalmente, observen que el perdón de los pecados en ninguna manera nos exime de obligación alguna del objeto de la gracia de Dios, de obedecerle. Basado en la auto-revelación de Dios de Su gloria y en la declaraciones de Su gracia y de la compasión por la que Él perdona los pecados, Moisés hace un llamado a Dios por los israelitas:

“Y dijo: Si, ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (Éxodo 34:9).

Moisés ruega por el perdón divino para su pueblo y recibe la certeza de que Dios estará en medio de Su pueblo, conduciéndolos a la tierra de Canaán. Pero inmediatamente vemos que la abundancia de perdón es una obligación a vivir de acuerdo al pacto que Dios ha establecido con Su pueblo:

“Y él contestó: He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual estás tú, la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo. Guarda lo que yo te mando hoy; he aquí que yo echo de delante de tu presencia al amorreo, al cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo. Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, celoso es. Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en os de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de los dioses de ellas. No te harás dioses de fundición” (Éxodo 34:10-17; ver también versículos 18-26).

Formar parte del pueblo de Dios y que Él more en medio vuestro, requiere que haya una solución para el pecado. También establece un estándar de justicia, que es útil para definir qué es el pecado. Es así que encontramos una declaración de los términos del pacto de Moisés entregada en forma inmediata después de la petición de Moisés por gracia y perdón para su pueblo. Son los verdaderos mandamientos que Dios establece en Éxodo 34:10-26, que se resumen en los diez mandamientos y que muy pronto los israelitas comenzaron a no tomarlos en consideración y a rebelarse en su contra, como veremos luego.

Si el pecado no debe ser mirado en menos y debe castigarse, ¿cómo puede cumplirse? Bajo la Ley del Antiguo Testamento, los hombres podían ofrecer sacrificios a Dios por sus pecados. En particular, el Día de la Expiación que era la ocasión cuando los pecados de la nación de Israel del año anterior, eran sometidos al perdón:

“Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová. Día de reposo es para vosotros, y afligiréis vuestras almas; es estatuto perpetuo. Hará la expiación el sacerdote que fuere ungido y consagrado para ser sacerdote en lugar de su padre; y se vestirá las vestiduras de lino, las vestiduras sagradas. Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel. Y Moisés lo hizo como Jehová lo mandó” (Levítico 16:29-34).

El Día de la Expiación, en realidad no eliminaba el pecado; simplemente hacía que estuviera lejos del juicio divino. Si tuviéramos que comparar los pecados de Israel con una deuda financiera, el sacrificio ofrecido en el Día de la Expiación no eliminaba la deuda; sólo pagaba los intereses correspondientes al año anterior. El pecado no se eliminaba; se postergaba por otro año. Año tras año, la deuda aumentaba. Alguien, de alguna manera, debía pagar por el pecado. Y así tendría que ser.

La nación de Israel, rápidamente comenzó a pecar en contra de Dios, desobedeciendo Su pacto. Una y otra vez, los israelitas pagaron, y una y otra vez, Dios por medio de Su gracia perdonó a este pueblo voluntarioso y desobediente (ver Deuteronomio 1-3; Nehemías 9:6-38; Salmo 78; Daniel 9:4-15). Finalmente, a la primera generación se le prohibió entrar a la tierra prometida. Murieron en el desierto y sus hijos e hijas entraron a la tierra, lo que se nos narra en el inicio del Libro de Deuteronomio. El Pacto Mosaico se reitera una vez más; los diez mandamientos se repiten en Deuteronomio 5. Pero aquí no hay señal de optimismo. El problema que subraya la rebelión de Israel es la condición de los corazones de los israelitas:

“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Deuteronomio 5:29).

“Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, no ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29:4).

En Deuteronomio, está claro que los israelitas no guardarían el pacto de Dios y que la nación experimentaría “la maldición” que se lee en el libro, especialmente en el Capítulo 28. A pesar de su desobediencia, aún hay esperanzas para la nación porque Dios es un Dios perdonador y Su perdón no está basado en que el hombre lo merezca o lo amerite. En consecuencia, Moisés le dice al pueblo que después que hayan sido dispersados de la tierra prometida y que vivan en cautiverio entre las naciones, Dios cumplirá Sus promesas y bendecirá a la nación:

“Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres la voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios. Aún cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará, y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres” (Deuteronomio 30:1-5).

Dios promete derramar Sus promesas sobre Su pueblo cuando se hayan arrepentido y se hayan vuelto a Él. Continúa, indicando que el arrepentimiento de los israelitas es el resultado de Su obra en sus corazones, dándoles un nuevo corazón y una nueva alma, que buscan agradarle y que aman guardar Sus mandamientos:

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas. Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos, y sobre tus aborrecedores que te persiguieron. Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por ora todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy. Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres, cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 30:6-10).

“Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír par que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:11-14; énfasis del autor).

¿Cómo es posible que Moisés dijera que la Ley “no es demasiado difícil para ti, ni está lejos” (versículo 11), especialmente si se compara esta frase con las últimas palabras de Josué, escritas un poco después?:

“Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos. Y Jehová arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos, y al amorreo que habitaba en la tierra; nosotros, pues, también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos. Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel. Y el pueblo respondió a Josué: A Jehová nuestro Dios serviremos, y su voz obedeceremos. Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem. Y escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios; y tomando una gran piedra, la levantó allí debajo de la encina que estaba junto al santuario de Jehová. Y dijo Josué a todo el pueblo: He aquí esta piedra nos servirá de testigo, porque ella ha oído todas las palabras que Jehová nos ha hablado; será, pues, testigo contra vosotros, para que no mintáis contra vuestro Dios. Y envió Josué al pueblo, cada uno a su posesión” (Josué 24:14-28; énfasis del autor).

