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14. La Invisibilidad de Dios (Génesis 32:22-30; Éxodo 24:9-11; 1ª Timoteo 1:17)

Introducción

Encontramos poco sobre el tema de la invisibilidad de Dios entre los libros sobre Sus atributos. Algunos podrán razonar que la invisibilidad de Dios es obvia. Debido a que no podemos ver a Dios, ¿porqué intentar probar que Él es invisible? Otros podrán mirar la invisibilidad de Dios como un problema, algo confuso, incluso tal vez como un obstáculo a la fe y a la vida en Dios. Pero no lo es, simplemente. Debiéramos acordarnos de las palabras de Jesús con relación a Su partida de la tierra y por tanto, a Su invisibilidad, mientras comenzamos nuestro estudio:

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy n mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:18-21).

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; por si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me verán más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:7-11).

“Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre” (Juan 16:16).

Podemos suponer erróneamente que Jesús está diciendo a Sus discípulos que ahora lo ven; pero por poco tiempo. Estará invisible durante tres días y después nuevamente estará visible después de Su resurrección. No creo que Él esté diciendo esto. Jesús está diciendo que Sus discípulos en ese momento lo ven físicamente; pero después de Su muerte, entierro, ascensión y la llegada del Espíritu Santo prometido, ellos le “verán” de una forma mucho más clara. Les hablará clara y abiertamente y comprenderán (algo que no fue así durante el tiempo de Sus enseñanzas mientras estuvo en la tierra —ver Mateo 15:17; 16:11; Lucas 2:50; 9:45; Juan 10:6; 20:9). Y mientras Él esté invisible para el mundo después de Su ascensión, Él se mostrará en forma muy evidente a quienes creen en él. Estos sentirán Su presencia con más certeza y Él ya no morará entre ellos sino en ellos. La presencia ‘invisible’ de nuestro Señor es mejor que lo fue Su presencia visible. Tenemos un gran privilegio al conocer a Dios en forma más íntima después de la muerte, resurrección y ascensión de nuestro Señor.

Algunos podrán creer que la Biblia se contradice con relación a la invisibilidad de Dios. Algunos textos expresen claramente que Dios es invisible y que no puede ser visto:

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seño del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:8).

“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén” (1ª Timoteo 1:17).

Pero también hay textos en los que los hombres declaran haber visto a Dios:

“Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:30).

“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:11).

“…y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:14).

¿Deberían los cristianos bajar las manos con desesperación? Como algunos escépticos dicen, ¿está la Biblia ‘llena de errores e inconsistencias”? Comenzaremos con las aparentes contradicciones. Después consideraremos la invisibilidad de Dios y la encarnación visible del Señor Jesucristo. Finalmente, veremos algunas de las numerosas implicancias de la doctrina de la invisibilidad de Dios.

Considerando las Aparentes Contradicciones

A la luz de lo que nos dicen algunos textos de que Dios es invisible y otros textos que Dios ha sido visto por los hombres, apliquemos a continuación verdades bíblicas para que nos ayuden a resolver estas contradicciones aparentes.

(1) Dios no tiene una forma física.

“…y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oir la voz, ninguna figura visteis” (Deuteronomio 4:12”

“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).

Tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos indican que Dios no tiene forma; esto es que Dios no tiene un cuerpo físico.

(2) Dios es espíritu.

La razón de esto la explica nuestro Señor en Sus palabras dirigidas a la mujer junto al pozo:

“Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:24).

Esta mujer se refirió a la disputa entre los judíos y los samaritanos sobre el lugar donde Dios debía ser adorado. Los judíos adoraban a Dios en Jerusalén y Jesús pudo haberla corregido señalándole esto. Pero no lo hizo. Jesús le informó que debido a Su encarnación, la adoración no sería nunca más lo mismo. Específicamente, la adoración no sería nunca más restringida a un solo lugar. Los hombres adoraban a Dios en Jerusalén porque ese era el lugar que había elegido Dios para morar. Pero cuando Dios se vistió de humanidad en la encarnación (la venida de Cristo a la tierra), Dios quiso morar no sólo entre Su pueblo, sino que en Su pueblo. Cuando Jesús ascendió al cielo y el Espíritu Santo vino a morar dentro de la iglesia, ésta podía ya adorar a Dios en cualquier lugar, porque la presencia de Dios entre los hombres es espiritual y no física. Dios es espíritu, por lo que no está restringido a un lugar y tampoco la adoración está restringida a uno. Dios es invisible porque Él es espíritu y no carne.

