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15. El Dios Perdonador

Introducción

Uno de los pasajes más fascinantes de las Escrituras en el Nuevo Testamento, es la descripción de la aparición después de la resurrección a los dos discípulos en el camino a Emaús. En ese viaje, nuestro Señor enseñó a estos hombres el estudio bíblico más excitante de todos los tiempos. En ese viaje, nuestro Señor habló estas palabras a aquellos dos hombres:

“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27).

“Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24:44-48).

¡Cómo nos hubiera gustado haber estado allí cuando nuestro Señor enseñó esta lección. Por lo menos nos gustaría que este estudio estuviera registrado en las Escrituras 93 . Incluso de las pocas palabras que Lucas ha registrado, tenemos algunas verdades importantes. Primero, se nos dice que los sufrimientos de Jesús y Su gloria son temas que reiteradamente están presentes en el Antiguo Testamento y que están señalados por Pedro en otros pasajes (ver 1ª Pedro 1:10-12). Segundo, aprendemos que Jesús enseñó a Sus discípulos acerca de Su sufrimiento y de Su gloria, desde el principio de la Biblia hasta los hechos de Su muerte, entierro y resurrección. Tercero, observen que lo que Jesús enseñó a los discípulos es, en esencia, el evangelio. La base del “arrepentimiento para el perdón de pecados”, que debía ser proclamada (al igual que el evangelio) “a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (versículo 47), es el sufrimiento, muerte y resurrección de nuestro Señor.

Nuestro tema para esta lección es el perdón de Dios, o en términos de los atributos de Dios, “el Dios perdonador”. Intentaremos seguir el modelo de nuestro Señor, al considerar el Dios que perdona. En primer lugar, demostramos que Dios se caracteriza por ser un Dios que perdona. A continuación, comenzando en el primer Libro de la Biblia, demostraremos cómo el propósito de Dios de perdonar los pecados, se ha cumplido en Cristo.

En esta lección, hay más citas bíblicas y con menos comentarios e interpretaciones, porque la Biblia es muy clara en este tema del perdón de los pecados (como en muchas otras materias) y deseo que la Escritura hable por sí misma. Les hago un llamado a leer las Escrituras cuidadosamente para que puedan recoger la preciosa historia del Dios perdonador, quien ha cumplido “el perdón de los pecados” por medio del sacrificio de Jesucristo.

Dios es un Dios Perdonador

En forma reiterativa en las Escrituras, Dios está representado como el Dios que perdona los pecados:

“Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5-7).

“No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdona, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste” (Nehemías 9:17).

“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmo 86:5).

“Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmo 139:4).

“De Jehová nuestro Dios es el tener y misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado” (Daniel 9:9).

El Pecado es un Problema Serio para Todos

El perdón de los pecados es muy importante porque todos son pecadores y las consecuencias del pecado, son devastadoras:

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:15-17).

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:22-24).

“…el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4b).

“…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

“Por tanto, como el pecado entró al mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12; comentario en paréntesis del autor).

“Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23a).

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” — “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:14, 24).

“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó a los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:12-15).

Dios: La Única Esperanza de Perdón para el Hombre

Desde el primer pecado de la especie humana —el pecado de Adán y Eva— está muy claro que sólo Dios puede perdonar los pecados. Las palabras de la maldición que Dios expresó en el Jardín del Edén, implican que Él daría la solución al problema del pecado del Hombre, a través de la simiente de Eva, que derrotaría a Satanás.

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).

Esta es la primera profecía relacionada a la salvación del hombre por medio del perdón de pecados y de la derrota de Satanás. Ya habla del Mesías que vendría, quien sería la simiente de la mujer (humano) y quien derrotaría a Satanás, haciéndose daño a Sí mismo.

Más tarde, Dios aclaró que la “simiente” de la mujer sería la simiente de Abraham y que a través de esta simiente serían benditas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:1-3). A través del nieto de Abraham, Jacob (llamado más tarde Israel), se formó la nación de Israel. Los israelitas fueron a Egipto durante la vida de José y permanecieron allí por alrededor de 400 años, hasta que Dios sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, conduciéndoles a la tierra prometida de Canaán. Dios hizo un pacto con la nación de Israel, entregándoles la Ley del Monte Sinaí. Durante la ausencia de Moisés, los israelitas cometieron un gran pecado en contra de Dios, confeccionando un becerro de oro y alabándolo como su “dios” (Éxodo 32). Sólo después de la intercesión de Moisés, Dios aceptó seguir en medio de este pueblo mientras entraban a la tierra prometida. Cuando Moisés quiso conocer a Dios en forma más íntima, viéndole Su gloria, Dios le reveló lo siguiente de Sí mismo:

“Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33:18-19).

“Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).

De este pasaje surgen varios hechos muy importantes. Primero, el perdón es la obra externa de la compasión y de la gracia de Dios. El Dios que “perdona la iniquidad” (34:7), es el Dios que es”fuerte, misericordioso y piadoso; tarde para la ira, y grande en misericordia y verdad” (34:6). El perdón es un asunto de la gracia divina. Segundo, por cuanto el perdón de Dios es un asunto de gracia, es un don de la gracia soberana de Dios. Dios da el perdón a quienes Él elige para ser perdonados. Nadie es digno de esta gracia y por lo tanto, nadie tiene derecho a reclamar la gracia de Dios, manifestada en el perdón de los pecados. Dios dijo a Moisés: “…y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (33:19). Dios perdona a quienes Él elige para ser perdonados. El perdón es algo que nosotros, como pecadores, no tenemos derecho a esperar ni a exigir. Tercero, la gracia de Dios sobre los pecadores perdonados, de ninguna manera deja de lado la justicia de Dios la que requiere el castigo de los pecadores:

“Que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:7; énfasis del autor).

Algunos piensan que tienen sobre sí la gracia cuando pasan por alto su pecado —cuando simplemente rechazan reconocerlo. Muchos padres piensan que tienen sobre sí la gracia al no castigar a los hijos por su desobediencia. La gracia de Dios no deja de lado el castigo por los pecados; éstos fueron sustituidos por Aquel que fue castigado por ellos. Incluso en esta época temprana de la historia de la relación de Dios con Su pueblo, Él deja muy claro que Su gracia no significa que tendrá sobre el pecado una visión liviana. Dios tiene una relación muy severa hacia el pecado. Cuán Él perdona al hombre por su pecado, de todos modos lo castiga. El castigo del pecado, como veremos, es llevado por el Señor Jesucristo en vez del pecador.

Finalmente, observen que el perdón de los pecados en ninguna manera nos exime de obligación alguna del objeto de la gracia de Dios, de obedecerle. Basado en la auto-revelación de Dios de Su gloria y en la declaraciones de Su gracia y de la compasión por la que Él perdona los pecados, Moisés hace un llamado a Dios por los israelitas:

“Y dijo: Si, ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (Éxodo 34:9).

Moisés ruega por el perdón divino para su pueblo y recibe la certeza de que Dios estará en medio de Su pueblo, conduciéndolos a la tierra de Canaán. Pero inmediatamente vemos que la abundancia de perdón es una obligación a vivir de acuerdo al pacto que Dios ha establecido con Su pueblo:

“Y él contestó: He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual estás tú, la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo. Guarda lo que yo te mando hoy; he aquí que yo echo de delante de tu presencia al amorreo, al cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo. Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, celoso es. Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en os de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de los dioses de ellas. No te harás dioses de fundición” (Éxodo 34:10-17; ver también versículos 18-26).

Formar parte del pueblo de Dios y que Él more en medio vuestro, requiere que haya una solución para el pecado. También establece un estándar de justicia, que es útil para definir qué es el pecado. Es así que encontramos una declaración de los términos del pacto de Moisés entregada en forma inmediata después de la petición de Moisés por gracia y perdón para su pueblo. Son los verdaderos mandamientos que Dios establece en Éxodo 34:10-26, que se resumen en los diez mandamientos y que muy pronto los israelitas comenzaron a no tomarlos en consideración y a rebelarse en su contra, como veremos luego.

Si el pecado no debe ser mirado en menos y debe castigarse, ¿cómo puede cumplirse? Bajo la Ley del Antiguo Testamento, los hombres podían ofrecer sacrificios a Dios por sus pecados. En particular, el Día de la Expiación que era la ocasión cuando los pecados de la nación de Israel del año anterior, eran sometidos al perdón:

“Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros. Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová. Día de reposo es para vosotros, y afligiréis vuestras almas; es estatuto perpetuo. Hará la expiación el sacerdote que fuere ungido y consagrado para ser sacerdote en lugar de su padre; y se vestirá las vestiduras de lino, las vestiduras sagradas. Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel. Y Moisés lo hizo como Jehová lo mandó” (Levítico 16:29-34).