Parece extraño que Josué inste a los israelitas a elegir servir a Jehová y después, cuando el pueblo decide hacerlo, les dice que hacerlo es imposible. Qué extraño hacer que los israelitas se sometan al Pacto Mosaico y después decirles que es imposible hacerlo. Sus palabras dirigidas al pueblo de Israel, parecen ser como si elegir seguir a Dios, es algo suicida. ¿Cómo podemos encuadrar las palabras de Moisés en Deuteronomio 30:11-14 con las palabras de Josué en Josué 24:19:27?

Sólo tenemos que mirar un poco más adelante en el Libro de Deuteronomio 94 . Ya hemos visto en Deuteronomio 5:29 y 29:4 que el problema yace en el corazón. Los israelitas necesitaban un corazón inclinado hacia Dios, un corazón que amara Sus mandamientos y que se deleitara obedeciéndolos. Los israelitas necesitaban un corazón que pudiera ver más allá de los mandamientos: los principios sobre los cuales estaban basados y hacer suyos todo lo que involucra la Ley 95 . En Deuteronomio 30, Dios mira hacia un tiempo distante mucho más allá del corredor de la historia; un tiempo en que las naciones experimentarán la maldición de la Ley y serán echados de la tierra y hechos cautivos en otra tierra distante:

“Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aún entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Qué diera que fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentad, y por lo que verán tus ojos. Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre” (Deuteronomio 28:64-68).

Será un tiempo cuando todo el pueblo de Israel se arrepentirá y se volverá a Jehová su Dios (Deuteronomio 30:1-2). El arrepentimiento de Israel no se origina en “este pueblo obstinado y duro de cerviz” (compare con Éxodo 32:9). Más bien, es el resultado de la obra que Dios ha hecho en ellos, dándoles un corazón nuevo y una alma nueva que le buscan y le sirven.

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).

Al mirar cuidadosamente las palabras en Deuteronomio 30:11, deberíamos hacer una observación muy importante:

“Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír par que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:11-14; énfasis del autor).

El mandamiento es un mandamiento —no diez o más. Este único mandamiento está siendo ordenado y este único mandamiento no es tan difícil. ¿Cuál es este único mandamiento? En efecto, es “convertirse a Jehová tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 30:10). Si se pudiera resumir la Ley en un solo mandamiento, ¿cuál sería? La respuesta la tenemos en las Escrituras:

“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:34-40; énfasis del autor).

Para los hombres, es imposible guardar los mandamientos de la Ley para evitar el pecado o para traer sobre ellos el perdón de los pecados. Esto es lo que Josué les dice a los israelitas a quienes está abandonando debido a su muerte ya próxima. La historia ha demostrado que el pueblo de Dios no puede cumplir con la Ley. Si creen que guardar la Ley les traerá bendiciones de Dios y la seguridad del perdón de Dios, están equivocados. El guardar la Ley, sólo prueba que los hombres son pecadores culpables, merecedores de la muerte:

“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:19-20).

El único mandamiento que Dios tiene para los hombres es que deben amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza. ¿Por qué este mandamiento no es difícil? No es porque los hombres son capaces de hacer esto por sí mismos. Es porque es imposible para ellos y de esta forma Dios cumplirá Su obra en ellos:

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).

Pablo enfatiza esto en Romanos 10:

“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas, Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:4-10).

La razón de ser de este mandamiento es fácil porque Dios ha provisto para nosotros el perdón de los pecados; Él es el que permite que los hombres le amen con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Es fácil porque todo lo que necesitamos hacer, es creer en Él por fe e, ¡incluso la fe viene de Dios!

Debido a que el perdón de pecados no era algo que los hombres pudieran hacer, los hombres de Dios miraron hacia delante a ese día en que Dios cumpliría Su obra, como lo vemos en los Salmos:

“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. Jah, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él; y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (Salmo 130:1-8; ver también el Salmo 86).

En el Libro de Deuteronomio, Dios anticipó las consecuencias de alejarse de Dios y en no cumplir con Su pacto. Dios anticipó la derrota de los israelitas y que sus enemigos los sacarían de su tierra, llevándolos en cautiverio a una tierra lejana (Deuteronomio 28:58-68). Después, Dios habló de la liberación de los israelitas, después que Él les diera un corazón nuevo (Deuteronomio 30:1-6). Cuando los judíos estuvieron cautivos en Babilonia, los profetas oraron y profetizaron con relación al día en que Dios cumpliría con el Pacto de Abraham. Pronto se hizo claro que esto no se llevaría a cabo al final de los 70 años de cautiverio de Judá en Babilonia. Fue revelado mediante una profecía:

“He aquí que vienen día, dice Jehová, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de animal. Y así como tuve cuidado de ellos ara arrancar y derribar, y trastornar y perder y afligir, tendré cuidado de ellos para edificar y plantar, dice Jehová. En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán dentera. He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley ens u mente, y la escribiré en su corazón.


93 De hecho, está registrado en las Escrituras; pero viene de los lápices inspirados de los autores del Nuevo Testamento.  Encontramos mucho material de nuestro Señor en las predicaciones de Pedro en el Libro de los Hechos y mucho más en los escritores de hombres como Pablo.

94 Si tuviéramos que abandonar nuestro estudio progresivo de las Escrituras, nos iríamos derecho a Romanos 10, donde Pablo cita Deuteronomio 30.  Pero deberemos buscar en Deuteronomio mismo la respuesta.

95 Esto es lo que el salmista busca y que es evidente en el Salmo 119.

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