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11. La Cercanía de Dios (Éxodo 33:1-16; 34:8-10; Deuteronomio 4:1-7)

Introducción

Es interesante comprobar que un gran número de libros escritos sobre los atributos de Dios, hablan poco o nada sobre el tema de la omnipresencia de Dios. A.W. Tozer comenta la omnipresencia de Dios:

“Pocas verdades se enseñan en las Escrituras con más claridad que la doctrina de la omnipresencia divina. Aquellos pasajes que apoyan esta verdad, son tan claras que requerirían un esfuerzo considerable para comprenderlos. Declaran que Dios es inminente en Su creación, que no existe lugar en el cielo, en la tierra o en el infierno donde el hombre pueda esconderse de Su presencia. Enseñan que Dios está al mismo tiempo, lejos y cerca y que en Él los hombres se mueven, viven y tienen su ser”82

¿Desafiarían los cristianos que creen en la Biblia, la verdad que Dios es omnipresente? Y me temo que aún cuando creemos que esta doctrina es verdad en las Escrituras, no la vemos tan verdadera en nuestra vida; una verdad que se aplica a nuestra forma de vida. ¡Pero afecta nuestra vida diaria! He considerado el tema de la omnipresencia de Dios, como “La Cercanía de Dios”, pues como veremos pronto, la cercanía de Dios es una de las máximas aspiraciones del cristiano —el bien más grande. Esta verdad impacta enormemente nuestras actitudes y acciones. Consideremos entonces, la cercanía de Dios, la presencia constante de Dios en nuestras vidas.

La Caída del Hombre: La Cercanía Perdida
(Génesis 3:6-10)

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y el árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire de día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Génesis 3:6-10).

Pareciera ser que antes de la caída de Adán y Eva, ellos gozaban del privilegio de disfrutar una íntima relación y comunión con Dios. Desde el versículo 8, podemos inferir que Dios caminaba diariamente por el jardín y que Adán y Eva disfrutaban de ese momento con Él. Pero cuando eligieron confiar en el diablo en vez de Dios y desobedecer el mandato de Dios, pecaron. Su pecado originó la separación de Dios y temerle. Se escondieron de Él. El pecado da como resultado una separación de Dios:

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oir; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oir” (Isaías 59:1-2).

El resto de la Biblia trata del plan y el propósito de Dios hacia el pecado del hombre de manera que éste pueda una vez más, disfrutar de Su compañía y de Su presencia. En Génesis 3:15, se registra la primera promesa de salvación de la Biblia:

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”

El resto de la Biblia es la historia de cómo Dios cumple esta promesa de salvación de manera que el hombre pecador pueda nuevamente estar cerca de un Dios santo.

El Éxodo y la Cercanía de Dios83

El éxodo no fue sólo esa época cuando Dios liberó a los israelitas cautivos de su esclavitud de Egipto. Fue una época en la que Dios mismo se apartó de todos los demás ‘dioses’ (especialmente de los dioses de Egipto) y en la que apartó a los israelitas de los egipcios (Éxodo 9:4-6; 11:7). Dios separó a Su pueblo Israel de los egipcios, por medio de las plagas; pero más importante aún, distinguió a Israel por Su presencia:

“Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Éxodo 33:15-16).

“Porque, ¡qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?” (Deuteronomio 4:7).

Y así fue que Dios estuvo cerca de Su pueblo Israel. El gran dilema fue que los israelitas eran un pueblo testarudo y pecador. Su presencia como un Dios santo, se convertiría en algo peligroso porque Su santidad requería estar cerca del pecado:

“Jehová dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo (a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino. Y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto, y ninguno se puso sus atavíos. Porque Jehová había dicho a Moisés: Di a los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer” (Éxodo 33:1-5).

Dios prometió asegurarse que Israel poseyera la prometida tierra de Canáan; pero no prometió que estaría presente entre Su pueblo. Este pueblo pecador, simplemente no podía sobrevivir en la presencia de un Dios santo. Sin embargo, Moisés no podía conformarse con nada más que no fuera que Dios morara en medio de Su pueblo. Esto diferenciaba a Israel del resto de las naciones84. Observen cómo Moisés le ruega a Dios, rechazando la promesa de la presencia personal de Dios ante él y cómo presiona para que la presencia de Dios esté entre Su pueblo, Israel:

“Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?” (Éxodo 33:13-16).

Si el problema de la presencia de Dios estaba enraizado en la naturaleza pecadora de los israelitas, la solución debía encontrarse en el carácter de Dios. Dios no es sólo santo. También es misericordioso y perdonador. Aquí estaba la clave que buscaba Moisés y Dios la manifestó delante suyo cuando Él le manifestó Su gloria en la montaña:

“Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación. Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (Éxodo 34:5-9).