El Día de la Expiación, en realidad no eliminaba el pecado; simplemente hacía que estuviera lejos del juicio divino. Si tuviéramos que comparar los pecados de Israel con una deuda financiera, el sacrificio ofrecido en el Día de la Expiación no eliminaba la deuda; sólo pagaba los intereses correspondientes al año anterior. El pecado no se eliminaba; se postergaba por otro año. Año tras año, la deuda aumentaba. Alguien, de alguna manera, debía pagar por el pecado. Y así tendría que ser.

La nación de Israel, rápidamente comenzó a pecar en contra de Dios, desobedeciendo Su pacto. Una y otra vez, los israelitas pagaron, y una y otra vez, Dios por medio de Su gracia perdonó a este pueblo voluntarioso y desobediente (ver Deuteronomio 1-3; Nehemías 9:6-38; Salmo 78; Daniel 9:4-15). Finalmente, a la primera generación se le prohibió entrar a la tierra prometida. Murieron en el desierto y sus hijos e hijas entraron a la tierra, lo que se nos narra en el inicio del Libro de Deuteronomio. El Pacto Mosaico se reitera una vez más; los diez mandamientos se repiten en Deuteronomio 5. Pero aquí no hay señal de optimismo. El problema que subraya la rebelión de Israel es la condición de los corazones de los israelitas:

“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Deuteronomio 5:29).

“Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, no ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29:4).

En Deuteronomio, está claro que los israelitas no guardarían el pacto de Dios y que la nación experimentaría “la maldición” que se lee en el libro, especialmente en el Capítulo 28. A pesar de su desobediencia, aún hay esperanzas para la nación porque Dios es un Dios perdonador y Su perdón no está basado en que el hombre lo merezca o lo amerite. En consecuencia, Moisés le dice al pueblo que después que hayan sido dispersados de la tierra prometida y que vivan en cautiverio entre las naciones, Dios cumplirá Sus promesas y bendecirá a la nación:

“Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres la voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios. Aún cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará, y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres” (Deuteronomio 30:1-5).

Dios promete derramar Sus promesas sobre Su pueblo cuando se hayan arrepentido y se hayan vuelto a Él. Continúa, indicando que el arrepentimiento de los israelitas es el resultado de Su obra en sus corazones, dándoles un nuevo corazón y una nueva alma, que buscan agradarle y que aman guardar Sus mandamientos:

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas. Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos, y sobre tus aborrecedores que te persiguieron. Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por ora todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy. Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres, cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 30:6-10).

“Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír par que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:11-14; énfasis del autor).

¿Cómo es posible que Moisés dijera que la Ley “no es demasiado difícil para ti, ni está lejos” (versículo 11), especialmente si se compara esta frase con las últimas palabras de Josué, escritas un poco después?:

“Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos. Y Jehová arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos, y al amorreo que habitaba en la tierra; nosotros, pues, también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos. Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel. Y el pueblo respondió a Josué: A Jehová nuestro Dios serviremos, y su voz obedeceremos. Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem. Y escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios; y tomando una gran piedra, la levantó allí debajo de la encina que estaba junto al santuario de Jehová. Y dijo Josué a todo el pueblo: He aquí esta piedra nos servirá de testigo, porque ella ha oído todas las palabras que Jehová nos ha hablado; será, pues, testigo contra vosotros, para que no mintáis contra vuestro Dios. Y envió Josué al pueblo, cada uno a su posesión” (Josué 24:14-28; énfasis del autor).

Parece extraño que Josué inste a los israelitas a elegir servir a Jehová y después, cuando el pueblo decide hacerlo, les dice que hacerlo es imposible. Qué extraño hacer que los israelitas se sometan al Pacto Mosaico y después decirles que es imposible hacerlo. Sus palabras dirigidas al pueblo de Israel, parecen ser como si elegir seguir a Dios, es algo suicida. ¿Cómo podemos encuadrar las palabras de Moisés en Deuteronomio 30:11-14 con las palabras de Josué en Josué 24:19:27?

Sólo tenemos que mirar un poco más adelante en el Libro de Deuteronomio 94 . Ya hemos visto en Deuteronomio 5:29 y 29:4 que el problema yace en el corazón. Los israelitas necesitaban un corazón inclinado hacia Dios, un corazón que amara Sus mandamientos y que se deleitara obedeciéndolos. Los israelitas necesitaban un corazón que pudiera ver más allá de los mandamientos: los principios sobre los cuales estaban basados y hacer suyos todo lo que involucra la Ley 95 . En Deuteronomio 30, Dios mira hacia un tiempo distante mucho más allá del corredor de la historia; un tiempo en que las naciones experimentarán la maldición de la Ley y serán echados de la tierra y hechos cautivos en otra tierra distante:

“Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aún entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Qué diera que fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentad, y por lo que verán tus ojos. Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre” (Deuteronomio 28:64-68).