(3) Cuando Dios se les aparece a los hombres, se aparece en una gran variedad de ‘formas’.

Podríamos pensar que esta aseveración se contradice con lo que se ha dicho previamente; pero no es así. Dios no tiene una forma física; pero en la Biblia leemos que se les aparece a los hombres en variadas formas. Estas ‘formas’ son tanto vagas como variadas. Cuando Dios se les aparece a los hombres, algunas veces las descripciones de Su apariencia son vagas. En Génesis 32, leemos el acontecimiento de un lucha muy extraña. De la descripción del ‘hombre’ con quien peleó Jacob, no podríamos deducir que era otro hombre:

“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 33:24-30).

¿Qué provocó el cambio en la mente de Jacob para constatar que ese ‘hombre’ no era otro que Dios mismo? No pareciera ser que se tratara de algo inusual en la apariencia de esta persona. Ciertamente, pareciera ser que tampoco se debió al infinito poder de ese varón. La única indicación que nos dice que este ser era Dios, está contenida en las palabras que le dijo a Jacob:

“Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí” (Génesis 33:28-29).

Casi puedo ver las ruedas de la mente de Jacob, comenzando a girar: “¿Cuándo luché con Dios? Y, ¿cómo puede ‘bendecirme’ esta persona; pero no decirme su nombre?” Repentinamente, lo supo. Había estando luchando con Dios. Aquí había algo sobre lo cual podría meditar durante mucho tiempo. ¿Cómo había estando luchando con Dios?

Como estamos estudiando la invisibilidad de Dios, es importante observar que cuando Dios se le apareció a Jacob, de la manera que lo hizo, Su apariencia fue la de un hombre. No se hace mención alguna de vestimentas blancas brillantes o de una luz brillante. No hubiéramos sabido que se trataba de Dios por Su apariencia. Pero por las palabras que Dios dijo, Su identidad se nos hace evidente.

Otras apariencias o manifestaciones de Dios a los hombres son más espectaculares y muestran más Su majestad y Su gloria. Sin embargo, las ‘descripciones’ de Dios cuando apareció, están lejos de lo que se detalla:

“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).

En realidad este es un incidente inusual escondido en medio del libro de Éxodo. Setenta y cuatro hombres vieron a Dios y comieron una comida festiva en Su presencia. No hay duda que se trata de Dios y que todos estos hombres le vieron de algún modo. Lo maravilloso es que vivieron para contarlo. Pero si alguien debiera describir a Dios sólo basándose en esta descripción, en un encuentro muy inusual con Dios, ¿cuánto sabríamos de Su apariencia? Lo único que nos dice este texto es que cuando vieron a Dios, vieron sus pies (versículo 10). Se nos dice más de lo que estaba debajo de Sus pies que cualquier otra cosa. Ciertamente es una descripción muy vaga. Es posible que Dios haya estado visible; pero ciertamente no completo.

Uno de los principales textos del Antiguo Testamento que describe la apariencia de Dios a los hombres, lo encontramos en los primeros capítulos del libro de Isaías:

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo;: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dijo: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas” (Isaías 6:1-6).

Con toda seguridad Isaías vio al Dios de Israel y esto tuvo un gran impacto sobre él. Pero, ¿qué sabemos de la apariencia de Dios a partir de este pasaje? ¿Cómo podríamos describir a Dios basados en la descripción que hace de Él Isaías? Isaías mismo habla más de la apariencia de los ángeles que de la apariencia de Dios. Él estaba sentado en un trono y vestía un manto. Los ángeles no proclamaron sobre la apariencia de Dios, sino cómo se veía. Proclamaron el carácter de Dios. Hablaron de Su santidad y de Su gloria. El impacto sobre Isaías fue una toma de conciencia máxima de su propia maldad como un pecador. Esta revelación del carácter de Dios, provocó en Isaías una visión de cuánto había caído de la gloria de Dios. En la medida que Isaías creció en el conocimiento del carácter de Dios, creció en el conocimiento de sí mismo. Lo que Isaías vio de sí mismo, no era lindo.