Había una sola manera en que un pueblo pecador pudiera morar en la presencia de Dios y esta era Su gracia. Dios podía morar en medio de un pueblo pecador, porque Él es un Dios que perdona el pecado. Todavía no estaba claro con exactitud, cómo se efectuaría este perdón; pero el pacto mosaico lo presagiaba (ver Colosenses 2:16-17). La Ley de Moisés definió tanto lo que le agradaba o no le agradaba a Dios; lo que era limpio y lo que no lo era (o lo corrupto) para la nación. Era imposible evitar la corrupción; pero la Ley también proveyó para la trangresión del hombre de la Ley. El pacto mosaico introdujo el tabernáculo y el sistema sacrifical, mediante el cual Dios podía morar en medio de un pueblo pecador al estar separado de ellos por las barreras del tabernáculo. A sólo ciertos israelitas (los sacerdotes levíticos), se les permitía acercarse a Dios en el desarrollo de los ritos religiosos de la nación. La presencia de Dios se manifestaba en el Lugar Santísimo, donde a los hombres se les impedía acudir, caso contrario, morían. Y a los hombres se les informó que sólo por medio del derramamiento de sangre podían acercarse a su Dios en adoración. Todo este sistema, presagiaba la venida del Mesías, el “Cordero de Dios”, quien cargaría los pecados del mundo y cuya sangre derramada limpiaría a los hombres de sus pecados.

La Cercanía de Dios en los Salmos y en los Profetas

A pesar de la distancia que debían mantener los israelitas de su Dios bajo la Ley, el pueblo de Dios esperaba un día en el futuro en el que pudieran sostener una comunión íntima con Él. Esto estaba simbólicamente representado por una comida, anticipada por primera vez en el Éxodo y de lo cual después frecuentemente narrado en los Salmos:

“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:9-11).

“Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmo 23:5-6).

“Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4).

Sería errado concluir que gozar en la presencia de Dios, sea sólo una esperanza futura para el santo del Antiguo Testamento. El Salmo 73 habla de la presencia de Dios en medio de la aflicción. Asaf, después de sufrir una agonía considerable por la prosperidad de los impíos y por el sufrimiento de los santos (así lo suponía), llegó a comprender que la última bendición en la vida, no es la prosperidad o la ausencia de dolor, sino la presencia de Dios ya sea que ésta se nos haga real en medio de la pobreza o del dolor:

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Salmo 73:25-28; énfasis del autor).

El Salmo 139 es la expresión de David de su gozo en la presencia de Dios en su vida. Es uno de los grandes salmos y uno en el cual también encontramos consuelo:

“Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú as conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¡¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aún la noche resplandecerá alrededor de mí. Aún las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo. De cierto, oh Dios, harás morir al impío; apartaos, pues, de mí, hombres sanguinarios. Porque blasfemias dicen ellos contra ti; tus enemigos toman en vano tu nombre. ¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos. Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:1-24).

Los profetas hablaron del tiempo cuando Dios se acercaría a Su pueblo para rescatarles de sus pecados y para morar con ellos en una comunión íntima. Los profetas expusieron la hipocresía de aquellos israelitas que fingían estar cerca de Dios; pero cuyos corazones estaban muy distantes:

“Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isaías 29:13; énfasis del autor).

No era suficiente la rectitud ceremonial. Los hombres no experimentarían la cercanía de Dios hasta que comprendieran la verdadera religión. La verdadera religión es poseer y practicar el carácter de Dios, vivir el carácter de Dios en nuestra conducta; más que repetir rituales o hacer profesiones sin significado:

“Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado. Que me busquen cada día, y quieran saber mis caminos, como gente que hubiese hecho justicia, y que no hubiese dejado la ley de su Dios; me piden justos juicios, y quieren acercarse a Dios. ¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso: humillamos a nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que el día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” (Isaías 58:1-12; énfasis del autor).

Los profetas advirtieron que si el pueblo de Dios no se arrepentía, profesando y practicando la verdadera justicia, verían que Dios se les acercaría más para juzgarlos que para salvarlos:

Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:5; énfasis del autor).

Dios está siempre cerca en el sentido que Él ve y oye lo que los hombres hacen y Él se mostrará hacia ellos consecuentemente:

“¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuando estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal” (Jeremías 23:23-27; énfasis del autor).

Aquellos que ‘no se acerca’ a Dios por fe, serán condenados:

“No escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en Jehová, no se acercó a su Dios” (Sofonías 3:3; énfasis del autor).