Será un tiempo cuando todo el pueblo de Israel se arrepentirá y se volverá a Jehová su Dios (Deuteronomio 30:1-2). El arrepentimiento de Israel no se origina en “este pueblo obstinado y duro de cerviz” (compare con Éxodo 32:9). Más bien, es el resultado de la obra que Dios ha hecho en ellos, dándoles un corazón nuevo y una alma nueva que le buscan y le sirven.

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).

Al mirar cuidadosamente las palabras en Deuteronomio 30:11, deberíamos hacer una observación muy importante:

“Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que no digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír par que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que no digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deuteronomio 30:11-14; énfasis del autor).

El mandamiento es un mandamiento —no diez o más. Este único mandamiento está siendo ordenado y este único mandamiento no es tan difícil. ¿Cuál es este único mandamiento? En efecto, es “convertirse a Jehová tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 30:10). Si se pudiera resumir la Ley en un solo mandamiento, ¿cuál sería? La respuesta la tenemos en las Escrituras:

“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:34-40; énfasis del autor).

Para los hombres, es imposible guardar los mandamientos de la Ley para evitar el pecado o para traer sobre ellos el perdón de los pecados. Esto es lo que Josué les dice a los israelitas a quienes está abandonando debido a su muerte ya próxima. La historia ha demostrado que el pueblo de Dios no puede cumplir con la Ley. Si creen que guardar la Ley les traerá bendiciones de Dios y la seguridad del perdón de Dios, están equivocados. El guardar la Ley, sólo prueba que los hombres son pecadores culpables, merecedores de la muerte:

“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:19-20).

El único mandamiento que Dios tiene para los hombres es que deben amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza. ¿Por qué este mandamiento no es difícil? No es porque los hombres son capaces de hacer esto por sí mismos. Es porque es imposible para ellos y de esta forma Dios cumplirá Su obra en ellos:

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6).

Pablo enfatiza esto en Romanos 10:

“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas, Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:4-10).

La razón de ser de este mandamiento es fácil porque Dios ha provisto para nosotros el perdón de los pecados; Él es el que permite que los hombres le amen con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Es fácil porque todo lo que necesitamos hacer, es creer en Él por fe e, ¡incluso la fe viene de Dios!

Debido a que el perdón de pecados no era algo que los hombres pudieran hacer, los hombres de Dios miraron hacia delante a ese día en que Dios cumpliría Su obra, como lo vemos en los Salmos:

“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. Jah, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él; y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (Salmo 130:1-8; ver también el Salmo 86).

En el Libro de Deuteronomio, Dios anticipó las consecuencias de alejarse de Dios y en no cumplir con Su pacto. Dios anticipó la derrota de los israelitas y que sus enemigos los sacarían de su tierra, llevándolos en cautiverio a una tierra lejana (Deuteronomio 28:58-68). Después, Dios habló de la liberación de los israelitas, después que Él les diera un corazón nuevo (Deuteronomio 30:1-6). Cuando los judíos estuvieron cautivos en Babilonia, los profetas oraron y profetizaron con relación al día en que Dios cumpliría con el Pacto de Abraham. Pronto se hizo claro que esto no se llevaría a cabo al final de los 70 años de cautiverio de Judá en Babilonia. Fue revelado mediante una profecía:

“He aquí que vienen día, dice Jehová, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de animal. Y así como tuve cuidado de ellos ara arrancar y derribar, y trastornar y perder y afligir, tendré cuidado de ellos para edificar y plantar, dice Jehová. En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán dentera. He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley ens u mente, y la escribiré en su corazón.


93 De hecho, está registrado en las Escrituras; pero viene de los lápices inspirados de los autores del Nuevo Testamento.  Encontramos mucho material de nuestro Señor en las predicaciones de Pedro en el Libro de los Hechos y mucho más en los escritores de hombres como Pablo.

94 Si tuviéramos que abandonar nuestro estudio progresivo de las Escrituras, nos iríamos derecho a Romanos 10, donde Pablo cita Deuteronomio 30.  Pero deberemos buscar en Deuteronomio mismo la respuesta.

95 Esto es lo que el salmista busca y que es evidente en el Salmo 119.

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