(4) Sería fatal ver el ‘rostro’ de Dios.

En aquellas instancias en las que se dice que los hombre vieron a Dios, se expresa sorpresa por haber vivido para contarlo. Jacob se maravilló al ver que su vida había sido preservada (Génesis 32:30). Moisés notó que Dios “no extendió Su mano” en contra de los 74 hombres que se dice que habían visto al Dios de Israel (Éxodo 24:10-11). Dios informó a Moisés que él no podría verlo y vivir (Éxodo 33:20). Cuando Gedeón tomó conciencia de haber visto “al ángel de Dios cara a cara” (Jueces 13:21-21), se le aseguró que no moriría (versículo 23). Manoa y su mujer, quienes se convertirían en los padres de Sansón, se asombraron de no haber muerto por haber visto a Dios como “el ángel del Señor” (Jueces 13:21-23). Al parecer Pablo está diciendo que los hombres no pueden ver a Dios y vivir cuando declara que Dios mora en “la luz inaccesible” (1ª Timoteo 6:16). Acercarse a Dios es igual a dibujar cerca de un horno encendido a altas temperaturas. Es peligroso para la salud de quien lo hace (ver también Éxodo 33:2-5).

(5) Existe una diferencia entre ver a Dios’cara a cara’ y ‘ver la cara de Dios’.

La expresión ‘cara a cara’ es en sentido figurado. En las Escrituras está claro que ver a Dios ‘cara a cara’, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, cuando en la primera parte de Éxodo 33, se dice que él ha hablado con Dios “cara a cara”:

“Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:9:11; énfasis del autor).

Lo importante de este texto, no es que Moisés en realidad viera el rostro de Dios, sino que hablaba con Él íntimamente. Esto se aclara notablemente en los versículos que siguen:

“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:18-23; énfasis del autor).

Dios le habló a Moisés “cara a cara”; pero no le permitió “ver Su rostro”. Por lo tanto, ver a Dios “cara a cara”, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Hablar “cara a cara”, significa hablar con alguien sobre una base personal e íntima, de la forma en que un amigo le habla a otro amigo. Encontramos algo similar en Números 14:

“Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:13-14; énfasis del autor).

Dios fue visto “cara a cara” por los israelitas. En el contexto, esto significa que Dios hizo conocer Su presencia a los israelitas, por medio de la nube que les conducía y que llegó a ser una columna de fuego por la noche. No significa que Dios tiene ojos físicos y que los israelitas vieron esos ojos. La presencia de Dios estaba con Su pueblo y Él hizo que esa presencia se conociera. Pero nadie en ninguna parte vio el rostro de Dios, porque Dios no tiene rostro. Dios es Espíritu y no carne. Es invisible a los hombres, porque Él no tiene cuerpo y se hace visible a los hombres por varios medios. Aparece como un hombre, que era el ángel de Jehová. Se hizo conocer a Sí mismo por medio de una nube y bajo varias otras apariencias; pero ninguna de ellas fue una revelación completa. Y no hubo ninguna ocasión en la que los hombres vieron el rostro de Dios.

La Invisibilidad y la Apariencia de Jesucristo

Lo mismo que vemos en el Antiguo Testamento con relación a la invisibilidad de Dios y Su aparición a los hombres, surgen nuevamente en el Nuevo Testamento, con la apariencia de Jesucristo. Jesús es el único que ha visto al Padre y que ahora habla por Él:

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual. Siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:1-3a)

“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución. , ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimiento del Espíritu Santo según su voluntad” (Hebreos 2:1-4).

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha hecho conocer” (Juan 1:18).

“No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre” (Juan 6:46)

“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Juan 8:38).

Jesús estuvo con el Padre desde el principio (Juan 1:1-2). Sólo Él ha visto verdaderamente al Padre (6:46). Él habló de aquellas cosas que vio cuando estaba con el Padre (8:38). Él es la revelación última y completa a los hombres (Hebreos 1:1-3a). Haríamos bien en atender lo que Él ha hablado y lo que ha sido registrado por aquellos que lo vieron, cuya confiabilidad como testigos fue confirmada por las señales y maravillas que Dios hizo a través de ellos (Hebreos 2:1-4).