A quienes se arrepientan y confíen en el Mesías que viene de Dios, se les prometió un Dios que estaría cerca, que moraría en medio de la Nueva Jerusalén:

“En derredor tendrá dieciocho mil cañas. Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama85“ (Ezequiel 48:35).

La Cercanía de Dios en los Evangelios

Dios se acercó a los hombres, en la encarnación. Jehová se acercó para salvar a Su pueblo en la persona del Señor Jesucristo. En cumplimiento de la profecía de Isaías 7:14, Su nombre era Emanuel, cuyo significado es: ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23). Los escritores del Nuevo Testamento, dejaron claramente establecido que Jesús era Dios que se acercó a salvar (ver Marcos 5:17; Lucas 4:28-29). En la cruz del Calvario, la multitud gritó: “¡Fuera con éste...!”. Se sentían más cómodos con un asesino que con el Príncipe de la Vida (Lucas 23:18).

La Cercanía de Dios en las Epístolas

El escritor de la epístola a los Hebreos, es el que establece la gran superioridad de la obra de Cristo en los sacrificios del Antiguo Testamento. El sistema del Antiguo Testamento no podía remover el pecado del hombre, haciéndole apropiado para entrar en la presencia del Dios santo. Es la sangre derramada de Jesucristo la que provee el perdón de los pecados permitiendo que el hombre entre a la presencia de Dios con confianza:

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16; énfasis del autor).

“…(pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios” (Hebreos 7:19; énfasis del autor).

“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25; énfasis del autor).

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1; énfasis del autor).

“Así, que, hermanos teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19-22; énfasis del autor).

La sangre de Cristo no sólo es el remedio para el pecado del hombre, permitiéndole “acercarse” a Dios; también lo es para las relaciones entre los hombres, sacando de una vez y por todas, las barreras entre los santos:

“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Ero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, ara crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y VINO Y ANUNCIÓ LAS BUENAS NUEVAS DE PAZ A VOSOTROS QUE ESTABAIS LEJOS, Y A LOS QUE ESTABAN CERCA; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos sin conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:11-22).

El cielo no es tanto el lugar donde los santos se complacen a sí mismos en las bendiciones de Dios, sino que el lugar donde los santos se gozan de la presencia de Dios:

“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:2-3).

“Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:3-5)

El infierno, por otra parte, es el lugar donde los hombres están eternamente separados de la presencia de Dios:

“Métete en la peña, escóndete en el polvo, de la presencia temible de Jehová, y del resplandor de su majestad” (Isaías 2:10).

“Y se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, por la presencia temible de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra. Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase, y se meterá en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, por la presencia formidable de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando se levante para castigar la tierra” (Isaías 2:19-2).

“…los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (1ª Tesalonicenses 1:9).

“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre la peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apocalipsis 6:15-17).

“T vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:11-15).

Principios Concernientes a la Omnipresencia

Aún cuando no sea un estudio exhaustivo de la doctrina de la divina omnipresencia, podemos hacer un resumen de algunos principios enseñados en las Escrituras sobre esta importante y consoladora doctrina:

(1) Dios es omnipresente en Su creación, pues Él siempre sabe todo lo que pasa en cualquier lugar. Él está constantemente conciente de la injusticia, del pecado, de la fidelidad. Sus ojos están siempre observando; Sus oídos (antropomórficamente hablando – hablando de Dios en términos humanos), están siempre atentos a los lamentos de los hombres, especialmente al de los oprimidos y a los penitentes (2 Crónicas 16:8; Salmo 34:15; Proverbios 5:21; Amós 9:8; Zacarías 4:10; 1ª Pedro 3:12).

(2) Dios elige soberanamente a algunos para la salvación eterna, lo cual les acercan a Él más que a otros y así diferencia a los Cristianos de los incrédulos. (Números 16:5; Salmo65:4; Éxodo 33:16; Deuteronomio 4:7; Proverbios 18:24).

(3) La presencia de Dios no está sólo entre Su pueblo; ahora está en Su pueblo, a través del ministerio del Espíritu Santo. (Salmo 139:7; Juan 14:17-18, 23; 16:7-15). A menudo me ha llamado la atención cómo Jesús pudo decirle a Sus discípulos que era mejor para Él separarse de ellos (Juan 16:7). Finalmente he comenzado a comprender la razón. Mientras estaba en la tierra, en Su cuerpo físico, nuestro Señor estaba presente entre Su pueblo, especialmente entre Sus discípulos. Pero cuando el Señor ascendió al cielo, Él envió a Su Santo Espíritu a morar en Su pueblo, de manera que Él está siempre en la presencia de todo creyente, no importando lo que él o ella sean. Es el Espíritu Santo de Dios el que transfiere la presencia de Dios en Su pueblo.