Jesús se vistió de carne humana y sin disminuir Su deidad:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).

“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).

Este cuerpo de carne, en el cual fue puesto el Señor con toda Su deidad, no fue hecho tan atractivo para que hombres y mujeres no fueran atraídos hacia Él de una forma carnal, como lo señala Isaías:

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:1-2).

Cuando los discípulos finalmente concluyeron que Jesús era en realidad el Mesías prometido por Dios, el Hijo de Dios, Jesús le dijo a Simón Pedro, el interlocutor de los discípulos, que sería bendecido porque no había llegado a esa conclusión a través de “carne y sangre”:

“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17).

Jesús era reconocido espiritualmente a través de medios espirituales. No era una deducción humana sino una revelación divina que permitió a los discípulos “ver” que Jesús era el Mesías prometido del Antiguo Testamento, a quien los judíos buscaban pero que no veían.

Aún cuando Dios apareció ante los hombre en carne humana, los hombre no lo “veían” y no lo podían “ver” como tal, sin la obra divina en sus corazones:

“Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis” (Juan 6:36).

“…para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane. Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él. Con todo eso, aún de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga” (Juan 12:38-42).

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas; Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:44-47).

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65).

Para los incrédulos, el ver no era creer. Ellos vieron varias señales y maravillas; pero esto no los convenció de que Jesús era el Mesías. En vez de ello, pedían más y más señales:

“Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:38-40).

No fue por falta de evidencia que los hombres se negaron a creer en Jesús como el Mesías de Dios. Sus corazones estaban tan endurecidos que incluso negaron la evidencia que era irrefutable (Juan 9:18). Cuando Lázaro resucitó de los muertos, los judíos no podían negarlo y, por lo tanto, quisieron asesinarlo (Juan 11:47-53). El rechazo a la evidencia los hizo aún más culpables:

“Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi padre” (Juan 15:24).

Incluso aquellos que creyeron en Jesús, no vieron toda Su gloria. La gloria estaba velada en Su encarnación (Filipenses 2:6-7). Sólo ocasionalmente hubo rasgos de esta mayor gloria revelada a algunos de Sus seguidores. En la transfiguración, por un momento se reveló algo de esta gloria futura del Señor, ante los ojos de Pedro, Jacobo y Juan:

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mateo 17:1-3).

Pero aparentemente, esta gloria es mucho menor que la gran gloria que aún deberá ser revelada a los seguidores de nuestro Señor en el reino de Dios. Jesús, en Su gran oración sacerdotal, oró para que Sus discípulos vieran esta gloria:

“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).

Debemos tener conciencia que mientras nuestro Señor vino a manifestar la presencia de Dios entre los hombres, Él no ha sido visto completamente. Verlo completamente, contemplar Su ‘rostro’ es algo que todavía estamos buscando:

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1ª Corintios 13:12).

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1ª Juan 3:2).

Debemos hacer una observación final con relación a la ‘visibilidad’ de Dios en la persona de Jesucristo. Él fue visible en la carne durante un período de tiempo muy corto. Desde Su resurrección y ascensión, Jesús ya no fue visible para los hombres. Jesús le dijo a Sus discípulos que regresaría al Padre y que esto significaría que ya no le verían más. Sin embargo, esta invisibilidad del Señor Jesús sostenía la promesa de muchos beneficios:

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará s toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre? Decían, pues: ¿Qué quiere decir con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla. Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16:7-21).

Los beneficios de la ausencia física de Jesús y de Su llegada y presencia a través del Espíritu Santo (como está descrito en los versículos anteriores), pueden resumirse en las siguientes frases:

(1) La ausencia física de Jesús, origina el envío del Espíritu Santo quien será nuestro Consolador y morará con nosotros para siempre. (14:16).

(2) El mundo no puede ver o conocer al Espíritu Santo; pero nosotros sí. (14:17).

(3) Aunque Jesús habitó entre los hombres durante Su vida terrenal, ahora Él mora dentro de cada creyente por medio del Espíritu Santo. (14:17).

(4) El Espíritu Santo traerá consigo una intimidad con Dios aún más grande de lo que jamás ha experimentado el hombre. (14:20).

(5) El Espíritu Santo es “el Espíritu de verdad”. (14:17). Él no sólo convocará la presencia de Cristo en los santos y revelará a Su iglesia todo lo que necesitamos saber de Dios (16:12-15). Él convencerá a los pecadores de las verdades que son esenciales para su salvación. (16:8-11).

Aún cuando el mundo ya no ‘verá’ más a Jesús en Su cuerpo físico, Él será ‘visto’ por Sus santos. Este ‘ver’, no es físico ni ‘verlo’ literalmente. ‘Vemos’ a Jesús por fe, estando seguros que Él está con nosotros y en nosotros (14:19; 16:16)

Conclusión

El Dios que es Espíritu y que, por lo tanto, es invisible, ha querido por gracia manifestarse a los hombres en varias formas a través de la historia. Finalmente, Dios se reveló completamente en Jesucristo (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Adoramos a un Dios que no podemos ver, a un Dios que es invisible. Esta verdad pareciera ser como un ’mosquito’ teológico; una verdad eclipsada por muchos más ‘camellos’ teológicos prácticos. Pero la doctrina de la invisibilidad de Dios es una verdad con muchas implicaciones y aplicaciones muy significativas. Al concluir, me gustaría señalar algunas ramificaciones prácticas de la invisibilidad de Dios.

(1) La invisibilidad de Dios está unida en forma inseparable a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor. La fe, la esperanza y el amor, son tres temas fundamentales de la Biblia. Pablo habla de ellos en 1ª Corintios 13:13. Observen cómo los escritores del Nuevo Testamento unen cada uno de estos tres elementos importantes de nuestra fe y de nuestra vida cristiana a la invisibilidad de Dios.

“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).

“Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardemos” (Romanos 8:24-25).

“… a quien amáis sin haber visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1ª Pedro 1:8).

(2) La invisibilidad de Dios, uno de los atributos de Dios, es un atributo fundamental de muchas de las bendiciones que tenemos como cristianos. Por cuanto ya hemos desglosado esta verdad en el mensaje, ciertamente parece reiterativo. La invisibilidad de Dios no es una obligación que debiéramos buscar para negar o superar. En palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya…” (Juan 16:7). Él no está menos presente entre nosotros por el hecho que se haya ido y que sea físicamente visible. Está más presente a través de Su Espíritu, a quien Él nos envió. El Espíritu Santo convoca la presencia de Cristo. El Espíritu Santo mora en el individuo y por tanto, en la iglesia. El Espíritu Santo inspiró a los apóstoles para recordar y después registrar las palabras y enseñanzas de nuestro Señor. El Espíritu Santo regenera y convierte a los no creyentes e ilumina y le da poder a los creyentes. Por Su invisibilidad, no somos espiritualmente más pobres, sino más ricos debido a Su invisibilidad.

(3) La invisibilidad de Dios, también puede ser un problema para los santos. Desafortunadamente, los cristianos no siempre aceptan los beneficios que tenemos por la presencia invisible de la presencia con nosotros de nuestro Señor a través del Espíritu Santo. Existen ocasiones en que queremos tener la seguridad de que Él está con nosotros. Cuando perdemos la visión (disculpen el juego de palabras) de los beneficios de la invisibilidad de Dios, comenzamos a buscarle en medios visibles. Podemos vernos inclinados a ‘mirar las cosas exteriormente’ (2ª Corintios 10:7), más que enfocarnos en los cosas que no se ven, las cosas invisibles que son eternas:

“Por tanto no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2ª Corintios 4:16-18).

Peor aún, es posible que nos veamos tentados a probar a Dios, demandando que Él pruebe Su presencia ejecutando algún milagro visible, como lo hicieron los israelitas en el desierto (Éxodo 8:1-7; Números 14:1-25). Esto es exactamente el llamado que hiciera Moisés hiciera a los israelitas en el sentido que no lo hicieran (Deuteronomio 6:16). Esto es también lo que Satanás trató de hacer al tentar a nuestro Señor (Mateo 4:5-7). Y es lo que Pablo solicitó a los cristianos no hacer (1ª Corintios 10:9).