(4) Dios está en nuestra presencia a través de Su Palabra.

Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:14; énfasis del autor).

Cercano estás tú, oh Jehová, y todos tus mandamientos son verdad” (Salmo 119:151; énfasis del autor).

(5) Dios está siempre presente entre Sus elegidos. (Salmo 139:7-12). Él nunca nos abandonará o se olvidará de nosotros (Hebreos 13:5).

(6) Dios está especialmente cerca nuestro en ciertas épocas. Él está siempre cerca nuestro en ‘tiempos de necesidad’ (Hebreos 4:16)86. Está cerca cuando confesamos y abandonamos nuestros pecados (Salmo 76:7; Isaías 59:2; 2ª Corintios 6:16-18). Él está cerca de los que tienen el corazón quebrantado (Salmo 34:18; comparar Mateo 5:3ss.; 2ª Corintios 7:6). Él está con nosotros (aunque seamos dos o tres), cuando ejercitamos la disciplina de la iglesia en Su nombre (Mateo 18:20). Está con nosotros cuando somos disciplinados por Él como un Padre que nos ama (ver Hebreos 12:3-13), Él está con nosotros cuando le llamamos en verdad (Salmo 145:18). Él está cerca cuando le consideramos santo (Levítico 10:3). Él está cerca de nosotros cuando ‘nos acercamos’ a Él (Santiago 4:8).

Conclusión
Implicancias Prácticas de la Cercanía de Dios

Nuestro estudio nos lleva a ponderar varias áreas de aplicación. Primero, me gustaría hacerles una pregunta que les animo a contestarla honestamente en vuestro corazón y alma: ¿Creen que la cercanía de dios es su mejor bien? Si no es así, están siguiendo una meta que es menos que buena. Moisés fue un hombre que tuvo la relación más íntima con Dios entre todos los israelitas (ver Éxodo 33:11) y aún así, no se sentía feliz. Deseaba conocer a Dios aún más íntimamente, estar incluso más cerca de Él (ver Éxodo 33:17-18). Examinemos nuestros corazones para ver si deseamos estar cerca de Él. Si no tenemos el deseo de estar cerca de Él, no debe sorprendernos el no tener anhelo por el cielo. Si no deseamos la cercanía de Dios, nuestros deseos están —al menos— distorsionados y probablemente son destructivos.

Segundo, permítanme formularles otra pregunta: Asumiendo que desean la cercanía de Dios acerca de la cual nos habla la Biblia, ¿en este momento, sienten la cercanía de Dios? Si no es así, el problema es en realidad muy simple —el pecado. El pecado separa a los hombres de Dios. Puede ser que no esté gozando la cercanía de Dios porque es un pecador perdido, condenado a la eterna separación de Dios, separado de Su gracia. En Jesucristo, Dios se acerca a los hombres para revelarse a Sí mismo y para proveer un medio por el cual se puede subsanar el problema del pecado y se puede restablecer la comunión entre Él y los hombres. Él, el Hijo de Dios sin pecado, cargó el castigo del pecado; el castigo por sus pecados. Al recibir el don divino del perdón y de la vida eterna en Cristo, puede usted llegar a ser hijo de Dios y disfrutar por toda la eternidad la bendición de estar cerca del corazón de Dios.

Si es usted un genuino creyente en Jesucristo y aún así no siente ‘la cercanía de Dios’, su problema también está enraizado en el pecado. La solución para este dilema es simple: arrepiéntase. Estas palabras, escritas para la iglesia complaciente y carente de amor de Laodicea, expresa la invitación que ofrece nuestro Señor a todos los que han confiado en Él y se han vuelto fríos, que han crecido separados de Él. Estas palabras son el ofrecimiento de una comunión íntima —la cercanía con Dios— para todos los que se arrepienten y regresan a Cristo como su primer amor:

“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestidiras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:14:22).

A través de los años, he observado que muchos cristianos han abrazado falsos estándares para determinar la presencia de Dios en sus vidas. Muchos predicadores en la televisión (y otros), enseñan que la prueba de la espiritualidad y de la presencia de Dios en sus vidas, es la salud, la riqueza y el éxito en la vida. Nuestro estudio debe haber indicado otros. Dios está cerca del corazón quebrantado y no necesariamente cerca de la gente linda cuyas vidas parecen estar tan ‘bendecidas’.

Me acuerdo de las historias de Moisés y de Elías, cuyas experiencias no he comparado nunca. Creo que existe una lección para nosotros de la vida de Elías después que huyó de Jezabel y buscó a Dios y se aseguró de Su presencia en el Monte de Horeb, donde Moisés tuvo aquel encuentro con Dios tan dramático:

“Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aún me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, ha derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espalda a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:2-14).

Elías había sido instruido por Dios simplemente para informar al rey que la sequía muy pronto acabaría, porque faltaba poco para que lloviera (1 Reyes 18:1). Aparentemente, Elías había pensado por sí mismo en la gran confrontación en el Monte Carmelo.

Fue un dramático despliegue del poder y de la presencia de Dios; pero fracasó completamente en su intención de hacer que el pueblo de Israel se arrepintiera. Elías estaba desolado. Deseaba morir. No era mejor que sus padres, los profetas que le habían precedido.

He hablado sobre este texto varias veces; pero de alguna manera siempre he omitido el hecho claro que Elías terminó en el monte de Horeb, ‘el monte de Dios’ (1 Reyes 19:8). Fortalecido por la comida que le proveyó el ángel de Jehová (19:5-8), Elías se dirigió al monte de Horeb. ¿Deseaba Elías que se repitieran los hechos de Éxodo 19:16-20? Pareciera ser que sí:

“Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante. Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió” (Éxodo 19:16:20).

Moisés y los israelitas, tuvieron una visión espectacular de la gloria de Dios, cuando Él la manifestó desde la cima del monte santo. Pareciera ser que Elías deseaba reproducir esta experiencia para su propia reafirmación:

“Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13).

Pienso que Elías creyó que si sólo pudiera llegar a aquel monte santo y reproducir la experiencia de Moisés, se vería sumergido en la presencia de Dios de una manera espectacular. Pero aunque Elías vio alguna de las cosas que Moisés había visto, Dios no estaba en ninguno de estos eventos dramáticos. La presencia de Dios le fue revelada en un silbo apacible y delicado. Ocasionalmente, Dios puede revelarse a Sí mismo como lo hizo a Moisés; pero con mayor frecuencia se nos hace presente como lo hizo a David (en el Salmo 119) y a Asaf (en el Salmo 73). Se nos presentará en los tiempos difíciles de nuestra vida y en formas que no podemos necesariamente anticipar. Aprendamos a gozarnos en la presencia de Dios en maneras tranquilas, poco pretenciosas, diferentes a lo que podríamos desear —algo dramático y excitante.

Finalmente, la (omni)presencia de Dios debiera inspirarnos a ‘practicar la presencia de Dios’. Debo admitir que con bastante frecuencia he oído esta expresión; pero nunca he comprendido verdaderamente qué significa ‘practicar la presencia de Dios’. Así como ahora comprendo la enseñanza de Pablo sobre este asunto, practicar la presencia de Dios es vivir cada día como si Dios estuviera presente —¡y lo está! La vida de Pablo fue vivida delante de Dios y vista constantemente vista como si estuviera siendo atestiguada por nuestro Señor (sin mencionar a otros). Recordemos que nuestra conducta, nuestro testimonio y nuestro servicio , siempre están delante de Él, que siempre está presente (Jeremías 17:16; Juan:48; 2ª Corintios 2; 17; 4:2; 7:12; 8:21; 12:19).

Y miremos a ese día cuando nuestro Señor regrese a esta tierra para derrotar y destruir a Sus enemigos y llevarnos a vivir por siempre en la presencia de Dios, como decimos continuamente.

“Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien…” (Salmo 73:28a).


82 A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco: Harper and Row, Publishers, 1961), p. 80.

83 Ver específicamente Éxodo 3:5, 12, 17:7; 19:22; 24:2; 33:1-16; 34:8-17; Números 1:51; 3:10, 38; 17:13; 18:3-4; Deuteronomio 4:1-7; 5:27.

84 No puedo dejar de maravillarme ante la tenacidad de Moisés en su petición de que Dios estuviera presente entre Su pueblo. Con tanta frecuencia, Dios es sólo un medio para llegar al final. Para Moisés, Dios era el final. Moisés no deseaba las bendiciones de Dios, sin Él, pues en su mente, la última bendición para el pueblo de Dios, era que moraran en Su presencia.

85 Jerusalén-sama, quiere decir: Jehová allí.

86 Observen las instancias en el Libro de los Hechos cuando nuestro Señor (o un ángel), se aparece al apóstol Pablo para animarlo y darle fuerzas (por ejemplo, Hechos 27:23-26).

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