(4) La invisibilidad de Dios nos indica que miremos las cosas que son invisibles y no las que lo son. Tengo amigos que son ciegos. Debido a su ceguera no pueden confiar en la visión; en vez de ello, deben confiar más en los otros sentidos. La invisibilidad de Dios (lo que causa nuestro andar espiritual y nuestros conflictos), significa que debemos confiar más en nuestros sentidos que en nuestra visión física. En palabras de Pablo, debemos “caminar por fe y no por vista” (2ª Corintios 5:7). El escritor a los Hebreos señala la relación entre la fe y lo que no se ve:

“Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:1-3).

“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7)

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).

¿En qué, entonces, basamos nuestra fe si no es por vista? Basamos nuestra fe en la Palabra de Dios. Esta es la forma que siempre se pensó que fuera. Es a la Palabra de Dios, que Adán y Eva decidieron desobedecer. Confiaron en una serpiente más que en Dios, y comieron el fruto prohibido porque parecía ser bueno. Como resultado, sus ojos fueron abiertos; pero lo que ‘vieron’, no fue bueno (Génesis 3:1-7).

Las espectaculares evidencias visibles de la presencia de Dios en el Monte Sinaí, no fueron una revelación de la forma de Dos. Los israelitas deseaban ‘ver’ a su Dios; por eso hicieron una imagen dorada que representaba a Dios en la forma de un becerro de oro. Dios, sin embargo, quería representarse a Sí mismo a través de Su Palabra. Fue la Palabra de Dios la que se grabó en piedra y no Su imagen física. Fue la posesión de la Palabra de Dios que distinguió a los israelitas por sobre todas las naciones y Dios confirmó Su Palabra con las obras poderosas que Él ejecutó en la visión de ellos (Deuteronomio 4:1-8). Las cosas de las cuales fueron testigo los israelitas en el Monte Sinaí, fueron hechas para que el pueblo pudiera creer y obedecer la Palabra de Dios (Deuteronomio 4:9-18). Dios castigó a los israelitas por haber desobedecido a Su Palabra, a pesar de las evidencias visibles de Su presencia y del poder y de la verdad de Su Palabra (Números 14:22).

Aunque muy interesante, no fue sólo la revelación de Dios que demostró Su poder y Su presencia. No fue sólo que la gloria de Dios se acercara lo suficiente como para que muriera el que se acercara demasiado. También fue el oir la Palabra de Dios. Dios se manifestó a Sí mismo a través de Su Palabra y los israelitas temieron de Su Palabra —e hicieron bien de acuerdo a las palabras de Dios:

“…conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oir la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho” (Deuteronomio 18:16-17).

En el contexto de estos dos versículos, Dios está advirtiendo a Su pueblo acerca del peligro de falsos profetas y también está prometiendo la venida de alguien quien, al igual que Moisés, revelará la Palabra de Dios a los hombres. Esta persona no es otra que nuestro Señor Jesucristo. Él es “la Palabra (Verbo)” (Juan 1:1-2), la revelación completa y final a los hombres a quién deberíamos prestar atención (Hebreos 1:1-3a; 2:1-4). Cuando los tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan vieron una demostración de la gloria de nuestro Señor en la transfiguración, fue por un propósito; un propósito que Dios les indicó claramente:

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, otra para Elías: Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:1-5; énfasis del autor).

La gloria de Dios fue revelada en el Monte Sinaí para que los israelitas tomaran en serio la Palabra de Dios. La gloria de nuestro Señor, le fue revelada a Pedro, Jacobo y Juan, para que tomaran en serio las palabras de Jesús. Y así lo hicieron:

“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en él tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de las Escrituras es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:16-21).

Cuando el Señor Jesús se acercó al tiempo de Su muerte, resurrección y ascensión, comenzó a hablarle en forma más abierta a Sus discípulos acerca de aquellas cosas que serían cruciales para ellos en los días de Su ausencia e invisibilidad. Esto lo vemos especialmente en el Sermón del Aposento Alto y en la oración sacerdotal de nuestro Señor en Juan 14-17. El Señor Jesús habla constantemente de Su Palabra y de Su Espíritu Santo. A través de estas cosas, nuestro Señor morará en Sus santos. Y ellos morarán en Él en la manera que moren en Su Palabra. Dios se ha revelado a Sí mismo en Su Palabra inspirada e infalible. Aquí está la base de nuestra fe. Aquí están los medios mediante los cuales los hombre serán salvos. Aquí están los medios mediante los cuales los creyentes crecerán. Aquí están los estándares de nuestra conducta y la luz que guiará nuestros pasos. Por medio de Su Palabra y a través de Su Espíritu, Dios está presente y es conocible en este mundo en donde los hombres no le ven.

Es la Palabra de Dios que nos hace ver no las cosas que se ven, sino aquellas que no lo son (2ª Corintios 17-18). Cuando ejecutamos actos de servicio y de adoración, no debemos hacerlo por los hombres, no debemos hacerlo para buscar su aprobación o sus aplausos; más bien debemos hacerlo para servirle a Él, el invisible.:

“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquenas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:2-6).

El Dios invisible, el Dios “que está en secreto”, nos insta a ejecutar nuestras acciones de justicia en una forma consecuente con Su invisibilidad. Para servir a Dios, no debemos pretender hacerlo desde una plataforma pública, sino actuar en cuanto a nuestro adoración y servicio, lo más secretamente posible, sabiendo que Dios que está “en secreto”, ve lo que estamos haciendo y nos recompensará en Su tiempo.

Nuestras acciones espirituales involucran mucho más que lo que se ve (Efesios 6:10-12). De igual manera, la provisión de Dios para nuestra protección también es invisible, a no ser que nuestros ojos sean milagrosamente abiertos para ver lo invisible:

“Tenía el rey de Siria guerra contra Israel, y consultando con sus siervos, dijo: En tal y tal lugar estará mi campamento. Y el varón de Dios envió a decir al rey de Israel: Mira que no pases por tal lugar, porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel envió a aquel lugar que el varón de Dios había dicho; y así lo hizo una y otra vez con el fin de cuidarse. Y el corazón del rey de Siria, se turbó por esto; y llamando a sus siervos, les dijo: ¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros es del rey de Israel? Entonces uno de los siervos dijo: No, rey señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta. Y él dijo: Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue dicho: He aquí que él está e Dotán. Entonces envió el rey allá gente de a caballo, y carros, y un gran ejército, los cuales vinieron de noche, y sitiaron la ciudad. Y se levantó de mañana y salió el que servía al varón de Dios, y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿qué haremos? Él le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo. Después les dijo Eliseo: No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guió a Samaria. Y cuando llegaron a Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y Jehová abrió sus ojos, y miraron, y se hallaban en medio de Samaria. Cuando el rey de Israel los hubo visto, dijo a Eliseo: ¿Los mataré, padre mío? Él le respondió: No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores. Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel” (2 Reyes 6:8-23).

Nuestra adoración debe considerar los ángeles invisibles que están presentes, observando aprendiendo (1ª Corintios 11:10). A las mujeres se les advierte de no poner tanto énfasis en su apariencia externa; más bien deben dar prioridad a su ser interno escondido:

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1ª Pedro 3:1-5).

Lo que no se ve, juega una parte muy importante en la vida del cristiano, cuyo Dios no puede ser visto por ojo humano, sino con los ojos de la fe.

(5) La invisibilidad de Dios se hace visible a través de Su iglesia y de Sus santos. ¿Cómo se manifiesta Dios a aquellos que no creen? En Romanos 1, Pablo nos dice que Dios se revela a través de Su creación:

“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).

Dios también se hace visible a los hombres a través de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Lo que Dios comenzó a hacer y a enseñar por medio de Su Hijo, continúa haciéndolo y enseñándolo a través de Su iglesia (Hechos 1:1ss.). La iglesia es Su cuerpo y Su medio para trabajar y llevar testigos a los hombres en este mundo:

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9).

Es nuestro llamado y nuestro privilegio manifestar las excelencias de Dios a este mundo perdido y moribundo.

(6) La invisibilidad de Dios es una de las barreras insuperables entre el no creyente y la fe en Dios. Muchos suponen que ver es creer. Ellos, al igual que Tomás el incrédulo, se niegan a creer en lo que no ven (ver Juan 20:25). El hecho es que ver nunca es una base suficiente para la fe, pues la fe tiene sus raíces en una convicción relacionada con lo que no se ve (Hebreos 11:1-2). Los judíos vieron a Jesús quien manifestó a Dios a los hombres —Dios encarnado. Entre más señales veían, más pedían (Mateo 12:38-45). Sólo cuando Dios abre los ojos espirituales de los no creyentes, ellos serán capaces de ‘ver’ al que es invisible.

Mientras consideraba el tema de la invisibilidad de Dios y sus implicaciones para los perdidos, mi mente se volvió al encuentro de Jesús con Nicodemo, en Juan 3:

“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:1-15; énfasis del autor).

Como judío, Nicodemo era un hombre cuya vida obró en base de lo que veía. El judaísmo estaba obsesionada con los rituales externos y visibles de la justicia. No le dio la importancia debida a los asuntos del corazón, a lo que no se veía (ver Lucas 16:15). En base a las señales y maravillas de Jesús, Nicodemo tuvo que admitir que Jesús estaba muy cerca de Dios. Pero Jesús presionó a este maestro de los judíos a ir más allá de lo visible —a lo invisible. La salvación no se trata de lo que se ve, sino de lo que no se ve. La concepción de un niño no se ve; pero con el tiempo los resultados de ese acto se hacen evidentes con el nacimiento del niño. Lo mismo sucede con la salvación. La salvación no es el resultado del esfuerzo del hombre; sino el resultado de la obra invisible de Dios (ver Juan 1:12-13).

Jesús relacionó esta obra de Dios milagrosa; pero invisible a los efectos del viento. Nadie nunca, ha visto al viento; pero asimismo, nadie cuestiona su existencia. Sabemos que el viento está presente porque podemos ver sus efectos. Lo mismo sucede con el Espíritu Santo. No podemos ver al Espíritu Santo; pero podemos ver las evidencias de Su obra en la vida de los hombres, hombres como Pedro y Pablo y —si ustedes han nacido de nuevo como hijos de Dios— como usted. Este maestro de las Escrituras debería haber sabido de sus estudios sobre ellas, que las obras externas de los hombres no les salvan, sino la renovación interna del Espíritu Santo, una obra invisible, cuyos efectos pronto se harán evidentes.

Es posible que estemos pensando que es prominente maestro de Israel, debiera saber más; pero antes que nos pongamos demasiado exigentes, consideremos este asunto a luz de nuestro propio pensamiento y práctica. ¿Somos culpables de implicar (si no establecer) que la gente se salva por llenar un formulario, alzar sus manos, ir al frente o por ser bautizados? Seamos muy claros que la obra de la salvación es la ora invisible del Dios invisible, cuyos efectos son visibles.

Con frecuencia oigo hablar a los cristianos en el sentido que si sus amigos y familiares no creyentes creerían si sólo Dios se les revelara de alguna forma espectacular. Simplemente, esto no es así. ¿Cuánto más habría hecho el Señor Jesús para probar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios? Como Jesús lo dijo, sólo aquellos a quienes el Señor atrae hacia Sí, creerán. Para aquellos de nosotros que tienen una confianza indebida en nuestras habilidades apologéticas, en nuestra habilidad de convencer a hombres y mujeres fieles, les recordaría que es la Palabra de Dios y es el Espíritu de Dios que convence y convierte a los hombres. No nos engañemos a nosotros mismos pensando en que si habláramos claramente del evangelio o que si forzáramos más a los hombres, ellos creerían. Esto es signo de ignorar la doctrina de la depravación de los hombres, la invisibilidad de Dios y de la inhabilidad de todos para ‘ver’ a Dios separado del alumbramiento divino.

Como cristianos, es nuestra responsabilidad hablar y ver es la obra de Dios:

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santo, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole delos muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas ajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena todo” (Efesios 1:15-23).

Que Dios abra nuestros ojos espirituales para ver las cosas maravillosas que Él tiene para nosotros:

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios” (1ª Corintios 2:6-10).

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